Cuando regreso de una querida ciudad mexicana, en donde ya no mencionan los cadáveres que levantan cada mañana, leo que un ataque a la Cruz Roja deja cuatro muertos en San Juan Tenería, Guerrero. La brigada tenía 40 minutos en la comunidad serrana, entregando tonelada y media de ayuda, entre cobertores y ropa para el frío. Al otro día leo que una mujer sacrificó a Belzebul, su bebé de seis meses. ¿Cómo puede ser?
El mismo día, Laura Fernández, en Babelia,El País, en su artículo “Entender al monstruo” dice que la ficción y la no ficción sobre asesinos en serie crece exponencialmente por una razón muy sencilla: el psicópata representado es cada vez más real. Películas, series televisivas, novelas, ensayos, estudios científicos sobre asesinos múltiples y otros depredadores sociales se multiplican. Pero me temo que nadie alcanza a ver en las tinieblas. Yo no entiendo, no veo, sino que es la hora de las tinieblas y que están creciendo.
Sobre la violencia en México, y en muchas partes del mundo, empezando por nuestros vecinos del Norte y del Sur, todo está dicho. Sabemos que nuestros hermanos hondureños, salvadoreños, nicaragüenses y guatemaltecos huyen más de la violencia que de la miseria; tenemos estadísticas escalofriantes y muchos diagnósticos cruzados: que la desigualdad, la corrupción, el desencanto político, las drogas, las armas en venta libre, la desagregación de las redes sociales tradicionales, comunidad, barrio, familia, parroquia; podría prolongar la lista de factores y causas que se entrecruzan y suman… y, al final, seguiré sin entender. Si no se entiende, ¿cómo encontrar el remedio?
De repente entiendo la lógica seductora del maniqueísmo que tanto marcó a San Agustín. Esa antigua doctrina afirma, mejor dicho, admite la existencia de dos principios radicalmente separados y en lucha constante: el Bien y el Mal, la Luz y las Tinieblas. Decía Simone Weil que no es tanta la diferencia entre la concepción cristiana y la maniquea, en cuanto a la relación entre el bien y el mal. Existe una definición cristiana del Mal como ausencia del Bien; me temo que no sea suficiente y sé, sin haberlos leído, que hay teólogos más realistas, menos bienaventurados. Un viejo cristero, don Ezequiel Mendoza Barragán (QEPD) fue mi maestro en esa materia. Pasó sus últimos años en Ayutla, Guerrero, después de haber vivido hasta 1942 en la sierra de Coalcomán, Michoacán, y luego en Las Mesas, Petatlán, Guerrero. Entre el bandolerismo del villismo agonizante, la Cristiada, los conflictos por la tierra y los cuatreros que robaban el ganado, sin contar los que robaban las chicas, supo de lo que él llamaba “el Mal”; lo atribuía a una persona, “el Malo”, que conocía tranquilamente como Satanás, Lucifer y me enseñaba la figura clásica del arcángel derrotando al diablo; se reía y decía: ¡Ay! Levanta la pata Miguel, que me revientas.
Antonio Saborit publicó hace años, en su fabuloso Breve Fondo Editorial, sus Confesiones de un cristero, en las cuales uno de los actores es el Chamuco, el Gran Diablo y su ejército de demonios. Don Ezequiel me diría que nuestros tiempos, nacionales e internacionales, se caracterizan por un enorme crecimiento del Mal bajo las formas más variadas, que espantarían a los peores bandidos de los años 1930. El Padrino se negó a vender drogas, pero su hijo le entró al negocio. Matar mujeres, niños, bebés no se hacía; tampoco torturar, mutilar, descuartizar. Durante la Segunda Guerra Mundial, hija de la primera, se cometió un sinfín de horrores, algo que se repitió en las guerras coloniales, de liberación, luego en las guerras civiles de los últimos setenta años. Genocidios en Camboya, Ruanda, la ex Yugoslavia, en curso en el Congo, matanzas masivas y crímenes contra la humanidad por todos lados, entre los cuales hay que incluir los bombardeos masivos ejecutados por los gobiernos de naciones “civilizadas” como Rusia y los EEUU… ¿La parábola de la viga y de la paja? Por desgracia, la viga es nuestra también.
Creo que asistimos a una progresión del Mal sin precedente. Para derrotar al Malo, se necesita un exorcista. No hablo del diablo con cuernos, cola y tridente. El diablo es la expresión del Mal a través de una persona (Hitler y muchos otros) o de un régimen social, económico, político. ¡Ojalá y Andrés Manuel López Obrador encuentre un buen exorcista!
Investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu