Meses antes de iniciar la campaña presidencial de 2018 en un promocional de Morena, López Obrador dijo a sus seguidores que tuvieran calma, pues estaba por llegar la “Rebelión en la granja” que redimiría a México de todos sus males. Hacía referencia, desde luego, a la obra de George Orwell.

Con esa metáfora, más allá de la comparación de su movimiento con animales (como antes hizo con sus seguidores, llamándoles solovinos, y ahora a los receptores de sus programas sociales, a quienes compara con mascotas), surgió la idea subliminal de que su gobierno podría significar lo mismo que en la novela de Orwell, una parodia a la dictadura soviética. Eso dio motivo a críticas, por lo que el promocional pronto salió del aire.

Se puede interpretar que la imagen evoca, no una dictadura comunista pero sí una democracia iliberal, es decir un régimen que llega al poder con votos y por tanto, con plena legalidad y legitimidad democrática. Pero a partir de eso, se utiliza el poder recibido para concentrarlo aún más a costa de los equilibrios, autonomías y contrapesos propios de la democracia. La democracia iliberal puede definirse como una que democráticamente se cancela a sí misma.

Esa podría ser la tendencia hoy en México; por ejemplo, estratagemas para generar en la cámara baja una sobrerrepresentación de casi 20 %, y después la cooptación de legisladores para obtener la mayoría calificada que los electores no le dieron (sólo 45 % de votos efectivos fueron a la coalición obradorista en el Congreso).

Después, programas sociales personalizados para formar una base electoral; super-delegados estatales con perfil político más que administrativo, que podrán aspirar a la gubernatura (como ya ocurrió en Baja California), y el control creciente de instituciones autónomas, sea por su desaparición, sustitución o colonización, es decir, el nombramiento de fieles en la mayoría de esos cargos.

Ahora también está la pretensión de abolir con un memorándum una reforma constitucional, alegando que la justicia es más importante que la ley. Deja de lado la experiencia histórica según la cual la mejor manera de proteger la justicia es a través de la ley. Cierto es que algunas leyes han sido injustas, pero eso tiene remedio modificando las leyes a partir de procesos establecidos por la propia ley, justo para evitar más arbitrariedades y nuevas injusticias. Todo eso le ha pasado de noche a López Obrador. Si bien la ley es para las personas y no las personas para la ley (“el sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado” decía Jesús), entonces procede cambiar la ley… mediante un procedimiento legal. Esa intentona refleja el poco respeto que le merece a Amlo el Estado de Derecho. Y lo poco que oye a sus asesores (o bien que éstos temen contradecirlo).

Es una pauta que viene diseñada en los documentos del Foro de Sao Paulo, al que pertenece Morena (y antes el PRD de Amlo), en que se sataniza al neoliberalismo como responsable de todos los males sociales, y se identifica al pos-neoliberalismo con el Socialismo del siglo XXI. Dice ahí, por ejemplo: “No debemos olvidar que las instituciones de la democracia funcional, a los grupos de poder y al imperio en la mayoría de nuestros países, han sido construidas para limitar el ejercicio de los derechos democráticos de las mayorías, en función del interés de las oligarquías locales”.

Por lo cual surge la propuesta de cambio social “encaminada a superar la democracia liberal burguesa, punto de partida de nuestras transformaciones”. Lo cual exige “una lucha por la hegemonía, siendo ésta una tarea mucho más difícil en la medida que no contemos con una mayoría política que apoye las transformaciones políticas, económicas y culturales” (Consenso de nuestra América; 2017). Así de claro. Ese proyecto era lo que al parecer estaba de fondo con la metáfora de la “Rebelión en la granja” que Amlo prometió a sus seguidores en campaña.

Profesor afiliado del CIDE.
@ JACrespo1

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