9 de abril, elecciones anticipadas en Israel, por decisión de quien es Primer ministro sin parar desde hace diez años: Benjamín Netanyahu, Bibi. Hace un año, Uri Avnery (Q.E.P.D.) escribía: “No odio a B.N. pero quisiera que dejara de gobernar cuanto antes; no por sentimientos personales, sólo creo que es un desastre para Israel. Los interminables asuntos de corrupción que siguen subiendo a la superficie, como submarinos, necesitan su salida inmediata. Y eso que no hemos llegado aún al caso de los submarinos alemanes comprados por nuestra Armada”.

Resulta que el 31 de marzo el fiscal general puso en marcha las acusaciones sobre tres casos separados, soborno, fraude, abuso de poder, que conciernen al Primer ministro. “Usted ha dañado la imagen de los servidores públicos en Israel, le escribe el fiscal. Actuó en conflicto de intereses, abusó de su autoridad en beneficio personal y de su familia y corrompió a los funcionarios que trabajaban a sus órdenes”.

¿Afecta eso a quién aspira a seguir en el mando? Para nada. Quiere romper el récord establecido por Ben Gurion, trece años en el poder y tiene casi trece. A sus partidarios, como a los de su amigo Donald Trump, la deshonestidad del Jefe los tiene sin cuidado. Creen que es un gran estadista, el salvador de Israel, y que lo demás, regalos, sobornos, negocios a partir del poder, no tiene la menor importancia; es más, bien merecía enriquecerse.

Además, tiene amigos muy poderosos que pueden ayudar mucho a Israel. El presidente Trump lo ha colmado de regalos: canceló el acuerdo nuclear con Irán, reconoció a Jerusalén como la capital de Israel, y acaba de reconocer que son israelíes los Altos del Golan —territorio sirio y libanés— anexados unilateralmente por Israel en 1981. Eso, tres semanas antes de las elecciones: una intervención extranjera de mucho peso en la campaña electoral.

El presidente ruso, Vladimir Putin, en competencia con su amigo estadounidense, recibió varias veces a Bibi, la última vez a cinco días de la votación. Le garantizó el mantenimiento de la alianza y le hizo, el 3 de abril, un regalo simbólico fabuloso: la devolución de los restos del soldado israelí caído en la invasión de Líbano en 1982: “Nuestras tropas, junto con nuestros aliados sirios, determinaron el lugar de la inhumación. En virtud de las tradiciones militares, entregamos sus restos a Israel”, dijo Putin, en presencia de Bibi. El primer ministro regresó a tiempo para asistir a los funerales de Estado del soldado caído hace 37 años. En un país donde el servicio militar es obligatorio, largo y peligroso por las periódicas explosiones bélicas, fue algo sentimentalmente muy importante: “nuestro Bibi logró lo que nadie había logrado”.

Por eso la candidatura centrista del exgeneral Benny Gantz, veterano de muchas guerras, dirigente de las operaciones contra Gaza, no es capaz de derrotar a Benjamín Netanyahu, a pesar de haber llevado, al principio, la ventaja. Los regalos de Trump y de Putin cambiaron las intenciones de voto a favor del segundo. Bibi, anteriormente, para no dejar ningún cabo suelto, había logrado la inhabilitación del partido árabe —los ciudadanos árabes forman 20% de la población— y no dudó en aliar su partido Likud a Fuerza Judía, un partido ultraderechista, racista anti-árabe, el partido del rabino terrorista Kahane; ese partido es ilegal en Israel, pero eso le hace a Bibi lo que el viento a Juárez. Además, Bibi ha recibido el generoso apoyo financiero del billonario Adelson, dueño de casinos en EEUU, uno de los mecenas electorales de Donald Trump.

David Ben Gurion fundó el Estado de Israel, Menachem Begin hizo la paz con Egipto, Itzhak Rabin firmó el acuerdo de Oslo, que le costó la vida. En sus doce, casi trece años ¿qué ha logrado Benjamín Netanyahu? Instalar más y más implantaciones en los territorios ocupados, hasta volver imposible cualquier solución al problema palestino. Menos mal que le fue bien en la campaña electoral; eso le permitió no caer en la tentación de lanzar una buena guerrita contra Hamas en Gaza, para ganar popularidad.

Y ahora: ¿más anexiones, más fuego, más sangre?

Historiador e investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu

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