La semana pasada la cancillería, a cargo del secretario Luis Videgaray, tomó una decisión acertada, mantener sin cambios la relación diplomática mexicana con Venezuela, basada en el “respeto mutuo”.  Principio inspirado seguramente en el Benemérito de las Américas don Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.

Ese país padece  un gobierno dictatorial, que ha lesionado su orden constitucional y elementales normas legales e internacionales. Conducta reprobada por la comunidad mundial y la mayoría de las repúblicas del subcontinente americano, que no han aplaudido, sino todo lo contrario condenan la injusta y salvaje represión a jóvenes que han tomado las calles. Venezuela se encuentra en estado de sitio al borde de la hambruna por la estulticia supina de su gobierno. La conducta de México encontró el justo camino de las tradiciones de nuestra diplomacia, no romper vínculos diplomáticos cuando un gobierno se aparte de sus normas legales, constitucionales y de la Carta Democrática de la OEA, como es el golpe de Estado perpetrado por una camarilla que no representa la soberanía ni la legalidad.

Hemos sido testigos pasivos, por cierto, de una serie de insultos, epítetos y majaderías, como nunca habíamos escuchado a través de una verdadera diarrea oral, del más alto nivel de ese país contra el presidente de México. Lo extraño del caso es que aquí nadie protestó, nos pareció un acto natural y guardamos un silencio culposo, cuando en realidad no sólo se agredió al Ejecutivo federal, sino fue un escupitajo a nuestra Constitución, a nuestra bandera y a las instituciones de la República.

El gobierno mexicano actuó con serenidad y templanza, no respondió un insulto con otro insulto, lo cual nos llevaría a un verdadero pleito de callejón, porque los Estados no tienen vísceras. La medida es plausible y  se encuadra con la conducta histórica de México, como cuando surgió un golpe de Estado, perpetrado contra el gobierno electo democráticamente en la República de Chile el 11 de septiembre de 1973, el Estado mexicano tomó la decisión, en aquel momento de confusión, de no romper relaciones diplomáticas inmediatamente después del golpe y el magnicidio del presidente Salvador Allende, tan estimado en México que dejó un recuerdo perene en aquel mensaje a la juventud estudiosa, en un memorable discurso en la Universidad de Guadalajara.

La relación diplomática no fue suspendida hasta no cumplir con una misión humanitaria, inspirada en la protección de los derechos humanos, protegiendo al pueblo indefenso dando asilo a refugiados. Nuestro país mantuvo las puertas abiertas de par en par, para que miles de refugiados encontraran protección y abrigo, salvando así su vida. El embajador Gonzalo Martínez Corbalá comprendió la vocación solidaria mexicana dentro del sistema interamericano, en instantes de decisión, que mucho agiganta su figura.

Igual conducta asumió la diplomacia mexicana, ante los golpes de Estado en Brasil, Argentina y Uruguay que fueron gobernadas por juntas militares y México fue otra vez el portón de la protección y el asilo.

Enorme dimensión cobra el cónsul de México  en Marsella, Gilberto Bosques, en 1939, quien cumpliendo las instrucciones del presidente Lázaro Cárdenas, otorgó salvoconductos, para librar a miles de ciudadanos de la muerte quienes rehicieron su vida en México, conducta digna de encomio para el mundo.

La decisión de México tomada en nuestra cancillería de continuar la relación bilateral es admirable, porque éste es el momento de solidaridad internacional y apoyo al pueblo venezolano, colocando nuestra política exterior dentro de la vieja tradición.

Director general del Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo

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