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Se cumplió medio siglo del artero ataque en contra de los estudiantes de la UNAM y el IPN, aunque también hubo otros heridos y muertos que no eran necesariamente estudiantes, como fue el caso de Oriana Fallaci y supongo de algunos militares.
Como sea, se reprimió violentamente a un grupo de jóvenes universitarios, que estaban reunidos en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, por hacer sentir su repudio en contra de un sistema autoritario, corrupto y antidemocrático. De un Estado opresor e intolerante ante cualquier expresión de inconformidad o discrepancia que pusiera en duda su legitimidad. Claramente, en este sistema, el diálogo no era opción frente a la crítica y el disentimiento.
En lo inmediato, por supuesto que aquel Leviatán logró aplastar con su fuerza y control coactivo, las expresiones sociales que demandaban más libertades y más respeto a los derechos políticos de los ciudadanos. Pero en el largo plazo, significó el inicio de una nueva etapa de organización y participación social, en donde se logró desmantelar pacíficamente, junto con otros acontecimientos previos y posteriores, las estructuras que sostenían al omnipotente ogro filantrópico. Creo que el movimiento del 68 fue un precedente fundamental para lograr la incipiente transición a la democracia del país, pero no fue el único acontecimiento que determino la agenda democrática.
De tal manera que este movimiento estudiantil dejó un legado social y político de gran relevancia, que ayudó a limitar algunos de los excesos con los que actuaba el viejo régimen. También ayudo a hacer conciencia para entender que México es plural y diverso, no monolítico, y que la amplia gama de expresiones y pensamientos, nos permiten disentir civilizadamente, sin que para ello, se entienda que el país está en un riesgo de seguridad nacional, como se puede suponer que así lo pensaban Díaz Ordaz y Echeverría.
Al releer el pliego petitorio del CNH, nos podremos dar cuenta que los jóvenes estudiantes no estaban pidiendo la adopción de un nuevo sistema electoral, ni una nueva generación de derechos humanos, ni un nuevo arreglo institucional, nada de eso, tan sólo seis puntos, para que liberaran a los compañeros detenidos y procesados como presos políticos, o bien la desaparición del grupo de los granaderos, así como la destitución de los jefes policiacos del gobierno de la ciudad y sobre todo, la desaparición del delito de disolución social, una extraña y extravagante figura legal que permitía fincar responsabilidades penales a toda persona que difundiera ideas que pudieran perturbar el orden público o bien, afectar la soberanía nacional.
De los puntos planteados creo que el más relevante para impulsar una nueva agenda de derechos y libertades fue la derogación del delito que restringía la libertad de expresión e información, el derecho de asociación, la libertad de tránsito, el derecho de petición, que son derechos fundamentales para ejercer posteriormente nuestras libertades políticas.
Se logró establecer la base con la que, años después, se reconocerían y protegerían nuevos derechos humanos. Nuevas técnicas para controlar el poder arbitrario y en general, nuevos principios en donde la persona goza de la más amplia protección de derechos, sin importar su ideología, sexo, religión, edad.
De todos estos logros sólo me preocupa la intolerancia e ignorancia de algunas autoridades para retirar placas alusivas a la inauguración del sistema de transporte Metro, como una forma de subsanar los agravios pasados. Más daño, si borramos el pasado, sea cual fuere.
Dos de octubre no se olvida, ni se olvidará, porque fue la fecha que registró uno de los acontecimientos más violentos y represivos en la historia contemporánea de México en la lucha por la libertad. Por la emancipación en contra de la arbitrariedad y también por hacer valer el derecho a la discrepancia, como parte de una sociedad que puede y quiere ser plural y diversa.
Académico en la UNAM. @Jorge_IslasLo