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Donald Trump es visto por la mayoría de mexicanos como enemigo de la nación; insulta, desprecia, amenaza a los mexicanos en general, y a los que viven allá en particular. Los ha llamado delincuentes e incluso animales. De ahí el elevado costo político que pagó Enrique Peña Nieto al recibirlo, siendo apenas candidato, como si fuera ya jefe de Estado. Luis Videgaray, autor de la idea, tuvo que renunciar ante el repudio que eso generó, si bien pudo regresar al gabinete cuando Trump finalmente sí ganó (como si eso borrara el agravio). Pero el costo político ya no fue enmendado. La política conciliatoria del gobierno mexicano hacia el energúmeno del norte le generó fuertes críticas; se dijo que era humillante y servil, y que con tipos como Trump lo que hacía falta era tener una posición más enérgica, pues el empresario respeta a quienes no se dejan, y desprecia y abusa de quienes se muestran débiles. Él mismo así lo expresa en sus escritos sobre cómo negociar.
López Obrador mantuvo como candidato una posición igualmente conciliadora hacia Trump. Y al preguntársele qué política seguiría hacia él, siempre dijo que lo convencería de que convenía a ambos países llevar una relación de respeto y amistad; así de fácil. Cuando Trump elevó algunos aranceles a México, incluso Peña elevó el tono, y los candidatos presidenciales hicieron duros señalamientos contra Trump, salvo AMLO que mantuvo su discurso suave y conciliador. Así de seguro parece de su política de appeasement hacia el presidente norteamericano. Cuando en 2017 el secretario de Seguridad de Trump, John Kelly, se expresó con alarma sobre la eventualidad de “un gobierno antiestadounidense y de izquierda” en la frontera sur, simplemente lo interpretó como una conjura (otra más) del gobierno norteamericano con el de México. No podía concebir que esa fuera una expresión propia del funcionario, o incluso de todo el gobierno de Trump, sin mediar un complot bilateral en su contra (moros con tranchete).
Y por cierto, muchos de quienes sostenían que AMLO jamás llegaría al poder, incluían la variable Estados Unidos, que jamás lo permitiría bajo la perenne tesis de que ellos deciden todos y cada uno de los acontecimientos en México. Ya se vio que no; pero la teoría conspirativa no termina ahí; si Estados Unidos permitió el triunfo de AMLO es que por alguna razón le conviene. Seguro es un pretexto para golpear con mayor razón a México y preservar su apoyo electoral interno; o quizá somos una ficha más del tablero internacional que le permitirá a Trump confrontar a sus múltiples enemigos con más eficacia. Como sea, a su triunfo López Obrador ha recibido un excelente trato de parte de Trump. Dicha relación inició con una luna de miel, que paradójicamente ha durado más que la existente entre AMLO y varias instituciones y medios de comunicación de México, que para efectos prácticos acabó a los veinte días. Por ahora no ve a Trump como parte de una de las múltiples conspiraciones que percibe hasta debajo de su almohada (y sus respuestas a los críticos o instituciones que lo contravienen recuerdan la forma de reaccionar del norteamericano).
En su carta a Trump, AMLO tuvo a bien equiparar su gesta nacional con la del norteamericano, avalándola implícitamente como una sana transformación (incluida su detestable política migratoria, con niños enjaulados y todo). Vergonzoso. Pero el doble rasero vuelve a operar (y será la constante en ese gobierno); lo que era repudiable en otros, en AMLO se justifica a plenitud. La respuesta de Trump, por otro lado, indica que mantiene sus elevadas pretensiones; construcción del muro; que México detenga a los migrantes centroamericanos en su frontera sur; un tratado comercial pronto y favorable a Estados Unidos, o no habrá ninguno. Él sigue calculando las cosas para la elección de noviembre. Su respuesta no fue la de un jefe de Estado a otro jefe de Estado —como el que AMLO le dio a Trump en su respectiva misiva— sino la de un patrón a su subalterno.
Profesor afiliado del CIDE.
@ JACre spo1