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Un árbol es un libro del tiempo. Dentro del sabino, el ahuehuete o cualquier conífera se halla la historia del clima; de las sequías, de los incendios, de las heladas, de la contaminación, de las lluvias. En sus núcleos se halla la vida. Y con la dendrocronología —la ciencia que estudia la edad de un árbol y los cambios climáticos a través de los anillos de crecimiento— es posible viajar al pasado.

En México sólo existe un laboratorio especializado en dendrocronología y se ubica en el Centro Nacional de Investigación Disciplinaria en Relación Agua, Suelo, Planta y Atmósfera (CENID-RASPA) del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales Agrícolas y Pecuarias (INIFAP), de Gómez Palacio, Durango, donde desde 2012 investigadores han viajado al pasado para conocer cómo era el clima hace 600 años; el comportamiento de las sequías en los últimos 800 años o la frecuencia de incendios hace 500 años.

En 17 años el laboratorio ha generado más de 250 series de datos climáticos distribuidos en todo el país, información que debería ser útil para prevenir desastres, explica José Villanueva Díaz, investigador y responsable del laboratorio.

El laboratorio consiste en microscopios, sistemas de medición para analizar los anillos de crecimiento y fechados, todo el equipo de campo para colectas, obtención de muestras y su preparación. A la entrada hay una especie de museo donde se explica la ciencia, además de muestras de cortezas de árboles:  pinus duranguensis, pice chihuahuana  y otros géneros con los anillos marcados y el sitio donde se hallaron.  Al fondo hay un archivo  dividido por los lugares de donde se obtuvieron los ejemplares, éste alberga cientos de muestras fechadas y cualquier investigador puede consultarlas.

José Villanueva explica que la dendrocronología funciona con la muestra de la corteza de un árbol muerto o vivo. En el caso de árboles vivos se extrae con un barreno o taladro el núcleo de crecimiento, virutas, gusanos o especies de pays cuando se requiere más información.

Con microscopio, ahonda el especialista, lo primero que se hace es fechar los anillos. Cada anillo es un año del árbol y la edad de los “gigantes” se cuenta del centro hacia afuera.

Para crear series confiables se llegan a tomar muestras de al menos 50 árboles por cada sitio. Después del fechado se analizan las huellas del tiempo: de las heladas, sequías, cicatrices de incendios. Si hay, por ejemplo, poca anchura entre un anillo y otro (entre un año y otro) significa que hubo sequía en ese periodo; si hay mayor distancia quiere decir que llovió a cántaros, si hubo incendios hay cicatrices, si hubo heladas se observan las células colapsadas.

Árboles: un viaje al pasado
Árboles: un viaje al pasado

Libro abierto

En el laboratorio hay una explicación de un estudio realizado para reconstruir las sequías mesoamericanas en el centro de México desde el año 800. Aquí también se ha trabajado en el atlas de sequía en colaboración con Estados Unidos, donde se integraron bases de datos de los últimos 600 años: “Pudimos conocer a nivel país cuándo hubo sequías y con qué frecuencia, si algunas áreas son más húmedas que otras”, comenta José Villanueva.

Julián Cerano Paredes, investigador, refiere que en el estudio Sequías reconstruidas en los últimos 600 años para el noreste de México, encontraron tendencias de sequías fuertes cada 50 y 100 años. Inclusive, en una reciente investigación hallaron que esos eventos extremos se extendieron al centro del país.

Cerano Paredes es especialista en la construcción de series de fuego y clima. En últimas fechas trabajó en la reconstrucción del fuego de los últimos cuatro siglos en la parte alta de la cuena del Nazas, que abastece de agua a la Comarca Lagunera. Además, ya habían reconstruido la parte climática desde el año 1600.

Lo que hicieron, explica Cerano Paredes, fue medir la frecuencia del fuego en la zona y ligar la variable del fuego con la variación del clima, es decir, analizar la ocurrencia de incendios influidos por el clima. La huella que deja un incendio en un árbol es una especie de cicatriz. Cuando se fechan los anillos, menciona Julián Cerano, es posible encontrar en qué años hubo incendios, sequía o escurrimientos.

“Más a fondo podemos ver en qué porción del crecimiento está la banda para inclusive conocer la estación del año en qué ocurrió. Más de 90% de los incendios ocurren históricamente en primavera”, añade Cerano. Para esta investigación estudiaron especies de bosques mezclados y pinos, y concluyeron que hay una relación fuerte entre sequías e incendios.

“Encontramos que esa variación del clima es influida por el fenómeno de El Niño y La Niña. La Niña produce fuertes sequías para el norte de América y El Niño condiciones húmedas. Se relaciona de manera fuerte. Históricamente ha provocado fuertes incendios para estas partes”.

En los últimos cuatro siglos existe una frecuencia promedio de cada cinco años una sequía y un incendio fuerte, aunque las más graves sequías se han presentado cada 50 años. Tras la reconstrucción, han encontrado que desde la década de los 70 hay pocos incendios en la parte alta de la Cuenca provocados por el clima.

Asimismo, extendieron la investigación al centro del país. Concluyeron que  el efecto de La Niña, por ejemplo, provoca sequía en el norte y humedad en el centro. Pero también que en años y fechas específicas sucedieron incendios tanto en el norte como en el centro.

En la zona centro se trabajó principalmente en el Cofre de Perote, en Veracruz, donde se hizo una reconstrucción del fuego de los últimos 550 años y 600 años del clima. Utilizaron bosques de pino de altura que estaban hasta a cuatro mil metros de altura.

Información para prevenir

El investigador Julián Cerano comenta que la información histórica que se obtiene de un árbol, en teoría debería servir a los encargados de tomar decisiones, para temas de prevención.

En el caso del Cofre de Perote, por ejemplo, la gente del lugar está interesada en la información que se genere para prevenir. Sin embargo, Cerano Paredes aclara que no hacen pronósticos, sino que muestran tendencias históricas. “Si en los últimos 600 años ésta ha sido la tendencia, probablemente tengamos algún evento seco, por ejemplo”.

La idea de estaciencia, añade, es generar archivos climáticos que sirvan para comparar fenómenos. Sequías con brotes de plagas, sequías con fuego, lluvias con crecimiento, etcétera.

José Villanueva Díaz menciona que los estudios dendrocronológicos han servido para la conservación de algunos sitios como la Cuenca alta del río Nazas. “Sirve porque sabemos cómo se reproduce el sabino en la zona, qué áreas están más degradadas, qué sitios tienen más arbolado, qué áreas necesitan restauración”.

Con el Departamento de Física de la UNAM, por ejemplo, han colaborado para analizar problemas de contaminación en la Ciudad de México a través del estudio de coníferas.

La dendrocronología puede estudiar los problemas de contaminación como la minería como factor contaminante en ríos. En estos casos se analiza qué productos está captando el árbol, como carbón, qué grado de contaminación y qué efectos puede tener en el arbolado.

Los investigadores explican que no todos los árboles captan fidedignamente la historia climática. Especies como la pseudotsuga menziesii, una conífera, sí es muy sensible para captar los cambios. La especie más longeva que han hallado es un sabino de hace 1650 años en San Luis Potosí.

Más apoyo

Para el responsable del laboratorio, facultades de agronomía y silvicultura deberían promover esta ciencia como lo hacen otras universidades del mundo; sin embargo, lamentó que en el país sólo hay partes aisladas y no tienen líneas de investigación dendrocronológicas. “Hay más gente trabajando, tienen equipos pero no funciona como laboratorio, sino para generar tesis, estudios muy concretos, se acaba el estudio y ya. Aquí generamos información continuamente, llegan investigadores, estudiantes, y colaboramos con varias universidades”, comenta José Villanueva.

Menciona que aún faltan muchos estudios por explotar con esta ciencia, como analizar qué tan eficientes y productivas son las especies en el uso de agua. “Sabiendo fechar bien los crecimientos, podemos saber cuándo creció más o menos, se pueden hacer proyecciones de producción de madera”.

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