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Mortificación. Como la libertad, la austeridad se ha convertido en una palabra mayor. Ambas despiertan adhesión y movilización de prosélitos. Pero no es raro ver a algunos de esos prosélitos entre sus víctimas. Madame Roland, ferviente partidaria de la Revolución Francesa, pasó a la historia por la frase que pronunció antes de que su cabeza rodara bajo la guillotina por cuenta de la propia Revolución. “¡Oh, Libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”.
El futuro presidente de México promueve un culto fervoroso a la austeridad. Ha planteado llevarla a la Constitución con el apellido de Republicana. Y ya la ha ungido como política de Estado. En su discurso funciona como antípoda de la corrupción que, al ser eliminada, despejaría el camino, según su narrativa, para acabar también con la desigualdad, la violencia criminal y las demás plagas nacionales. Es una palabra con arrastre, igual entre clases populares y medias que la viven sin opciones de abundancia, que entre clases altas que no la viven pero disfrutan ver disminuido el gasto del gobierno, recortados masivamente sus empleados y reducidos sus ingresos a niveles de mortificación: otro significado de la palabra austeridad.
Sí. Amplios sectores de ricos y clases medias y populares votaron por la austeridad de López Obrador, aunque ya antes la austeridad le había dado el poder a AMLO. Como candidato, éste había avivado y reproducido la indignación y los resentimientos acumulados en amplios grupos sociales, producto de las percepciones de despilfarro y saqueo de riquezas públicas. Que esas percepciones hayan sino alimentadas por hechos reales, magnificados o fabricados no altera el hecho mayor de que, antes de la campaña, López Obrador ya había alterado las coordenadas del poder político. Y acabar con la ‘mafia del poder’ se volvió —de acuerdo también con su eficaz narrativa— una aspiración al alcance, a condición de elegir un presidente percibido como austero e incorruptible… como López Obrador.
Escarnio. Sin la guillotina accionada en nombre de la libertad por Robespierre, llamado también El Incorruptible, hoy ya forman legiones los servidores públicos al pie de la horca por los despidos que les esperan en nombre de la austeridad. Lastimados además por la generalización injusta y disfuncional del tono de escarnio utilizado por AMLO al dar a conocer su plan de austeridad y anti corrupción —un trato de culpables de beneficiarse del privilegio y el abuso— su ejecución sumaria no puede más que regocijar a la plaza pública. Sólo que también podría generar vacíos y parálisis en la administración pública.
Pero otra lectura de estas ejecuciones inminentes podría llevar a los burócratas en capilla (muchos, votantes de AMLO) a adaptar a sus circunstancias la exclamación de Madame Roland: ¡Oh, austeridad! ¡Cuántos poderes se concentran en tu nombre!
Austeridad y poder. Y es que un efecto colateral —o acaso central— de cada medida de austeridad anunciada parece ser el de escalar el control político y la concentración del poder en construcción. Apenas se oculta en los recortes de personal y en la reducción de sus sueldos un propósito de sustitución de una burocracia volátil en sus inclinaciones políticas por una burocracia leal al movimiento, sólo en deuda con el presidente que la trae al ruedo. A su vez, la supresión de las direcciones de Comunicación a fin de centralizar en la Presidencia toda relación con los medios, parecería proponerse sofocar tanto las tareas informativas de los periodistas en cada sector, como todo movimiento no autorizado de los miembros del Gabinete.
Y está el caso extremo de la desaparición de centenares de delegados federales para poner a un representante presidencial en cada estado por encima de los gobiernos locales, con la multiplicación, por otro lado, de los enviados de Palacio a cada distrito electoral para controlar votantes y prolongar la hegemonía con métodos que no soñó el PRI ni en su época de más acendrado clientelismo.
Director general del FCE