Encuentro mil razones para que los pueblos del mundo se disculpen unos con otros. Mil razones para que los varones pidamos perdón a las mujeres; otras mil para que, como homo sapiens, nos disculpemos con otras especies como la vaquita marina que estamos a punto de extinguir. Celebro que, entre mis colegas, se identifique un catálogo de naciones que se han excusado con otros pueblos (supongo que para quitar hierro a la petición presidencial) o que sugieran que el Presidente interpela a las élites mexicanas a través de la Casa Real y también celebro que, en el ánimo del primer mandatario y su esposa prevalezca un tono conciliatorio. Sin embargo, las disculpas no son un fin en sí mismo si no son seguidas de una genuina voluntad de enmienda. La disculpa pedida sin humildad ni heroísmo, confronta: “Pídame perdón porque me quiero llevar mejor con usted”. No me parece auspicioso el proceder. Pero encuentro diez razones para no seguir por esta senda:
1) Porque llevamos 42 años de relaciones constructivas y respetuosas con España, hemos construido juntos una comunidad iberoamericana y muchos espacios de cooperación, como la promoción de nuestra lengua en el mundo. Por supuesto que después de 42 años de matrimonio cualquier pareja podría sacar los agravios de los Montesco y Capuleto y tener una grave discordia, pero me parece que no es el momento de abrir, de la forma como se abrió, una cuestión que ignoro cómo va a terminar, pero que ha empezado mal. 2) Porque el tema de la historia, si se quiere tratar bien, debe provenir de la comunidad de historiadores y no de una instrumentación política de la misma, como parece ser el caso. 3) Porque todas las encuestas reflejan que el país está impregnado de un optimismo nunca visto y muchas comunidades sienten, por primera vez, que su vida puede cambiar y regresarlas al planteamiento del derrotismo es como recordar la catástrofe del pre mundial de Haití, cuando la Selección Nacional no tuvo oportunidad de pasar a la siguiente ronda. No es que no sea cierto, pero pocas veces tenemos entusiasmo por el futuro y se nos viene a recordar que México no parece encontrar paz con su historia. 4) Porque no deja nada bueno confrontar a una sociedad removiendo un pasado dicotómico en el que se habla de vencedores y vencidos. El gobierno actual no puede asumirse representante del imperio derrotado de los mexicas, sino más bien como una continuidad del Estado colonial. Por tanto, no parece estar en la mejor posición para pedir disculpas, sino para ofrecerlas. Finalmente, hoy hay más de diez millones de indígenas que viven en la pobreza y hace 200 años que este país es independiente. 5) Porque un debate que no sale de la academia ni de las organizaciones indígenas, sino del Presidente y su esposa, no puede ser leído más que como una iniciativa que les interesa más a ellos que a la comunidad nacional. 6) Porque pelearte con un país que es inversionista de primer orden, resulta una mala idea cuando quieres ampliar la inversión y promover tu crecimiento y, particularmente, cuando tus propagandistas equiparan abusivamente las atrocidades de Hernán Cortés con las ganancias del BBVA. 7) Porque España es nuestra puerta de entrada a la Unión Europea y esta última, es la mejor opción para diversificar, política y económicamente, nuestra abrumadora relación con Estados Unidos. 8) Porque es muy poco benéfico para un país usar, como lo recomienda Steve Bannon, el guion del populismo nacionalista, porque, por la ley del péndulo, si tenemos un populismo de izquierda que pierde el sentido de la moderación, le corresponderá, en el futuro, un populismo de derecha igualmente combativo.
¿Imaginan un nacionalismo criollo abiertamente racista? ¡Qué horror! La moderación nos civiliza. Las dicotomías excluyentes nos confrontan. Los populismos de hoy impulsarán a los populismos del mañana en sentido contrario.
9) Porque el Presidente no quiere parecerse a Chávez, Maduro o Morales y ha optado por un guion que es casi calcado. 10) Porque la verdadera crisis política y diplomática viene de Estados Unidos y aunque hagamos acrobacias históricas, el conjunto de agravios que en los últimos dos años ha proferido el presidente de aquella nación sobre nuestro país, es lo suficientemente delicado y contrastante como para que uno se pregunte si el Presidente pide disculpas allá donde sabe que las consecuencias son menores.
Nuestro país necesita amigos ante la perspectiva de que, con el delirante avance del nacionalismo norteamericano, el antimexicanismo se convierta en la seña de identidad más importante de la política estadounidense. No nos conviene pelearnos con quienes han sido nuestros aliados tantos años simplemente por una veleidad.