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La llegada de nuevos cuadros demócratas al congreso estadounidense después de las pasadas elecciones fue una bocanada de aire fresco en el enrarecido clima político de ese país. Un ejemplo es el caso de Alexandria Ocasio-Cortez, una verdadera cenicienta moderna, quien en algún momento fue mesera en una taquería y cuyo triunfo en la Cámara de Representantes ilusionó a muchos desde la izquierda.
Ocasio-Cortez no tenía ni para pagar la renta de un departamento en la capital al mudarse a Washington, cuando ganó su escaño, y eso profundizó todavía más el cuento de hadas. Una mesera había triunfado sobre los barones del viejo sistema. David había vencido a Goliat.
Pero apenas a unas semanas de haber tomado su curul, ya se ha visto involucrada en una decisión que, para muchos (señaladamente sus compañeros progresistas, aunque no radicales), significará una oportunidad perdida para Nueva York, y al menos 25,000 empleos directos, altamente calificados, que nunca llegarán a ese estado.
Amazon anunció que buscaría una sede para sus oficinas centrales, y más de 200 ciudades de Estados Unidos se postularon, ofreciendo beneficios fiscales, con la plena conciencia de que atraer a una firma de esa envergadura (cuyos ingresos superan el PIB de países enteros) traería beneficios enormes a sus poblaciones, en un claro efecto cascada.
Nueva York no fue la excepción. El gobernador Andrew Cuomo, y el alcalde Bill De Blasio, demócratas y progresistas si los hay, trabajaron a favor de la llegada del gigante tecnológico. De Blasio declaró que la riqueza que se generaría haría “más fácil y rápida la solución de otros problemas sociales”.
No contaban con el radicalismo de Ocasio-Cortez y las organizaciones que la siguen, y que se oponen básicamente a todo, desde una ideología anticapitalista, ecologista radical (hubo grupos que se quejaron del supuesto “impacto ambiental” que traería la sede) y la ideología Degrowth, según la cual ya no debemos aspirar a crecer económicamente, sino a decrecer. Su justificación fue que lo que necesitaba la comunidad eran casas y transporte, no mega proyectos.
Finalmente la empresa de Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo (dato que debe de haber jugado también un papel en la narrativa justiciera de los opositores) decidió establecer su sede en otra ciudad. Cuomo no pudo ocultar su descontento al establecer que “un pequeño grupo de políticos puso sus estrechos intereses por encima de los de la comunidad y del futuro económico del estado”.
Como escribió Antonio Caño, analizando el hecho (y arrojando una frase reveladora: “detrás de toda demagogia hay siempre un punto de realidad”), “es cierto que Queens tiene un problema de vivienda y de transporte, y que la mejora del metro es una vieja reivindicación de la ciudad”, pero, razona el ex director de El País, ¿en qué cabeza cabe que estas necesidades van a ser mayormente resueltas si se impide la llegada de un polo de progreso tan claramente identificable como ese?
Cuomo tenía razón también, por cierto, en el hecho de que los grupos opuestos representaban intereses minoritarios, puesto que una encuesta realizada por el New York Times mostró que el 57% de los neoyorquinos apoyaban la sede de Amazon, contra sólo un 26% de oposición. Vencieron, literalmente, los que gritaron más alto.
Para muchos políticos situados en el extremismo, las consignas ante la multitud son siempre de suma cero. “Si ganan ellos, perdemos nosotros”. En esas prédicas no existe la concepción de que todos pueden ganar con una decisión que promete acelerar el desarrollo. Alexandria, quien trabajó en la campaña de Bernie Sanders en las pasadas presidenciales, es vista hoy por sus adictos como la heroína que logró infringirle una derrota a las grandes corporaciones.
Según ella, el estado iba a perder 3,000 millones de dólares (que efectivamente, se habían ofrecido como incentivos fiscales a la tecnológica). Con ese dato se queda, y es lo único que necesitan sus fieles para apoyarla. Según esto, ese dinero podría servir para escuelas y maestros. No obstante, habría que preguntarle: ¿de qué dinero está hablando?
Si no llega la compañía, no hay necesidad de hacer ninguna cuenta fiscal: simplemente no llegará ningún recurso. Como explicó el alcalde de Manhattan, se trataba de “un acuerdo que traería 27 mil millones de dólares en ganancias al estado y a la ciudad, que se iban a ocupar en educación, transporte público y apoyos a viviendas”. “Los 3,000 millones que recibiría Amazon en incentivos fiscales serían sólo después de que nosotros obtuviéramos los empleos y las ganancias”, dijo. Además, Amazon se había comprometido a invertir en infraestructura en Long Island City y a apoyar la educación en la ciudad.
En México, el presidente de la República, quien en sus años de opositor enarboló todo tipo de posturas radicales, parece haber comprendido que en las decisiones hay muchas aristas que analizar, y que no es lo mismo arengar a la gente en un mitin que realmente tener una responsabilidad de gobierno. Andrés Manuel López Obrador dijo en Yecapixtla, el 4 de mayo de 2014, que la termoeléctrica de Huexca era “una ofensa y un agravio para la tierra de Emiliano Zapata”, y que era “como si fueran a Jerusalén a construir un basurero tóxico o una planta nuclear”.
“México no es territorio de conquista, ni es para que vengan los extranjeros a expropiarse de todo”, comentó en esa ocasión. Seguro se sintió muy satisfecho al pronunciar esas palabras, y seguro la gente lo aplaudió rabiosamente. El problema es que había en ellas muchas y muy peligrosas imprecisiones. En principio, no tenía que ver con basureros tóxicos ni con plantas nucleares (quizá en ese momento le sonó demasiado fuerte la palabra “termoeléctrica”, y pensó en algo parecido a Chernobyl).
Pero las omisiones fueron más graves que los errores. Lo que no dijo es lo que ahora sabe, y por eso apoya el proyecto: que dicha “termoeléctrica” (el nombre es impreciso) son dos plantas de ciclo combinado alimentadas por gas natural (por mucho, el menos contaminante) que ya están construidas, y que sólo falta habilitar unos cuantos metros de un gasoducto para echarlas a andar, con lo que la zona central de nuestro país se alimentará de energía eléctrica para las próximas dos décadas.
Omitió decir que no es un proyecto “de extranjeros” que vienen “a conquistar”, sino de la Comisión Federal de Electricidad, y que el concepto de que le van a quitar el agua de riego a las comunidades es un embuste, porque el acueducto lo que llevará son aguas tratadas para enfriar las turbinas.
AMLO dice ahora que los grupos que se oponen al proyecto son “ultrarradicales” que, en vez de izquierda, por sus posturas irreductibles parecen más bien conservadores. Sean de izquierda o de derecha, desearíamos que los políticos que toman decisiones que afectan a miles o a millones de personas superen ese curioso síndrome del opositor perpetuo (algunos también lo llaman del adolescente eterno), y que demuestren capacidad de analizar datos duros, más allá de los muy redituables radicalismos de tiempos electorales.
El presidente López Obrador no quiere tirar a la basura 1,400 millones de dólares que ya se han invertido en la termoeléctrica. Hoy él apoya ese mega proyecto, y sabemos que es el gran elector de las consultas ciudadanas, pero en otras decisiones trascendentes no le ha importado el despilfarro de recursos (la termoeléctrica se queda muy corta) y ha imperado el discurso radical de cuando estaba en la oposición.