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En teoría, México y Canadá apostaron por la globalización, en la práctica se conformaron con mantener una relación de dependencia económica con Estados Unidos: el 80% de las exportaciones mexicanas va a ese país, 76% de las canadienses va al mismo mercado.
Poco ha cambiado desde 1993: un año antes de la entrada en vigor del TLCAN, Canadá enviaba poco más de 80% de sus exportaciones a Estados Unidos, en el caso de México la cifra rondaba 90%. El proceso de globalización y apertura comercial implementada por ambos países no sirvió para diversificar el destino de sus exportaciones.
Tampocó incrementó significativamente el monto del intercambio comercial entre México y Canadá: el 1993 las importaciones de productos canadienses representaban cerca de 650 millones de dólares, en 2016 fueron de 5.6 mil millones, una cifra lejana a los 200 mil millones que proceden de Estados Unidos.
No es sorpresa, diversos análisis realizados en Canadá durante el proceso de negociación del TLCAN enfatizaban que existía poco interés por el mercado mexicano, sólo algunas empresas terminaron por incursionar en él, algunas ya lo habían hecho antes del TLCAN.
Los estudios mostraban una preocupación por la ampliación de un acuerdo que, en principio, sólo sería bilateral. Estados Unidos y Canadá ya habían creado un marco legal explícito para su creciente vinculación. México entró a dicho proceso gracias a la visión geopolítica y geoeconómica del presidente George Bush.
Se debe recordar que Estados Unidos requería conformar un bloque comercial que le permitiera enfrentar la consolidación de lo que terminó siendo la Unión Europea y el desafío que representaba el bloque soviético.
Gracias a ello se pudo conformar el TLCAN, un acuerdo entre naciones asimétricas que confiaron en que el libre comercio sería suficiente para enfrentar los retos globales.
La reserva de analistas canadienses era que los bajos costos laborales y la facilidad de eludir los compromisos ambientales en México podrían desviar las inversiones que Estados Unidos realizaba en Canadá.
Parte de ello se hizo realidad, y Canadá entró en un proceso que debilitó su sector industrial, particularmente en las provincias que se habían integrado al sistema industrial estadounidense situado alrededor de los Grandes Lagos.
El punto culminante se dio en 2009, cuando la crisis financiera propició un profundo cambio en el sector automotriz que favoreció a México y que se vinculó con el sistemático traslado de las manufacturas al Este asiático que había iniciado desde los primeros albores de la década de los años 90.
Canadá no tuvo respuesta a ello, su industria había perdido productividad y capacidad de competir frente a las empresas asiáticas y a la ventaja comparativa de México. Su mercado interno es sólido pero dependiente de lo que ocurre en Estados Unidos.
El PIB de todas las provincias canadienses que comparten frontera con la principal potencia global depende del intercambio comercial que se realiza diariamente con dicha nación: el valor del mismo oscila de 35% hasta 50% del PIB de cada provincia.
Es evidente que Canadá y México aceptaron la globalización pero monoglobalizaron su relación comercial, Estados Unidos es el corazón de la misma.
El problema es que la perspectiva de visión geopolítica ha cambiado, Donald Trump pretende subordinar a sus empresas trasnacionales y sus socios comerciales a los intereses estratégicos de su administración: recobrar empleos e inversión que la apertura económica permitió fueran a las regiones del mundo que consideraron más rentables para comerciar.
Con una estrategia de zanahoria y garrote, Trump intenta negociar con sus empresas: una reforma fiscal que haga más rentable invertir en Estados Unidos, cambios a la regulación energética para incentivar la inversión en petróleo, gas y carbón, apostar por lo Hecho en Estados Unidos son parte de la zanahoria. El endurecimiento de la regulación de comercio internacional y de las compras del gobierno estadounidense son parte del garrote.
Canadá y México tienen escaso margen de acción, descuidaron su sistema productivo interno, aceptaron al comercio internacional como estrategia de política económica para crecer y lo hicieron en una relación de dependencia monoglobalizadora. Todo ello terminó.
La renegociación del TLCAN propiciará cambios en América del Norte, sí México no implementa un nuevo modelo de desarrollo basado en su mercado interno seguirá condenado al crecimiento de 2.5% que le ha caracterizado durante 30 años y que será menor sí se cumple el pronóstico de Paul Krugman respecto al tamaño de la afectación al terminar el TLCAN.
El tiempo corre para el hipotético Plan B.
Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico