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No se trata del primer Informe oficial de Gobierno, pero para efectos prácticos sí lo es, pues López Obrador empezó a tomar decisiones al día siguiente de su elección. Eso, en virtud del presunto acuerdo con Enrique Peña Nieto a cambio de su impunidad. Y dado que el evento de hoy es un buen escaparate para la permanente campaña electoral de AMLO, seguro tendremos dos informes de gobierno al año durante este sexenio. De ahí la fiesta de hoy (más urgente que ir a Osaka).
Oiremos en este Primer Informe informal los datos alternativos de López Obrador que demostrarán que la economía va bien, a diferencia de lo que sugieren los indicadores y pronósticos de bancos, analistas y calificadoras. Los datos oficiales señalan que se han perdido empleos en virtud del “austericidio” practicado con sierra eléctrica en dependencias y programas federales. Lo cual ha provocado graves deficiencias en materia de salud, ecología, seguridad, educación, turismo y ciencia (que es neoliberal). Se ofreció que los recursos captados al recortar los elevados ingresos y privilegios de la “burocracia dorada” servirían para elevar los salarios de la base burocrática. No ocurrió.
Dicha política, en lugar de corregir lo que podría mejorarse (y limpiar la corrupción), ha afectado no tanto a las élites privilegiadas sino justo a los menos favorecidos. Es decir, más que un papel de Robin Hood tradicional (quitar recursos a los ricos para pasarlos a los pobres), este gobierno parece estar jugando a un Robin Hood “horizontal”, que quita fondos y servicios a algunos sectores necesitados para dárselos a otros segmentos desfavorecidos con propósitos clientelares.
Los indicadores económicos tampoco van bien; desaceleración económica, menos empleo, inversión contenida, incumplimiento de contratos de Estado, y bajas perspectivas de crecimiento. Lo cual coincide con lo que sucede en los últimos gobiernos el primer año, pero se teme que la tendencia actual no sea coyuntural, sino estructural por el tipo de decisiones que se han tomado (cancelación de proyectos productivos y su sustitución por elefantes blancos), y la forma en que se han hecho (consultas sesgadas, a mano alzada o incluso a la Madre Tierra). El simbolismo político suplanta la racionalidad económica, sin importar el costo. Señal de ello es la propuesta de inundar el NAIM —símbolo del neoliberalismo— para que nadie ose rehabilitarlo después.
Políticamente, viene la gradual subordinación o sustitución de instituciones de Estado autónomas, que si bien pueden ser perfectibles para dotarlas de mayor autonomía, son puestas bajo control presidencial. Lo hemos visto ya en varios casos y están en la mira otros más (INE, CNDH). Y en cuanto a la impunidad, se le combate con dureza… retóricamente. Diario se mencionan varias veces la corrupción y la impunidad; que ya no hay. Pero los corruptos de ayer no rendirán cuentas, al fin que ya no podrán robar de aquí en adelante. Como quien dice “Lo caído, caído”.
Y de la República Amorosa, otra bonita promesa de campaña, ni qué decir. Lejos de haberse aplacado la polarización típica de los procesos electorales, ha continuado y se profundiza alentada por el dedo flamígero agitado desde el púlpito presidencial. Mientras tanto, Trump nos pone su bota en el cuello e impone condiciones humillantes. Mas no se ve disposición para reconocer errores y corregir el rumbo. Es una presunta revolución que podría terminar en involución. Un universo paralelo, donde gobernar es cuestión de sentido común, pues no requiere de mayor ciencia. Pero, como decía Maquiavelo, al príncipe debe evaluársele no por sus intenciones, sino por sus resultados.
Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1