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102 agrupaciones han notificado al INE que intentarán conseguir su registro como partido político. Hace seis años fueron 52 y solo lo alcanzaron tres. Seguro hay de todo: esfuerzos serios y aventureros, curtidos y sin experiencia, ambiciosos e ilusos.
Lo que me llamó la atención, además del alto número de solicitantes, fueron tres reacciones que expresan de manera inmejorable que entre franjas nada despreciables de la población existe una idea bastante “curiosa” de lo que son los partidos.
1.Una iniciativa logró recoger miles de firmas para que no se le otorgue el registro al intento encabezado por el ex presidente Calderón y Margarita Zavala. Mucho se debe discutir en torno a esa intención (su significado, orientación, su eventual impacto, la gestión del ex y súmele usted), pero no el derecho que les asiste o que deseen ser expresión de una corriente presuntamente implantada en la sociedad.
Imaginemos que para obtener el reconocimiento se le preguntara a la población si está o no de acuerdo con ese o con cualquier otro partido. Lo más probable es que ninguno lograra más votos positivos que negativos. Incluso Morena (hoy el partido mayoritario) estaría en problemas. Y es que los partidos —como su nombre lo indica— no son representantes del conjunto sino de una parte, y la lógica que modela la legislación, además del sentido común, es que si logran demostrar que con ellos se identifica una proporción significativa de ciudadanos deben estar presentes en el escenario institucional. Por ello se reclama un mínimo de adhesiones para ingresar y por lo menos el 3% de los votos en cada elección federal; un porcentaje para nada despreciable (si votan 50 millones se requiere por lo menos 1 millón y medio). Todo el diseño parte de la idea de que deben estar en las boletas todas aquellas opciones que tengan un mínimo razonable de apoyo de tal suerte que la pluralidad política que cruza a la nación esté representada.
2. Otra reacción resultó más prosaica: “ya son muchos, ¿para qué queremos más?”. Habría que preguntarse: ¿qué deben y pueden hacer aquellos ciudadanos que no se identifican con ninguna de las formaciones políticas existentes? ¿Deben estar condenados a no tener representación? ¿A ver los toros desde la barrera? Porque la lógica de la ley es la contraria: que aquellos que no se sientan representados puedan forjar su propia opción, llenando ciertos requisitos. Porque el número de partidos no puede ser decretado caprichosamente. La ley tiene una puerta de entrada y otra de salida y se activan si se demuestra que se tiene una cierta implantación social o se carece de ella.
3. Pedro Kumamoto anunció su intención de solicitar el registro de un nuevo partido estatal. El ex candidato independiente opta así por dotarse de una plataforma organizativa permanente. Y no faltaron las descalificaciones porque “el independiente” dejaba de serlo. Alguien incluso afirmó que se trataba de una traición. No se entiende o no se quiere entender que Kumamoto y los suyos ya eran un partido, es decir, parte de la sociedad que se organiza intentando ocupar cargos de representación. Y que lo que hoy buscará es lograr el reconocimiento legal que le otorga una serie de derechos y prerrogativas.
Una sociedad modelada por una diversidad de intereses, ideologías, sensibilidades, etc., requiere de un sistema de partidos que más o menos la exprese. El “pequeño” problema es que la dinámica entre los partidos, que es de competencia y eventual convergencia, proyecta la imagen, como decía Juan Linz, de que son los partidos los que dividen a la sociedad (y no los que la expresan), que “no se ponen de acuerdo” y hacen tortuosa la política, lo que lleva a no pocos a ensoñar una sociedad unificada bajo un solo mando. Esa idea, la de una sociedad reconciliada consigo misma, unificada, armónica, sin disidencias, es buen caldo de cultivo para la añoranza imposible de un caudillaje que nos exprese a todos. Un pueblo monolítico que se manifiesta con una sola voz.
Profesor de la UNAM