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Una sociedad abierta debe acoger a todos sus miembros y darles el espacio de convivencia para su desarrollo personal y social. No sucede así. En Latinoamérica, uno de cada cinco jóvenes entre los 15 y 24 años de edad ni trabaja, ni estudia.
¿Por qué sorprendernos entonces del crecimiento de la violencia y la pérdida de valores si estamos permitiendo la frustración, la depresión y el resentimiento de millones de personas que son rechazadas por las escuelas y despreciadas por los empleadores?
Cuando el miembro de una familia tiene problemas, no descubre sus habilidades, se siente incapaz. ¿Qué hacen sus seres queridos? Lo acogen, lo apoyan, le buscan salida a su problema. Así debe de ser una sociedad verdaderamente democrática, pero hoy por hoy, lo que se hace con el menos favorecido de talentos es marginarlo.
Cuando las decisiones de políticas públicas ponen todo el énfasis en la eficiencia y cero interés en el desarrollo de la autoestima, cuando la sociedad solamente enfoca su atención en la productividad y cero en la convivencia armónica de sus miembros, empiezan a surgir problemas sociales paralelos que, paradójicamente, afectan directamente la eficiencia y la productividad. Así de simple. Una persona o comunidad feliz y con autoestima, es más eficiente y productiva.
En lo social, el orden de los factores sí afecta el producto.
Por ello, debemos voltear a ver a los ninis si queremos una sociedad próspera y en paz. En Latinoamérica hay 20 millones de ninis. Se calcula que en México existen alrededor de 6 millones de personas en esta situación.
Estos jóvenes que ni estudian ni trabajan deben ser sujetos de atención. Primero: porque son fuente que perpetua la desigualdad, y porque muchas veces se vinculan a la delincuencia y a la violencia.
Segundo: porque existe atrás de cada nini una historia personal de frustraciones y rechazos sociales que lo lleva a aislarse y no participar en mejorar su vida y la sociedad.
Tercero: porque según cálculos de la OCDE, el hecho de que tengamos una población tan grande de personas sin estudiar ni trabajar, significa para México un costo de casi 200 mil millones de pesos.
Esto que se señala es más o menos cuatro veces el gasto total de la Universidad Nacional Autónoma de México y representa casi 1% del Producto Interno Bruto.
Si es tan costoso tener a tantas personas sin estar realmente aplicadas a trabajar junto con la sociedad, apoyar su integración es una inversión social y económica de primer orden.
Preocuparse por los jóvenes rechazados de las universidades; estar atentos de las personas que entran a la edad de trabajar y no encontraron oportunidades; preparar a los jóvenes para mercados laborales dinámicos reducirá pobreza, la violencia y la frustración.
Los ninis están llamados a integrarse a una juventud que construya México con su trabajo, con su esfuerzo y no a ser parte de un grupo de personas que son, sin duda, muy apetitosas para el crimen organizado; para muchas actividades antisociales y problemas que la sociedad pudiera evitar poniendo los ojos en estas personas que a veces son producto de la ignorancia del resto de la sociedad.
Presidente ejecutivo de Fundación Azteca.
@EMoctezumaB
emoctezuma@tvazteca.com.mx