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Gobierno desinformador. A un mes de su triunfo electoral, la percepción extendida en medios y redes de una inconsulta manera de tomar decisiones por el futuro presidente, sin reparar en efectos en mercados ni en sus propias filas, convive con la recordación en los propios medios del cincuentenario de la personalísima decisión, de la que se jactaría después el presidente Díaz Ordaz, de escalar la represión de las protestas juveniles del 68. De hecho, cincuenta años después, al rememorar aquellos hechos, los medios mexicanos ofrecieron el lunes una información más detallada y explícita que la publicada en su momento por la mayor parte de ellos sobre la toma por el Ejército del centro de la capital y el disparo de bazuca que la madrugada del 30 de julio de 1968 convirtió en astillas y cenizas el portón barroco colonial del Colegio de San Ildefonso.
En ese refugio de estudiantes que protestaban contra la represión del 26 de julio anterior, irrumpía aquel proyectil en una nueva era promovida como la más prolongada de paz, desarrollo y estabilidad en la historia: un logro que sería coronado con la celebración aquí de las Olimpiadas en octubre. Sólo que las empresas informativas de la época llevaban al extremo el sesgo advertido por Michael Schudsion sobre el peso de las “fuentes” oficiales en el trabajo de los periodistas, al grado de subordinar los hechos a la versión de esas fuentes que en México funcionaban como definidoras casi únicas de las realidades construidas por los medios al servicio del poder.
De esta manera, las portadas de casi todos los diarios, lo mismo tras el bazucazo de julio que después de la matanza de octubre en Tlatelolco, en general se limitaron a registrar, como noticia, la definición ‘informativa’ del gobierno en cada episodio represivo: “Energía contra los alborotadores”, celebraba uno; “Serenidad y cordura pide el presidente a los mexicanos”, avalaba otro; “Combate de estudiantes y el Ejército”, fantaseaba uno más, sugiriendo simetría entre los bandos; “El objetivo: frustrar los juegos”, coreaba otro a un vocero oficial, para no hablar de un titular que hacía suya con fidelidad la conferencia de prensa del secretario de Gobernación, el jefe del DDF y los procuradores de la República y de la ciudad la noche misma del bazukazo: “La intransigencia de un grupo sectario provoca la acción enérgica del gobierno”. Eran las funciones informativas de un gobierno desinformador.
Sovietología. La centralización de las decisiones en el poder presidencial popularizó las artes de la adivinación de propósitos que el Tlatoani guardaba in pectore. Y el siguiente primero de septiembre de aquel 1968 allí estaban frente al televisor los estudiantes movilizados en busca de algún indicio —anticipado en medios— de comprensión a sus causas, algún ademán conciliatorio, algún anuncio soterrado de tregua en las palabras o en los gestos s del presidente, sólo para toparse con una enfurecida, inequívoca declaración de guerra aclamada a rabiar por la clase política y las ‘fuerzas vivas’ presentes. Fue entonces que los corresponsales extranjeros extendieron a México la técnica de la ‘sovietología’, aplicada en la hermética URSS para adivinar afectos y desafectos del jerarca con base en indicios desorientadores.
Puzzle. Ante la vuelta anunciada del absolutismo presidencial, sin contrapesos, aquí están otra vez los analistas nacionales e internacionales especulando sobre el sentido de los nombramientos en el sector energético ¿hostil a la apertura energética, o de negociación ruda, a la Trump? O sobre si los cambios de directivos y columnistas de medios conducen o no a desplazar desafectos para regresarle al Ejecutivo el monopolio de la definición primaria de la agenda pública. Hay más inquietudes. Ayúdanos con este puzzle, le dicen a este viejo del pueblo. Pero aparte de rompecabezas, Puzzle es acertijo, adivinanza, desconcierto, perplejidad, confusión, misterio, cavilación. Todo, menos certeza. Y quizás hay que regresar a ese juego.
Director general del FCE