Durante un periodo muy largo, la política exterior estuvo mediatizada por lo que una élite presumía que pensaba el pueblo mexicano. Se atribuía, de manera extra lógica, una larga serie de percepciones que las élites nacionalistas suponían que el pueblo había asumido como propias. De esta manera, se decía, por ejemplo, que el nacionalismo mexicano era sólidamente antiestadounidense o que, por alguna disposición sociológica, el mexicano era contrario al libre comercio; ello por la repetición incesante de los lemas de la red de acción contra el libre comercio quienes, por cierto, hoy ocupan el gobierno en algunas carteras.

Gracias al talento y la perseverancia de Guadalupe González, Jorge Schiavon, Gerardo Maldonado y Karen Marín, hoy tenemos una entrega más de la investigación sobre Los mexicanos ante los retos del mundo. Y, como en entregas anteriores, desde el 2004, vemos que nuestros compatriotas tienen una visión pesimista de lo que ocurre en el mundo, pero al mismo tiempo, tremendamente sofisticada y con niveles asombrosos de pragmatismo.

Empiezo por el pragmatismo. Las actitudes hacia una economía abierta aún son muy importantes, no nos sentimos amenazados por la globalización, como ocurre en otras latitudes, ni tampoco se ha anidado en el ánimo de las mayorías una versión adversa del libre comercio o la inversión extranjera. La gente percibe que una economía abierta va en beneficio directo de su economía. Los mexicanos (a diferencia de las élites pueblerinas que dominaron la comunicación durante buena parte del siglo pasado) perciben que los asuntos mundiales afectan más al país que a sí mismos y se pronuncian por una política exterior que mejore su bienestar personal y la seguridad general del país.

No somos un país rijoso, pues preferimos una participación activa en el exterior con instrumentos de poder suave y claramente existe una predisposición a invertir en ellos. Espero que la próxima administración tome como una prioridad de la política exterior, trabajar de manera constante y sistemática el tema de la reputación de la imagen de México en el mundo. La opinión pública está dispuesta en gastar dinero en ello y me parece que la ideología tradicional del nacionalismo revolucionario debería tomar en cuenta esta nueva realidad sociológica que propende a mostrarse al exterior con su mejor cara. Porque es un país, efectivamente, en el cual hay una enorme inconformidad y desconfianza con las instituciones, pero sigue siendo una nación que tiene un enorme sentido de pertenencia. La identidad mexicana y latinoamericana sigue siendo tremendamente fuerte.

Es también notable constatar que la intención de emigrar ha disminuido y es claramente reconfortante ver como quienes retornan a México, después de una experiencia migratoria en Estados Unidos, tienden a ser bienvenidos.

Muchos otros temas pueden cosecharse de esta riquísima encuesta, pero quizá uno de los más importantes es dar más relieve a las instituciones hemisféricas. Ni la OEA ni CELAC, como tampoco la Alianza del Pacífico, dicen mucho al ciudadano común. Se debe encuadrar, de una manera mucho más precisa, la comunicación sobre estas instituciones, de forma que al ciudadano común le hagan sentido tantas cumbres y reuniones.

En resumen, los resultados que arroja el estudio nos permiten ver que, si las élites quieren conservar una visión parroquiana y tradicional, deben saber que irían en contraflujo de lo que piensan los mexicanos sobre los retos que tenemos frente a nosotros.

Analista político. @leonardocurzio

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