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Los opinólogos y analistas perfilaban a Claudia Sheinbaum como la segura candidata de Morena al gobierno capitalino, pese a que la mayoría de las encuestas apuntaba a Ricardo Monreal (pero en la “encuesta oficial” quedó… ¡en tercer sitio!, lo que muchos consideran un golpe bajo de la “nomenklatura”). Acertaron sin problema porque sabían que Sheinbaum es más cercana y funcional a López Obrador. El dedazo puede ser un método legal en varios partidos que lo contemplan en sus estatutos como una de las opciones para designar a sus candidatos. Hay veces que un “candidato de unidad” surge cuando hay un solo aspirante con posibilidades de triunfo, como fue Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 y 1994, Vicente Fox en el año 2000, López Obrador en 2006 y Enrique Peña Nieto en 2012. Pero cuando hay varios precandidatos con posibilidades de ganar, o bien eso se resuelve con un método democrático o se decide arbitrariamente por el hombre fuerte del partido, cuando lo hay. Ese es el tradicional y desprestigiado “dedazo”.
Como éste último no es muy bien valorado, a veces aparece disfrazado de algún procedimiento presuntamente democrático. El PRI ha hecho varios simulacros de ese tipo, como la “pasarela” de 1988, la consulta interna en 2000 y la primaria en 2006 cuando Roberto Madrazo, tras deshacerse de Arturo Montiel, compitió contra un ilustre desconocido, burdos intentos para engañar a la opinión pública. Pero no sólo en el PRI se dan tales simulacros. La fuerza de Morena en la capital es tal que cualquiera de los aspirantes tenía la casi seguridad de ganar. La decisión seguramente vino de arriba, pero bajo un disfraz demoscópico. Vimos algo parecido en el PRD en 2012, cuando Marcelo Ebrard osó también levantar la mano. A través del PT surgió la amenaza de ruptura, ese partido no apoyaría bajo ningún concepto a Ebrard, porque estaba “muy verde”, lo que implicaba que López Obrador aparecería de cualquier manera en la boleta, así hubiera ruptura con el PRD. Ebrard no quiso ser responsabilizado de dicha fractura y aceptó ser partícipe de otro simulacro, también con encuesta de por medio. Dijo entonces López Obrador: “Aquí debo aclarar que las encuestas, cuando se hacen bien y sin manipulación, son un buen instrumento para saber cómo piensa realmente la gente”. Dichos sondeos (fueron tres) estuvieron sesgados a favor de AMLO al incluir tres preguntas que le eran claramente favorables (posicionamiento actual) frente a dos de las que favorecían a Ebrard (potencial de crecimiento). ¿Por qué dos preguntas sobre crecimiento potencial frente a tres de posicionamiento actual? Para asegurar el triunfo de López Obrador. En ese momento, AMLO agradeció que Ebrard haya reconocido su derrota: “El resultado me favoreció y lo dimos a conocer conjuntamente… en un acto en el que agradecí la generosidad de Marcelo, quien no se dejó confundir por los cantos de las sirenas” (No decir adiós a la esperanza. 2012). Sólo López Obrador puede atender a ese dulce canto sin estar “confundido”.
Pero si en 2006 AMLO no tuvo rival interno por ser candidato único, y en 2012 tuvo un poco más de dificultad (pues sí hubo rival que finalmente aceptó una encuesta sesgada para justificar su declinación sin que pareciera imposición), para 2018 nada le garantizaba la candidatura presidencial (a la que no iba a renunciar pese a haber dicho que de perder en 2012 se iría a la hacienda de su propiedad). Por lo cual, optó por formar su propio partido, en el cual “se necesitaría estar loco” (Polevnsky dixit) para competir contra AMLO por la candidatura presidencial. La verdadera razón de esa ruptura no fue el Pacto por México, que aún no se gestaba, sino que “Mis adversarios han auspiciado una campaña para pedir el retiro de la vida pública… desean que allane el camino para dar paso a un liderazgo moderado, conciliador y, en una de esas, hasta colaboracionista” (No decir adiós a la esperanza. 2012). Sólo él garantiza el cambio verdadero; cualquier otro seguramente resultaría “hasta colaboracionista” (como dice de todos los que no lo apoyan).
Profesor del CIDE. @JACrespo1