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Estimado Pedro,
Ayer leí tu columna, Gritándole al precipicio. Coincido ampliamente contigo en que el debate sobre si Sergio Mayer debía o no presidir la Comisión de Cultura llegó a extremos de frivolidad y polarización. Punto de no retorno en el que personas con diferentes perspectivas fueron incapaces de argumentar más allá de la descalificación. Coincido contigo. Pero cuando quise saber tu postura sobre el tema no la pude encontrar. Volví a leer cuidadosamente la columna, por si algo había omitido, pero no pude decir si Kumamoto estaba a favor o en contra de que Meyer presidiera la Comisión. Lo único que hallé fue una frase irresoluta: hay una porción de la población que no estamos ni con la defensa a ultranza ni con los ataques desesperados.
Sentí ganas de aplaudirte, Pedro. Me pareció la postura de una persona que, efectivamente, valora “la sensatez del matiz, la rectificación [y] el diálogo”, pero me quedé en las mismas, sin saber tu opinión. Después leí otra de tus columnas, Polémica independiente. En ella relatas la manera en que se le negó la palabra a Álvarez Icaza en el Congreso desencadenando “reacciones de condena y apoyo” . Habiendo sido tú mismo un independiente, más bien El Independiente que marco un parteaguas en la forma de hacer política del país, pensé que seguro tendrías una postura definitiva sobre el suceso. En su lugar, me encontré con otro intento de ponerte por encima de las diferencias sin tomar partido: “más allá de las filas a las que pertenecen, detractores y defensores han coincidido en [que] es fundamental clarificar en la ley los derechos de las y los legisladores”. Sí, claro que es necesario reglamentar sus derechos, pero por momentos imaginé que estarías dispuesto a emitir un juicio de fondo. Me faltó saber tu opinión: ¿es realmente Álvarez Icaza un independiente aunque haya llegado por las siglas del Frente? ¿cometió un acto de censura Muñoz Ledo al negarle la palabra? Estos temas no son menores, y aunque su discusión se trivialice en redes sociales lo cierto es que refieren a la naturaleza misma de nuestra democracia.
Me quedo con la impresión, Pedro, de que confundes la moderación con la neutralidad , la sensatez con la ambigüedad y el matiz con el silencio. No creo que tu caso sea particular. Encuentro a muchas otras voces, que otrora fueron críticas del gobierno, inmersas en una encrucijada similar. “¿Qué hacer ante la llegada de un nuevo régimen con tan amplio respaldo social?” “¿Somos opositores o no sumamos a su defensa?” En aras de salvar su sentido crítico, algunos han optado por combatir molinos de viento: anatematizar sostenidamente con lo que queda del PRI, la derecha y la nueva oposición. Otras voces, como la tuya, se han refugiado en un punto de conveniente neutralidad, resistiéndose a definirse. “¿Estás con las consultas o con las minorías? ¿Con el INEGI o con los coyotes? ¿Con Mayer o con el PES? Esta polarización no beneficia a nadie”, mencionas en Twitter. Y reitero, coincido contigo: la polarización no suma al debate público pero el relativismo político tampoco.
Recuerdo que durante campaña una de las mayores críticas a tu candidatura fue, precisamente, tu ambigüedad en temas escabrosos como el aborto. Aunque reconozco que gran parte de las críticas fue alentada como guerra sucia, existían dudas genuinas por parte de sectores progresistas sobre tu compromiso con el derecho a las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo. Temas como éste, son sin duda complejos y no necesariamente binarios. Pero se espera de quien decide entrar a la política que sea capaz de tomar definiciones, de sostenerlas y justificarlas. Sobre todo en un contexto como el nuestro, donde los actores políticos se caracterizan por su ambigüedad y oportunismo.
Advierto que mi decisión de escribirte no es en lo absoluto un intento por descalificarte. Si hay una voz juvenil que es escuchada en la esfera pública sin ser una voz militante, esa voz es la tuya. Por eso, precisamente, me parece crucial interpelarte; advertir el peligro de que las voces críticas e independientes se queden diluidas en una cómoda neutralidad. Refugiarse en el consenso, en el justo medio, en temas políticamente correctos o en el relativismo de “cada quien tiene su propia razón” no ayuda a subir el nivel de debate. Hay que tomar postura, sin que ello implique someter nuestra voz a una camisa de fuerza. Se vale un día criticar al gobierno y otro día reconocer sus aciertos. Se vale cambiar de opinión. Se vale contradecirse. Se vale debatir con uno mismo e incluso con quienes piensan como nosotros. Se vale hacerlo y a veces no sólo se vale, sino que es también una exigencia, sobre todo en momentos en los que nadie se atreve a dudar de su propia verdad.