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La disputa por la verdad. A los actos de ayer para conmemorar los cincuenta años de la represión del 2 de octubre de 1968, con el programa encabezado por la UNAM, al que siguieron exponentes de todos los poderes y de la pluralidad nacional, se agregaron los nuevos intentos de nuestra prensa, también ya cincuentenarios, de integrar los hechos criminales de aquella tarde. Ninguno de esos nuevos —ni viejos— intentos en ese sentido han sido concluyentes en cuanto a los pormenores de los ataques y los atacantes ni al número de víctimas. Pero también ha aparecido una interesante producción editorial que continúa aportando elementos de información y análisis de aquel pasado y lecciones para el presente y el porvenir.
Reveladoras de la estrategia represiva de 1968 resultan las reconstrucciones, desde dentro del movimiento, de acontecimientos centrales de los dos meses previos al día de la tragedia, como la emprendida por Gilberto Guevara Niebla, uno de los principales líderes del Consejo Nacional de Huelga, en el libro citado el miércoles aquí, 1968 explicado a los jóvenes (FCE, 2018). Su lectura es esclarecedora de las dinámicas de provocación que suelen confluir con propósitos de asfixiar o desnaturalizar movimientos genuinos y construir condiciones favorables a algún proyecto político ajeno u hostil, como lo sostiene Guevara en este libro, respecto del 68. O con el objetivo de alterar el estatus de las instituciones, también desde el interés de políticos externos, como podría estar ocurriendo hoy en la UNAM con la activación de hechos criminales desestabilizadores seguidos de acciones para reventar cada arreglo a la vista.
El acercamiento de este libro a los episodios que desembocaron en el aplastamiento del mitin de Tlatelolco recordado ayer, podría reforzarse con los hallazgos de un nuevo libro que aparecerá en los próximos días bajo el mismo sello: El 68 y sus rutas de interpretación: una historia sobre las historias del movimiento estudiantil mexicano, del historiador Héctor Jiménez Guzmán. Específicamente, la primera y la última de las seis historias o rutas de interpretación que registra el libro, en disputa por establecer ‘la verdad’ sobre aquellos hechos.
Nunca más. La primera ‘historia’, “Los escritos de la conjura”, desarrolla puntualmente la narrativa gubernamental —entonces reproducida casi con unanimidad por los medios— con la fabricación, desde el primer día del movimiento, de una conjura en gestación contra México, que el propio gobierno se esmeraba en cultivar como profecía auto cumplida a través de actos de provocación. Mientras que la última de esas historias recogidas por el autor, “Los inventarios de la violencia”, registra las revelaciones surgidas de la apertura de archivos oficiales que ponen en evidencia más bien otra conjura: la de un gobierno que ponía a circular falsas conspiraciones para justificar la supresión sanguinaria de un movimiento anti autoritario y reivindicador de libertades democráticas.
Y a la vista de los efectos en 1968 del uso de teorías de conjuras como recurso de descalificaciones, exclusiones y eliminaciones del contrario, la consigna ‘Nunca más’ que presidió ayer las conmemoraciones cincuentenarias de aquella suerte de ‘solución final’ aplicada por Díaz Ordaz para la eliminación sistemática de todo brote de inconformidad, debería incluir un compromiso contra la apelación a teorías conspirativas en el debate público, por parte de oposiciones y gobiernos: los de hoy y los de mañana.
Intolerancia cotidiana. Por ahora, y para bien, la coincidencia general de ayer en el homenaje al movimiento del 68 marca quizás el fin de la disputa por la verdad. Sólo que probable y lamentablemente podría desmentirse hoy y en los siguientes días con la vuelta a la intolerancia cotidiana, especialmente en la red. Allí, con la pulsión de silenciar al discrepante, acaso en nombre del 68 se atentará contra lo mejor del espíritu del 68: contra el clamor de ‘¡viva la discrepancia!’ del rector Javier Barros Sierra.
Director general del FCE