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Finalmente se formalizaron las coaliciones electorales entre los principales partidos políticos con mayor probabilidad de ganar la elección presidencial. De esta manera a Morena lo acompañarán el PT y PES. Al PAN el PRD y MC, y al PRI el PVEM y PANAL.
Tres opciones que son diferentes hacia el exterior y, al mismo tiempo, inconsistentes hacia el interior de sus propias alianzas. Son diferentes porque cada bloque propone diagnósticos y soluciones diversas, aunque se trate de los mismos problemas de siempre. Lamentablemente su diferenciación no es propiamente por la pluralidad del pensamiento ideológico de cada partido.
Para atacar la pobreza, la desigualdad, la inseguridad, la injusticia, la impunidad, la corrupción, el desempleo, la falta de oportunidades y el poco o nulo acceso a mejores niveles de vida, cada candidato nos va a proponer caminos y formas diferentes de resolver nuestras calamidades históricas por medio de promesas y expectativas que podrán ser en algunos casos optimistas y en otras muy pesimistas, dependiendo de cómo vayan en las encuestas y seguramente de la percepción que tengan del humor nacional.
Generalmente los candidatos opositores son más pesimistas y catastrofistas, y en el caso del candidato del partido gubernamental, es menos combativo y crítico hacia la administración que gobierna, pero el optimismo tiene límites, si es que se quiere ganar o al menos convertirse en un candidato competitivo.
En este rubro no hay tantas consecuencias que lamentar, dado que los ofrecimientos de campaña, se pueden o no cumplir. Creo, como Maquiavelo, que un nuevo gobernante siempre tendrá motivos y justificaciones suficientes para honrar o no su palabra. No recuerdo a ningún presidente que haya sido depuesto del cargo por no haber cumplido lo que ofreció en campaña. Las promesas son un medio más, por el cual se buscan atraer votos y en una contienda cerrada, es bastante previsible que escuchemos muchas promesas y nos ofrezcan muchos regalos.
Lo que no es bueno para la buena política, la que puede mejorar nuestros entornos de vida por medio de acuerdos, leyes y políticas públicas que aprueban los partidos con representación en el Congreso, es la inconsistencia de sus alianzas electorales, porque representan pactos únicamente orientados a ganar una elección, sin comprometer hacia el futuro una agenda de gobierno a la altura de los grandes problemas nacionales, por la sencilla razón que los aliados tienen planes y vías totalmente diferentes al grado que incluso son polos opuestos uno del otro.
Por lo pronto, el PAN, un partido de derecha aliado con el PRD, en principio un partido de izquierda, propone a través de su candidato la renta universal para todo ciudadano mexicano. Independientemente de que se cuenten con los recursos económicos, qué extravagante que un partido que se ha preocupado por la disciplina fiscal, piense ahora en el déficit fiscal, en mayor deuda pública para complacer a su compañero de viaje electoral. Claramente es una promesa que no se va a cumplir.
Lo mismo sucede con Morena y su peculiar alianza con un partido considerado de extrema derecha, que tiene una notable agenda conservadora por su natural cercanía con los postulados del evangelio y la iglesia católica. ¿Cómo van a procesar las iniciativas de ley progresistas en materia de derechos humanos o en temas presupuestales o de educación, cuando ambos proyectos no sólo son diferentes, sino incluso antagónicos?
El PRI es por definición de sus propios estatutos, pero sobre todo por sus orígenes históricos, un partido de izquierda, de centro izquierda. El PVEM no es propiamente un partido social demócrata, ni de centro. Sus posiciones están más cercanas a la derecha. Una vez más estamos frente al pragmatismo de la política para ganar elecciones y saciar ambiciones, pero no para gobernar con agendas comunes, porque sus propios documentos estatutarios se los impiden.
Es el mundo al revés que estimula la indiferencia y el desdén por la política y también la incredulidad por la democracia.
Académico de la UNAM