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Ricardo E. Bofill nunca sintió que la arquitectura fuera algo ajeno en su vida; aunque dirigió algunas películas y publicó tres novelas, siempre supo que planificar y construir ciudades sería su destino.
Actual jefe del despacho Ricardo Bofill Taller de Arquitectura (RBTA), el barcelonés señala que de su padre y su abuelo, Ricardo y Emilio, aprendió casi todo y que su escuela fue La Fábrica, el ambicioso proyecto que transformó una planta industrial del siglo pasado en uno de los más impresionantes despachos amigables con el entorno.
Uno de sus trabajos más conocidos ha sido Towards Biology: Time Space Existence, evento colateral en la Biennale di Venezia. “Nos dieron un espacio reducido de 40 metros cuadrados, un contendor con dos ventanas sobre el Gran Canal y orientado al oeste, con vista hacia la legendaria ciudad”, explica Bofill.
El reto fue mostrar la conexión de la naturaleza con el diseño de edificios, así como los beneficios reales para el ser humano que tienen estos espacios, como productividad, estabilidad emocional y reducción de estrés, entre otros.
“Integrar la biología en la planificación urbana y la arquitectura no se trata solamente de hacer más jardines y parques o de colocar fachadas y techos verdes”, asegura el arquitecto, quien conoce nuestro país desde hace 30 años, gracias a unos amigos, entre ellos, el arquitecto Eduardo Aizenman.
Obra Monumental
Uno de los grandes retos de Bofill al iniciar su trayectoria fue en 1999, en China, época en la que el proceso de urbanización estaba en su apogeo.
“Ahí estábamos nosotros, para cooperar con nuestros colegas chinos, haciendo master-plans de ciudades enteras e intentando explicar el urbanismo ecológico en un mar de leyes comunistas, intentando renovar la arquitectura.
“Ahora, en cambio, tenemos un estudio en Pekín, hemos terminado muchos proyectos de alta densidad y también hemos hecho trabajos especiales como renovar la Terminal 2 del aeropuerto de la capital”, señala Bofill, quien estudió arquitectura en Houston y dos maestrías, una en Harvard y otra en Columbia. Bofill, quien califica de grandes maestros a Luis Barragán y a Juan y Javier Sordo Madaleno, no oculta su entusiasmo al hablar de La Fábrica, en Barcelona, proyecto que comenzó su padre y que todavía sigue maravillando al mundo.
“Un lugar industrial extremadamente polucionado se fue transformado en un un oasis. Ahora en esta zona tenemos barrios residenciales, escuelas y tiendas. Antes solo había desolación, muerte, cemento, pero la vida ha ganado”.
Para desarrollarlo se requirió dinamitar buena parte de la construcción original, exceptuando la chimenea de 100 metros de alto, la cual había sido un faro.
“Lo construimos en plan arquitectura povera. No nos gusta la arquitectura cara, sino aquella con sistemas y materiales locales, que sean razonables en el mercado.
Lo caro y extravagante nos da un cierto asco moral. La arquitectura y la planificación deben servir como morfología de curación de la creciente fractura social, no ampliarla con las enfermedades producidas por el exceso ”, enfatiza.
A Bofill le gustaría trabajar en nuestro país, “abordar el problema de la vivienda con soluciones locales a precios locales y emisiones cero.
“México es un país en la antesala de una nueva grandeza, pero al mismo tiempo se enfrenta a enormes problemas: falta de agua, pobreza desmedida, un crecimiento demográfico desproporcionado y contaminación radical de sus recursos naturales. Tras todo lo que he vivido en México, no habría nada que me hiciera más ilusión que trabajar ahí”, finalizó.