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La suerte del PAN y su papel en el escenario político en los próximos años, es motivo de múltiples noticias. Muchas son prolongación de la agresión azuzada por la sevicia del peñanietismo contra Ricardo Anaya; sus huellas son identificables por las firmas y voces en los medios que durante todo este corruptor sexenio han practicado redituablemente el nado sincronizado con las directrices oficialistas. Pero otras, respetables, provienen de politólogos, comunicadores, ciudadanos y militantes preocupados por la supervivencia del pluralismo ideológico y el pluripartidismo democrático en la era de hegemonía morenista.
Se reconoce, pese a resultados electorales, que el PAN es la segunda fuerza política y la primera de oposición. Se espera que frente a la reconstitución —por la vía democrática— del modelo de partido dominante y un Poder Ejecutivo incontestable, despliegue su experiencia como oposición responsable y patriótica, sus capacidades en defensa de las libertades, la democracia, el Estado de Derecho, la República, el federalismo, el municipio libre, la libre empresa, la economía social de mercado, y de un orden social justo solidario y subsidiario.
Acción Nacional podrá cumplir esa servicial misión, inscrita en su ADN fundacional, si y solo si, supera positivamente esta difícil etapa por su reciente debacle en las urnas. Este doloroso resultado debe asumirse sin eufemismos y sin afanes vengativos, para reiniciar, con la cara en alto, su andadura histórica.
La notable victoria del panismo en Guanajuato, caso de excepción en la que Diego Sinhué Rodriguez alzó el trofeo de la gubernatura, al igual que las fórmulas de senadores, las 11 de diputados federales y 19 de diputados locales, más 25 planillas municipales, todo ese paquete de triunfos luego de 27 años de gobiernos panistas, en un contexto nacional dominado por el voto de castigo y la avalancha marrona, no es poca cosa; pero no alcanza para evitar una autocrítica honesta y constructiva de la realidad del partido.
Tampoco nos libran de una reflexión profunda sobre las causas remotas, próximas y circunstanciales de nuestro continuo retroceso en elecciones federales otras alegrías: la elección de Mauricio Vila como gobernador de Yucatán y de Renán Barrera en Mérida; la de Felipe Cantú en Monterrey, de Maru Campos en Chihuahua, de Maki Ortiz en Reynosa y tantos más; ni la esperanza de que las autoridades competentes dejarán sin duda alguna la legítima victoria de Martha Erika Alonso en Puebla.
Estamos obligados a ese ejercicio de introspección, leal con la institución y sincero entre nosotros, para no repetir el desgarramiento tras la derrota de 2012, cuyas secuelas están presentes en los resultados obtenidos en este 2018. Hace seis años las ambiciones de poder, y los grupismos, convirtieron la derrota electoral en un desastre institucional. No debemos reeditar esa tragedia so pena de liquidar al PAN definitivamente (ver L. F Bravo Mena; Acción Nacional Ayer y Hoy, una esencia en busca de futuro. Grijalbo.2014).
Las ansias desordenadas por ocupar la presidencia del PAN, refleja muchas cosas menos compromiso panista por el fortalecimiento del partido, así se afirme que esas son las motivaciones que los inspiran.
Los actuales dirigentes están obligados a abrir un espacio de diálogo incluyente para elaborar el proyecto inmediato del PAN. Mal camino habremos de tomar si primero nos ocupamos por la persona que encabece el CEN sin antes dilucidar elementos constitutivos de este nuevo ciclo histórico y frente a ellos definir la misión y la estrategia de Acción Nacional. Primero lo sustantivo y después quién deba encarnar ese mensaje y el liderazgo de la institución.
Ex presidente nacional del PAN.
@ L_ FBravoMena