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Desde el año pasado las condiciones eran favorables para la candidatura de López Obrador. Habiendo estado en las encuestas de 2016 a la par de Margarita Zavala, el gasolinazo de 2017 le dio un impulso que lo ubicó como puntero, posición de la que no ha sido derrumbado. Margarita seguía siendo la más cercana rival, pero como candidata del PAN. Al cerrársele las puertas y abandonar su partido, creció la ventaja de AMLO respecto de sus potenciales rivales. Se decía entonces que la ventaja de López Obrador era débil, pues aún no había candidatos, además de que sus posibles errores le podrían quitar algunos puntos. Pero es claro que sus seguidores no se le van, haga lo que haga o diga lo que diga. Quedó el Frente con Ricardo Anaya como el más cercano competidor, pero debajo de lo que había estado Zavala. Y Meade no ha remontado el tercer sitio en el promedio de encuestas. Y más que haberse cerrado las tendencias, ha crecido la ventaja de AMLO, en parte por la guerra entre PAN y PRI (que no es simulada). Ahora dicen en esos partidos que aún no ha empezado la campaña (aunque pare efectos prácticos empezó en enero). Y también que faltan los debates (aunque no creo que incluso un mal desempeño de AMLO pudiera quitarle sus votantes actuales, que lo verán como el indiscutible ganador).
El más cercano, Ricardo Anaya, iba en ascenso con posibilidades de cerrar la distancia con López Obrador. Pero no ha generado la confianza ni el respaldo suficiente por la forma en que se hizo de la candidatura, dejando cadáveres políticos en el camino, además de fuertes divisiones y descontentos dentro del PAN. El golpeteo sobre sus dudosas transacciones inmobiliarias en Querétaro también lo han dañado, al grado en que se estancó en las encuestas (o incluso registró un descenso moderado). No está claro que supere ese embate y que quienes le han retirado su confianza pudieran devolvérsela en lo que resta del proceso. Desde luego es quien mejor podría aprovechar los debates, pero si la sombra de la desconfianza no lo abandona, de poco le servirá. Al parecer, el PRI logró frenar su ascenso, pero eso no implica que Meade logre despuntar. Habrá que ver si Anaya se desploma o logra superar el fuego priísta y se ubica claramente como competidor de AMLO (lo que no se ve sencillo).
Por su parte, Meade —el abanderado “ciudadano”— arrastra un pesado legado de rechazo, enojo y hartazgo dirigido hacia Peña Nieto y su partido. Los priístas aseguran que en la boleta aparecerá sólo Meade, sin el PRI y sobre todo sin Peña. Pecan de ingenuos (si de verdad lo creen). Dicen varios encuestadores que, antes de ser candidato, pocos identificaban a Meade, pero sus positivos superaban con mucho a sus negativos. Desde que fue ungido candidato, mucho más gente lo conoce… pero sus negativos ahora duplican a sus positivos. Es el costo de ir con las siglas de PRI y de ser compañero de fórmula de Peña Nieto en la boleta. Los esfuerzos del PRI por dañar la imagen de Anaya han tenido cierto efecto, pero sin que eso le ayude a crecer a Meade. Incluso haber involucrado a la PGR en la campaña del PRI golpeó a Anaya, pero también a su propio candidato. Y es que el PRI parece haberle hecho el trabajo sucio a López Obrador, de manera involuntaria pero muy eficaz. Esperan en su partido llegar al 2º sitio, y todos suponen que en tal caso echarán a andar la maquinaria, siguiendo la estrategia del Edomex, pero aún así difícilmente les alcanzaría. De quedar en tercer sitio (o empatado con Anaya, pero lejos de AMLO), se corre el riesgo de que numerosos priístas transfieran su voto a López Obrador (como ocurrió mayoritariamente en 2006). Además, la confrontación entre el PRI y el PAN dificultará un acuerdo de colaboración o incluso la transferencia de votos útiles entre ambos. Veremos si de verdad esta tendencia cambia, como algunos suponen (y hasta apuestan dos a uno a que ocurrirá). Pero se ve cuesta arriba.
Analista político. @JACrespo1