En su imperdible Diccionario del Diablo, Ambrose Bierce define a un humorista como “una plaga que hubiera suavizado la dura austeridad del corazón del Faraón, convenciéndole de darle su libertad a Israel rápidamente con sus mejores deseos” (traducción mía).
El humor siempre ha sido una de las mejores defensas contra la tiranía. Lo mismo porque permite jugar con palabras para eludir a las mentes estrechas de los censores que porque permite a los sometidos el mínimo, pero vital, consuelo de la risa. No es casualidad que muchos de los mejores y más hirientes chistes políticos se den en sociedades que viven bajo el yugo de alguna dictadura.
Está comprobado científicamente que la risa es de gran beneficio para la salud física y mental, pero sus ventajas van mucho más allá: el sentido del humor acompaña a la tolerancia, la apertura, la empatía y la autocritica. Nadie mejor que quien puede reír de sí mismo, me enseñaron mis padres, y tenían mucha razón. En la medida en que uno puede encontrar la hilaridad aun en las situaciones más difíciles, se puede encontrar contexto, balance y proporción.
Los mexicanos somos muy dados a reír de todo, muy especialmente de aquello que nos asusta. Las calaveras de Posada ilustran muy bien nuestra relación ambivalente con la muerte. Aunque nos puedan herir u ofender en el momento, las bromas en momentos de grandes tragedias o desastres naturales son un pequeño bálsamo para el dolor y la angustia que nos invaden.
Tiene el humor tantas variantes y sinónimos como la imaginación permite: la sátira, la ironía, la parodia, la comedia. Y, por supuesto, el sarcasmo.
Es difícil imaginar a algunas figuras de la historia sin sentido del humor. Churchill y Reagan son dos ejemplos en los extremos, uno en el humor negro, otro en el blanco. El ingenio es una herramienta de la que los personajes públicos pueden echar mano con distintos propósitos, lo mismo para atenuar una crítica que para lanzar un dardo, pero sobre todo para mostrarse más cálidos y menos distantes. En contraste, no me viene a la memoria un solo dictador con sentido del humor. ¿Por qué? Tal vez porque saben que sus súbditos deben festejarles cualquier ocurrencia, aunque a veces corren el riesgo de que aquello que digan en serio sea tomado como broma, o viceversa.
No todo mundo tolera el humor con, digamos, buen humor. La solemnidad es una armadura tan vulnerable que cede ante cualquier flechazo e impide el libre movimiento de quien la lleva puesta. Y aun así, son muchos los que creen que ser tiesos, no reír, indignarse ante la parodia, los hace mejores. No se dan cuenta de que así se exponen aun más a la crítica y abren un flanco innecesario: un político que no conoce la risa es fácil blanco para cualquiera con una mínima dosis de ingenio.
¿Cuáles son, o cuales deberían ser, los límites? Como en el caso de las libertades individuales y colectivas o la de expresión, la regla general es que mientras menos prohibiciones mejor. Sin embargo, es tan filosa la espada de la sátira y la caricatura que muchas veces se busca algún pretexto para prohibir o inhibir sus distintas manifestaciones. Ciertamente hay algunas cosas en las que el sentido común o el buen gusto indican prudencia, pero es muy difícil establecer criterios uniformes al respecto sin caer en la trampa de la censura o la autocensura.
Como siempre, la sabiduría popular nos puede guiar: dice el refrán que el que se ríe se lleva y el que se lleva se aguanta. No se vale practicar el humor si no se está dispuesto a recibirlo de regreso. Por eso les decía que es tan saludable reír de uno mismo, así ya nada nos puede tomar por sorpresa.
Ríanse si quieren y pueden, les hará un mundo de bien.
Analista político y comunicador.
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