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Queridos lectores:
Como todas las sema-nas, este texto es para ustedes, solo que hoy toma forma de carta porque al parecer se está poniendo de moda publicarlas en vez de mandarlas por correo o, como se hacía antes, con un propio.
Yo no le escribo al ganador de la contienda ni tampoco me comprometo a vigilarlo. A duras penas puedo conmigo mismo, no voy a andar de entrometido ni queriéndome ver como la conciencia de la nación, que no es muy lo mío. (La nación sí, obviamente, pero eso de ser conciencia ajena está de flojera, además de que cargar culpas de otros debe ser francamente espantoso.)
No, yo les escribo a ustedes desde un país al que, como dicen en mi tierra, me lo cambiaron. Un país en el que la gente salió masivamente a votar por quien quiso; en el que pudo más el deseo de votar por alguien que las campañas de miedo, de odio, de mentiras e inventos. Un país en el que los candidatos perdedores salieron con elegancia, con pundonor, a reconocer no su derrota, sino la victoria del contrincante; a desearle lo mejor; a recordarnos que al país solo le va bien en la medida en que al presidente le va bien.
Es un país este, mis caros corresponsales, en el que el domingo pasado un millón seiscientos mil ciudadanos salieron a instalar casillas, armar urnas, cotejar padrones y credenciales, contar votos. En que decenas de millones nos formamos, esperamos con paciencia, cedimos el paso, votamos de acuerdo a nuestras esperanzas, ilusiones, rechazos o aversiones, así como se vota en cualquier país democrático. Un país en que se demostró que la perseverancia sí da frutos siempre y cuando se dé por la vía democrática; un país que se demostró a sí mismo y al mundo que no hay crisis de partidos, de ideologías o de valores, ni intento de coacción o intimidación que pueda más que el deseo de los ciudadanos de elegir a sus gobernantes.
Les escribo desde este país que tiene profundos y muy complejos problemas que no se resuelven solo con una elección limpia o con muestras de civilidad y espíritu democrático, pero que al parecer ya se dio cuenta de que SIN eso no hay problema que se resuelva de fondo. En el que la mayoría de la gente optó por una alternativa de cambio por la vía institucional y democrática y en el que el ganador, según datos recogidos en un espléndido texto de Ana Francisca Vega ayer en estas páginas, se llevó (electoralmente hablando) todos los segmentos de edad, género, ingreso y escolaridad.
Este país que tanto me duele por tantos motivos, pero en el que hoy encuentro algunos motivos para creer que las cosas pueden cambiar para bien si todos nos comportamos a la altura de las circunstancias. Si dejamos de creer que todo es la culpa de los otros, o del gobierno, o de los políticos, o de los empresarios o de quien sea, porque la culpa de que un país como el nuestro tenga esta cantidad y dimensión de obstáculos es necesariamente una culpa, o responsabilidad, compartida.
Pero también les escribo desde un país en el que quienes durante las campañas enarbolaron las banderas de la discriminación, la intolerancia y la pérdida de derechos y libertades se llevaron profundo chasco y fueron rechazados por los votantes. Y donde creo que muchos hoy nos sentimos más comprometidos y motivados, independientemente de que nuestros candidatos hayan ganado o no.
Ahora nos toca respetar a quienes piensen distinto, exigir a los que llegarán y empezar la ardua tarea de el reencuentro y la reconciliación.
Y como no hay carta que se respete sin una posdata, aquí les va la mía:
PD: Como algunos de ustedes saben, hace 18 años dejé el servicio público y hace 24 abandoné toda militancia partidista. Ni busco ni pretendo cargo o encargo. Seguiré en lo mío y seguiré escribiendo en estas páginas, en redes sociales, en donde se pueda. Con el mismo humor (bueno, malo o peor), con el mismo ojo crítico, con la misma ironía o sarcasmo que sé que a tantos irrita y que algunas amistades me ha costado. Los prefiero a ustedes que a quienes no se saben reír si no es de los demás.
Analista político.
Twitter: @gabrielguerrac
Facebook: Gabriel Guerra Castellanos