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¿Qué está lloviendo? ¿Qué diablos es? No salgas, hijo. ¡No salgas!, exclamó imperativamente doña Carolina, encargada de un negocio que cerró de inmediato ante la lluvia negra que llenó de pánico a los habitantes de este puerto tras el incendio de la refinería.
Segundos antes, doña Carolina encerrada en su negocio recibió la preocupante llamada de su pequeño hijo que le dijo: “¡Mamá, mamá, la casa se está pintando de negro!”. La lluvia negra bajó del cielo y pintó fachadas, vehículos e irritó la garganta de todos.
¿Dónde está el protocolo de Pemex? ¿Dónde?, preguntó airado el señor Hermilo, al ver que sus vecinos de la parte alta de la colonia Juquilita corrían por todos lados en busca de refugio. Desde arriba escucharon dos explosiones, vieron el fuego y la enorme columna de humo negro que cubrió por completo el cielo gris de Salina Cruz que amaneció nublado por los remantes de la depresión tropical en que se convirtió Calvin.
Y después del incendio, llegó la lluvia negra que espantó a los salinacrucenses. Calles y arroyos se cubrieron de agua negra. Los comercios cerraron. Los automovilistas con sus familias buscaron escapar de la inusual lluvia negra. Algunos salieron hacia la costera rumbo a Huatulco, otros hacia Tehuantepec.
En las viviendas de las colonias evacuadas cercanas a la refinería, el silencio imponía su ley. Nada se escuchaba. Nadie se hacía presente. ¡Dios mío!, exclamó doña Roxana al ver sus trastos domésticos cubiertos de hollín. “¿Qué será?”.
Poco después del mediodía, en medio de una pertinaz llovizna, creció la alerta entre los pobladores porque los Servicios de Salud de Oaxaca (SSO) difundieron un comunicado en el que pedían a la población que evitara el contacto de agua de lluvia con la piel.