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Ante las declaraciones y opiniones encontradas, parece conveniente reflexionar sobre la situación del país. Sobre las finanzas públicas, sobre la herencia que deja la administración de Peña Nieto y sobre los retos de la siguiente administración.
1. En bancarrota estuvimos, si así desean calificarlo, al final del periodo de López Portillo y del periodo de Salinas. Los errores de política económica y monetaria fueron evidentes. Un tipo de cambio fijo o cuasi fijo, desorden fiscal, expansión excesiva del gasto y monetaria, y con Salinas expansión excesiva, adicional, del crédito bancario. Tanto en 1982, como en 1994 los déficits en cuenta corriente eran superiores a 6% del PIB y evidentemente, con un tipo de cambio fijo, desaparecieron las reservas internacionales. Era imposible cumplir con los pagos de deuda, lo que nos llevó a negociarla con el exterior o en moneda extranjera. Problemas de liquidez y de solvencia. ¿En bancarrota en esas dos ocasiones? Sí, si queremos usar el calificativo.
2. ¿Y hoy, también en bancarrota? Pongamos los puntos sobre las íes. En noviembre termina un sexenio de desorden fiscal. De nuevo los efectos típicos de una política expansiva sin crecimiento: más pobres, la misma desigualdad, más inseguridad, estado de derecho deteriorado, más corrupción y un mínimo de inversión pública. Una inversión pública raquítica frente a la enorme colocación de deuda, que podía haber sido la única justificación del endeudamiento. Las cifras están ahí. No podemos defender lo indefendible. La deuda externa se duplicó como porcentaje del PIB y la deuda total aumentó 25%, pasamos de 40% del PIB, como saldo histórico, a 50% del PIB. El cálculo del FMI es de 54%. Y eso a pesar de que de 2015 a 2017 el Banco de México transfirió remanentes de operación por un total de casi 600 mil millones de pesos, recursos que no existían como flujo, provenientes de utilidades no realizadas, temporales, que con la apreciación del peso desaparecieron del balance del instituto central. Banxico se endeudó para poder entregar ese dinero a Hacienda y evitar los efectos de esa monetización.
Por el alto endeudamiento y la falta de disciplina al reducirse el precio del petróleo, se redujo la tenencia de valores gubernamentales en manos de extranjeros y tuvimos una depreciación de al menos 60% en estos 6 años, lo que ha impactado los precios. Así, también se provocó una inflación que ha deteriorado el poder adquisitivo, la encuesta de ingreso gasto que se inicia en estas semanas nos mostrará cómo se incrementó la pobreza por la inflación de 2017, el índice de la canasta básica ese año se incrementó 9.8%, esto quiere decir que desapareció 10% del ingreso de la población.
Por supuesto, las tres calificadoras nos pusieron, me parece que tardíamente, en perspectiva negativa y luego en estable, por el truco de los remanentes del Banco de México. Hoy tenemos inflación, una deuda que está en el límite de la capacidad de México, y el pago de intereses pasó de ser 7% del presupuesto a 13%.
Los puntos sobre las íes, sin eufemismos. La administración de Peña Nieto fue desastrosa. No estamos en bancarrota, pero nuestra estabilidad macroeconómica es frágil y la situación de las finanzas públicas más aún.
3. Diferenciemos. Cuando el nuevo equipo y el presidente electo descubren la deuda, la situación macro y la dificultad para reducir la tasa de interés, se podría entender la expresión de bancarrota. Si además recordamos que a 38.5% de las personas que sí tienen empleo, su sueldo no les alcanza para la canasta alimenticia, la expresión de la bancarrota también se entiende mejor. Que nuestra preocupación por la futura estabilidad macro y las finanzas públicas, que es válida, sobre todo por los pobres, no sea una defensa de Peña Nieto. Es indefendible y son temas diferentes. No confundamos.
@foncerrada lfoncerrada@foncerrada.org