La imagen de miles de personas procedentes de varios países de Centroamérica caminando decididas a llegar hasta Estados Unidos, o quedarse en México si el asunto se pone difícil, se ha vuelto preocupación en la opinión pública. A este grupo de personas se le describe como caravana, pero la imagen que se transmite es la de una ola humana que anuncia volverse un tsunami. Al presentar estas imágenes como si fueran ríos humanos lo que provocan es miedo, rechazo, preocupación y, ya de últimas, tal vez, la oportunidad para analizar las razones que provocan este éxodo.
No es la primera vez que se organiza esta caravana migrante que pretende cruzar territorio mexicano. Sí es, sin embargo, la primera vez que un grupo de personas emprende esta odisea a sabiendas de que hace menos de un año Donald Trump separó a centenares de familias e incluso, “perdió” niños y niñas que hoy no han podido reencontrarse con sus padres. El riesgo es enorme, pero tal parece que las condiciones que estas personas enfrentan en sus lugares de origen es superior al miedo.
¿Qué puede ser distinto esta vez? Sabemos que Donald Trump está reaccionando furioso ante las primeras imágenes de la desafiante caravana y vía Twitter amenazó a los gobiernos de la región centroamericana de quitarles los apoyos económicos que Washington les aporta si no detienen el flujo humano. En México hay que tomar estas reacciones de manera estratégica porque aunque parezca que estamos ante un conflicto, la realidad es que este asunto es un regalo para el mandatario estadounidense que en menos de un mes enfrentará la elección intermedia que renueva las cámaras de representantes en su país. Puesto así, esta caravana es un as bajo la manga que buscará fortalecer su liderazgo y renovar su discurso de control fronterizo y mano dura contra la migración.
El gobierno mexicano tiene la posibilidad de desarticular el conflicto y, sobre todo, evitar el uso político que este asunto puede generar. En lugar de enviar policías y militares a la frontera sur de México como si fuera a llegar una invasión de Marte, nuestro gobierno debe apegarse al pie de la letra de todos los convenios y acuerdos internacionales que ha firmado durante años. El presidente Peña Nieto debe honrar lo que hace apenas unas semanas en su último discurso ante las Naciones Unidas señaló, al aseverar que “ante la migración internacional lo propio es tomar medidas y acciones en defensa de los derechos humanos de los migrantes”. Esto implica permitir el paso de la caravana ofreciendo condiciones de seguridad y atención humanitaria en lugar de buscar disuadirla bajo amenaza de deportación.
Además, ya que México lideró exitosamente el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular, quedó comprometido a aceptar las solicitudes de refugio de todas aquellas personas que lo demanden pero, sobre todo, a dar seguimiento y resolución al trámite y no mantener una política tortuguista que actualmente tiene a casi 15 mil solicitantes de refugio en nuestro país en un limbo jurídico perverso y cruel.
Una caravana de un par de miles de personas migrantes no es bajo ningún motivo una amenaza para un país enorme y gran potencia como es México. Para ponerlo en perspectiva, si consideramos que por nuestra propia frontera norte cruzan diariamente un millón de personas, esta caravana es comparativamente pequeña y en realidad, en otras circunstancias, sería el equivalente a un crucero repleto de turistas. Lo mínimo que se nos ocurriría es darles la bienvenida.
Profesora Investigadora
del Instituto Mora