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El título podría corresponder a una película de zombis hecha por millennials, pero en realidad me viene a la mente a raíz de la carta que el futuro presidente de México le envió al inquilino actual de la Casa Blanca.
En un texto de siete cuartillas generosamente espaciadas, Andrés Manuel López Obrador le plantea a Donald Trump su visión de lo que debe comprender en el corto y mediano plazo una renovada relación entre los gobiernos de ambos países. (Noten por favor, apreciados lectores, que por corto y mediano me refiero a un periodo que puede ser de muchos años. En el largo plazo, decía John Maynard Keynes, “todos estaremos muertos”).
No es secreto que la relación México-EU atraviesa por una de sus épocas más complicadas y tensas en casi un siglo. No la peor (ese dudoso honor está reservado para momentos de intervenciones o amagos militares), pero tanto o más difícil que la que imperaba durante los años setentas y ochentas, cuando Echeverría, López Portillo y De La Madrid lidiaron con Richard Nixon, James Carter y Ronald Reagan, todos peritas en almíbar en comparación con el hoy presidente estadounidense.
Los conflictos de entonces tenían mucho más que ver con lo geopolítico, aunque gradualmente la migración y el narcotráfico fueron ocupando espacios. La agenda era menos diversa y compleja, pero también mucho menos ambiciosa que la que eventualmente llegaron a proponer Carlos Salinas y George H. W. Bush/William Clinton. Esa fue la última vez que verdaderamente se intentó un replanteamiento a fondo de la vecindad, no solo a través del TLCAN sino también de buscar superar la vieja actitud de suspicacia recíproca que llevó a Alan Riding a llamar a ambos países “Vecinos Distantes”.
Los sucesores, tanto en Los Pinos como en la Casa Blanca, se dedicaron más a administrar esa nueva relación, con avances importantes en algunas áreas pero sin que fructificaran ni los sueños guajiros de una reforma migratoria mayúscula allá (la celebre “enchilada completa” terminó siendo una mala ensalada) ni los intentos por lograr que EU asumiera en los hechos su parte en el combate al trafico de drogas, personas, armamento y dinero. Aun así, las cosas se movían en el sentido correcto.
Hasta que sucedió lo que todos conocemos. México y los mexicanos nos convertimos en EL tema de la campaña de Donald Trump y a partir de ahí las dificultades no han cesado. Más allá de errores puntuales (como la invitación a que viniera a México siendo candidato) la verdad es que no veo cómo el gobierno de Enrique Peña Nieto pudiera haber hecho las cosas mejor o con más prudencia frente a la andanada.
En su carta a Trump, Andrés Manuel López Obrador habla de cuatro ejes para la relación bilateral: comercio, migración, desarrollo y seguridad. Presenta una serie de acciones encaminadas a atacar diversas problemáticas dentro de esos cuatro grandes aspectos. Además del tono amable y hasta amistoso de la misiva, mucho de lo que propone parece encaminado a agradarle al magnate, pues al resolver problemas internos de México reduciría también sus impactos en EU. Empleo, desarrollo regional, apoyo a naciones de Centroamérica, todo hace sentido, si bien no todo es fácil de lograr con la rapidez que las circunstancias exigen.
Cierra la carta con un párrafo que causó mucho revuelo pero que a mi no me hizo mayor ruido. Al buscar similitudes entre ambos, entre ellas la de haber “desplazado al establishment o régimen predominante”, López Obrador procura encontrar, o explotar, la aparente empatía/simpatía que le ha manifestado Trump por Twitter, su vía de comunicación favorita.
Nada de malo en intentar arrancar con el pie derecho de lo que será un muy largo y accidentado camino, siempre y cuando se recuerde que sin Trump no se puede avanzar, pero que hay también muchos otros interlocutores que reclaman atención de aquel lado de la frontera. Y esos no siempre ayudan, pero vaya que estorban.
Analista político y comunicador.
@ gabrielguerrac