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Sin duda hay un choque de visiones y expectativas entre dos bloques marcadamente diferenciados en la sociedad mexicana. Consecuencia de la polarización que vivimos. Por un lado, un grupo minoritario (entre 20 y 30 % según las encuestas) incluye a muchos de quienes no votaron por López Obrador, y a pequeñas élites de expertos en diversos temas, analistas, académicos, organizaciones cívicas, la comentocracia crítica, grandes empresarios e inversionistas. Este grupo minoritario no ve las cosas con mucho entusiasmo; registra desconfianza sobre las medidas económicas del presidente, sobre la violencia y la inseguridad que han ido al alza. En contraste, hay un enorme bloque de entre 70 y 80 % de la población formado por militantes y votantes de Morena, y muchos otros que sin haber sufragado por Amlo participan ya del entusiasmo sobre la Cuarta Transformación. Consideran en mayor o menor grado que las cosas van bien, que la economía está creciendo, que la seguridad mejora y que la corrupción está descendiendo de manera importante.
Podrían definirse estos dos bloques de distinta forma; leales y críticos; realistas y fantasiosos, o pesimistas y optimistas. Pero ¿por qué la dicotomía de visiones? Parte de la respuesta radica en a quién le cree uno y otro bloque. El grupo minoritario tiende a no creerle a López Obrador, por verlo como un demagogo de ocurrencias y no muy conocedor de los temas nacionales (aunque haya recorrido físicamente todo el país). Por lo tanto, su atención se centra en los grupos de expertos, científicos, académicos, colegios profesionales y columnas especializadas. Y lo que estos actores dicen —en su mayoría— es que las cosas en muchos temas torales no van bien. No sólo por los resultados de estos meses, sino porque las decisiones que el gobierno ha tomado no vaticinan buenas cosechas (aunque no necesariamente terminen en desastre). Este bloque puede valorar los objetivos gubernamentales, pero cuestiona los medios elegidos para conseguirlos. Las razones en que se basan son la baja en las perspectivas y evaluaciones que hacen las calificadoras, movimientos preocupantes de diversos indicadores macro-económicos, registro de capital fugado y pasmo de inversiones, así como dictámenes negativos sobre diversos proyectos gubernamentales (Santa Lucía, Tren Maya, Dos Bocas, etcétera).
En contraste, el bloque mayoritario pone sus ojos en lo que AMLO y su gobierno dicen, y no en la opinión de expertos y analistas. Éstos han sido ya debidamente descalificados por el presidente por representar y defender intereses aviesos, por no ser realmente independientes sino vasallos de la oligarquías, y defensores de privilegios. Sus dichos y cuestionamientos no merecen mayor atención, sino por el contrario deben tirarse de inmediato a la basura. La percepción y valoración de la realidad proviene entonces de lo dicho diariamente por López Obrador, basado en “sus datos” que frecuentemente contradicen la información oficial en que se fundamenta el bloque antipatriota. Si dice AMLO que la economía va bien y está creciendo, es por que así ocurre; si decreta que está por derrotarse al huachicoleo, entonces la corrupción se está erradicando; si se asegura que se terminó la guerra contra los cárteles, es que la seguridad mejora. Y esa visión alentadora se refleja en las encuestas de evaluación presidencial. En el bloque optimista —o fantasioso— se aplauden las metas sin detenerse demasiado en los medios para conseguirlas. Que se anuncie un objetivo deseable basta para dar por sentado que se logrará. Y desde luego, si algo empieza a no funcionar bien, es porque la herencia del neoliberalismo fue tan desastrosa que no será posible superarla fácilmente, quizá ni siquiera a lo largo de todo el sexenio. Por lo que el respaldo a AMLO no tendría por qué descender, no de inmediato, al menos. Dos visiones pues altamente contrastantes producto de la incomunicación y la polarización, que se esperaba terminara con la elección, pero que en realidad se profundiza.
Profesor afliliado del CIDE
@ JACre spo1