Esta semana se puso al centro de la discusión -si se le ha de llamar de algún modo, querida ciudad- el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) y los apoyos derivados de dicho fondo. No porque haya quedado resuelta la discusión anterior del estrangulamiento a los centros públicos de investigación ni porque se haya dirimido el asunto del debilitamiento de la fuerza de trabajo en las secretarías federales. Tampoco. Es sólo que, por arte de aparecer un nuevo objetivo para exprimir, ahora le toca a los creadores, sobre quienes se centró la crítica.
Como en las ocasiones anteriores, es curioso y, al tiempo, preocupante, que se cuestione a la gente y no a las instituciones. En términos llanos, una cosa es revisar concienzudamente y hallar que las reglas, procedimientos y estrategias en materia de apoyo a la creación artística son perfectibles, inacabadas, susceptibles de hondas mejoras, si se quiere decir. Otra distinta es poner bajo el microscopio únicamente a quienes, bajo tales reglas, procedimientos y estrategias, sometieron proyectos a consideración y fueron apoyados.
El humano es un bicho estratégico y astuto. Todos -bien conscientes o de manera inadvertida- hemos jugado no sólo bajo las reglas sino con las reglas -doblándolas, sin llegar a romperlas necesariamente- para conseguir lo que queremos. Más que un rasgo cultural, pudiera pensarse como parte de la naturaleza humana. La Historia, en mayúscula, de la Administración Pública como ciencia social está plagada de estudiosos rascándose la cabeza porque, sin importar cuántas reglas se escriban y qué tan detalladas puedan ser, siempre habrá espacio para la discreción. Siempre habrá resquicios para ese doblamiento que, aunque de cualquier modo siga las reglas y objetivos de una organización, acabe jugando en favor de unos o de otros, o incluso termine en escenarios completamente inadvertidos. A reserva de que las historias de Asimov nos alcancen y tengamos colegas, jefes y candidatos androides, son humanos escurridizos e ingeniosos quienes habitan las instituciones, vamos admitiéndolo.
De ahí que, al criticar el desempeño nacional en términos de ciencia o creación artística, el diagnóstico pueda tener aciertos, pero el tratamiento definitivamente no. Los gobiernos -esos complejísimos sistemas de reglas, directores generales adjuntos, leyes, secretarías, programas, presupuestos, matrices y óranos internos- pueden cambiar los objetivos de las agencias gubernamentales, transformar las reglas, procesos, metas y maneras para llegar a ellas. Pero se estamparán en el fracaso si intentan cambiar la naturaleza humana. Claro que un conjunto de reglas claras y bien pensadas encamina, limita y dirige la conducta de los individuos. No todo está perdido, las reglas del juego tienen su importancia y su poder. De ahí que centrar el ataque en quienes han recibido apoyos artísticos, por un lado, y en quienes producen ciencia, por el otro, y no en la manera en que las instituciones que modelan el comportamiento de científicos y artistas pueden funcionar mejor sea un error del tamaño del Guernica.
Finalmente, querida ciudad, transformar -al menos según la RAE- se trata de cambiar de forma. Dentro de lo ambiguo que puede sonar, el concepto quiere decir tomar algo que ya existe y darle una forma nueva. Esto implica que hay cosas superficiales o muy elementales de esa forma vieja que queremos conservar porque importan, porque sirven para lo que queremos que hagan. De ahí que transformar sea distinto que crear, o que destruir para crear otra cosa nueva. Siempre he estado de acuerdo en que una transformación es urgente en tantas materias de la vida pública mexicana, pero me rehúso a pensar que nada de las reglas que estuvieron antes sirven. Que ninguno de los burócratas, científicos y artistas entregaron su trabajo por un país generoso y colorido, como los murales de Rivera. Más todavía, me niego a pensar que un gobierno federal sea incapaz de hacer ese filtro de transformar lo que no podía seguir más en ese estado y conservar lo que, pese a todas esas reglas y procesos imprecisos, y pese a quienes torcieron esas reglas y procesos bien intencionados hasta escenarios insólitos, redundaba en ciencia y arte mexicanos dignos de defenderse.