La elección presidencial de 2018 presentó una disyuntiva: optábamos los mexicanos por un proyecto de “mejora” continua, o decidíamos por uno de “mejora” discontinua o disruptiva. Carlos Dumois, quien maneja el concepto de dueñez empresaria nos dice: “Todos hablan de cambio. La pregunta es cómo hacerlo; nos preguntamos si en nuestro negocio, o en nuestro país, debemos implementar las decisiones de cambio de forma gradual o radical… una es mejorando los esquemas de operación con que contamos, y que le llamamos mejora continua; la otra es creando nuevas formas de operar, rompiendo con las anteriores, y que le llamamos mejora discontinua. Las decisiones de mejora discontinua suelen ser radicales y estratégicas; son grandes jugadas que transforman diametralmente…”, sostiene Dumois.
Estoy claro que en las campañas de 2018 el proyecto de mejora continua lo representaba Ricardo Anaya, mientras que la mejora discontinua lo representaba Andrés Manuel López Obrador. El PRI no era opción, había sacado a relucir su verdadero yo en el sexenio de EPN; nos mostraron su soberbia, su corrupción y su abuso de poder, y el pueblo les gritó ¡Ya basta de creerse dueños del país y de la cosa pública!”
La pregunta que queda en aire por responder es si el pueblo entendió la diferencia entre cambiar de amo o dejar de ser perros, como sugería mi padre Maquío.
Los electores decidimos un cambio disruptivo, y el pueblo desoyó mi recomendación de que “a México le faltan contrapesos”.
En una sociedad democrática, tres deben ser los principales vigilantes para que el pueblo pueda preguntar confiado: “Centinela, ¿qué hay de la noche?”. Los poderes legislativos y judicial, los medios de comunicación, y la sociedad organizada, los 3 en México están débiles.
A mí en lo personal me generó gran preocupación la crítica que hiciera el presidente López al periódico Reforma. Hemos sido los mexicanos testigos recurrentes del estilo maniqueo del presidente cuando separa constantemente al pueblo entre buenos y malos, denosta a quienes disienten de su visión, y descalifica a sus críticos. También el presidente ha dado indicios de ser una persona dogmática, es decir, que cree que tiene el monopolio de la verdad.
El presidente López Obrador debe saber que no puede excusarse al infamar a una persona o institución bajo el argumento de que “él siempre dice lo que piensa”. No es Andrés Manuel como persona quien macilla, ya que siempre ostenta la investidura presidencial, ¡Es el presidente!
AMLO ya no es candidato de un partido político que busca ganar como adeptos a una parte de los mexicanos, sino que es el presidente de México que debe gobernar y respetar a todos.
Un ciudadano siempre tiene derecho de criticar a sus gobernantes, pero un presidente no tiene derecho de criticar a los ciudadanos. Es por demás preocupante que el presidente AMLO descalifique a los ciudadanos, y hoy a la prensa, acusándolos de fifís, conservadores, neoporfiristas, salinistas, adversarios, neoliberales, todos estos calificativos para someterlos al desprecio de los ciudadanos.
Ya estamos viendo que el dicho del presidente de que “la venganza no es mi fuerte” está resultando falso. Hoy el presidente está buscando venganza contra todos sus adversarios, disidentes o críticos, y lo hace denostándolos.
La sociedades democráticas defienden y protegen a sus medios de comunicación como parte institucional fundamental del fortalecimiento de sus democracias. Saben que necesitan de una prensa libre y responsable.
El artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos contiene la libertad de expresión y el derecho a la información. Este último es el derecho de todo individuo a investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas sin limitación de fronteras por cualquier medio de expresión.
José J. Castellanos nos hace, en su libro México engañado, una exhortación para que cada uno de los mexicanos, en el papel que le corresponda, “asuma su responsabilidad, ya que los medios de comunicación reflejan en mucho nuestra realidad social, no sólo por lo que dicen, si no por como son. Nuestras grandezas y miserias, nuestra realidad económica y política; nuestra preparación cultural y nuestra responsabilidad social, están ahí”. Yo agrego, también las del Presidente.
Ingeniero industrial y empresario