“Y usted, ¿por qué sale a marchar?”. El periodista no espera realmente una respuesta, ansía más bien la oportunidad para ridiculizar al maestro. No le importa entender su postura respecto a la reforma educativa ni que la sociedad tenga una perspectiva distinta a la del discurso oficial. Lo importante es retratar al opositor como ignorante, violento, dogmático. Qué mejor si en el camino la cámara captura un error de ortografía en las pancartas o si consigue irritar a uno de ellos lo suficiente para retratarlo como intolerante. Ese era el tipo de periodismo que tantas veces repudiamos en el anterior sexenio por su bajeza, por su parcialidad, por su servilismo al poder. Ese es el mismo tipo de periodismo que debemos seguir repudiando en el nuevo gobierno sin importar si los herejes han cambiado de bando.
Si la analogía no es lo suficientemente explícita, consulte el reportaje/editorial que Nación321 ha viralizado sobre la “pejefobia” en la “marcha fifí”. Nadie se extraña de la irreverencia con la que Nación321 comunica, sino de la frecuencia cada vez más sesgada y parcial con lo que lo hace. De manera lamentable, pasó de ser un medio ingenioso, satírico, crítico del establishment a una revista de vanidades para simpatizantes del obradorismo y una extensión (cada vez más burda) de propaganda oficial. Basta con asomarse a unas cuantas de sus publicaciones en Facebook para constatarlo: “AMLO te pide que lo ayudes a transformar el país”, “todo los gobernadores salen ‘contentitos’ de su primera reunión con el presidente”, “conoce a la exmiss Venezuela que estuvo en la toma de protesta de su suegro [AMLO]”. De ahí una entrevista con Sheinbaum, después otra con Martí Batres, de relleno Pedro Kumamoto, para no dejar dudas de que son un medio “independiente”.
Frente al cerco informativo que México vivió por años, la irrupción de medios alternativos y de las redes sociales permitió que cada quien “contara su propia verdad”. Contra el duopolio televisivo y el acartonamiento de las barras informativas, el nuevo discurso mediático enfatizó la importancia de decir la neta y de atreverse a ser políticamente incorrectos. Al igual que Nación321, muchos medios emergentes optaron deliberadamente por hacer a un lado la exigencia de proveer información balanceada y neutral para privilegiar una comunicación con mayor autenticidad, inmediatez y frescura. La fórmula funcionó.
Las nuevas plataformas que se presentaron como críticas del gobierno vieron sus audiencias crecer en medida en que la popularidad de Peña Nieto caía a niveles históricos. Pero ¿fue todo un juego estratégico o en algún momento estos medios se plantearon seriamente servir como contrapesos al poder? Quizás una combinación de ambos. En un ecosistema informativo donde la publicidad oficial tiene un peso mayúsculo, ser oposición tiene altos costos que deben compensarse de alguna u otra forma. Si ése es el caso, ¿tienen licencia los medios que ganaron con AMLO a disfrutar sus dividendos y alinearse con el nuevo gobierno? Más aún, ¿si por años han existido medios de comunicación alineados con el poder económico y la derecha, no suma a la pluralidad tener medios igualmente sesgados y parciales, pero ahora de izquierda?
La pluralidad de opiniones que nutre a una democracia no surge del agregado de voces disímiles, sino de la interacción entre ellas. Cuando un medio decide encapsularse en una ideología o en una sola audiencia, termina por construir una cámara de eco [eco chamber], es decir, un sistema cerrado de información en donde la gente que piensa similar encuentra la resonancia ideológica que le apetece para reforzar sus propias creencias. Pero “el diálogo real”, como señala Zygmunt Bauman, “no es hablar con gente que piensa lo mismo que tú”. Normalizar el sesgo informativo es, por el contrario, el primer paso para una comunidad polarizada, incapaz de entender al adversario, de escuchar puntos de vista diferentes y de atreverse a cuestionar sus propias creencias.
A veces por cinismo, otras por nuestra ceguera posmoderna, nos resistimos a imaginar que las cosas pueden ser distintas. ¿Para qué esforzarse en encontrar un sentido objetivo en la información, cuando la verdad de los hechos no es más que un consenso coyuntural? No estamos pidiendo que los medios sean objetivos, ni que abandonen sus líneas editoriales; pedimos que presenten información balanceada, que se mantengan críticos al gobierno sin importar quien esté en el poder y que se atrevan a presentar puntos de vista contrarios a los que su audiencia espera escuchar. Y aquí hago una precisión fundamental, no se trata de invitar ocasionalmente a voces opuestas a las mesas de debate, eso es algo que hasta Fox News hace porque la polémica siempre vende. Se trata de evitar un “falso balance” concediendo tanto al gobierno como a la oposición un trato proporcional, sin promover filias ni fobias sistemáticas .
Los nuevos medios de comunicación deben dejar de justificarse en el viejo argumento de que “las cosas siempre han sido así”. Si en algún momento creyeron que podían hacer un tipo diferente de periodismo, si alguna vez pensaron que su voz podía ser contrapeso a la del poder político, si llegaron a concebir a su profesión como algo más que una agencia comercializadora de noticias, entonces tienen la exigencia moral de revisar sus contenidos. Hay también razones de utilidad para hacerlo. Atar el destino de un medio a la del gobierno en turno puede ser una apuesta desastrosa al largo plazo, pues es natural que todo gobierno desgaste su popularidad conforme avanza el sexenio. Los medios que ahora justifican, enaltecen y tunean todo lo que hace la “cuarta transformación” asumen un riesgo similar al que Televisa corrió con Peña Nieto. Quién sabe, quizás a la larga presenciemos una nueva revolución de las audiencias, una nueva lucha contra el sesgo informativo, otro #YoSoy132 que esta vez no incluirá Attollinis.