“Toda la noche se oyen disparos, no dejan dormir, son ametralladoras. Mi mamá dice que no andemos con esos porque vamos a aprender cosas malas”.

Para Juan, de nueve años, los enfrentamientos entre grupos armados son parte de su vida cotidiana. Para este pequeño indígena tarahumara es algo normal ver turistas extranjeros, pero también a “los sicarios”.

En la región de Creel se viven dos realidades paralelas: la del pueblo pintoresco con maravillosos paisajes a donde llegan visitantes de todo el mundo y la que sólo conocen los habitantes, en la que el narco y la violencia se mueven a sus anchas.

—En la noche vienen los malos y le disparan a la gente —dice Antonio.

—¿A toda la gente? —se le pregunta.

—A algunos nomás —responde con inusitada tranquilidad.

Juan y Antonio cursan cuarto grado, combinan sus estudios en la primaria con la venta de artesanías que elaboraran sus madres, para ayudar en los gastos familiares. Por eso no es raro que al igual que cualquier niño tarahumara recorran grandes distancias desde Creel hasta el lago Arareco, el Valle de los Monjes, el de las Ranas, y otros sitios que son atractivos turísticos, pero en ese ir y venir caminando son testigos de las actividades de grupos criminales dedicados al trasiego de drogas.

“Yo no tengo miedo. Si tienes miedo te hacen cosas malas, pero si no, no te hacen nada”, dice Juan, quien hace unos meses logró escapar de un pistolero que le disparaba. Recuerda que en esa ocasión caminando por la sierra quedó atrapado entre el fuego cruzado de un enfrentamiento. Al intentar huir, uno de los hombres armados lo confundió con un rival y lo persiguió; el niño corrió por entre los árboles hasta que logró llegar a un camino. Para su buena suerte pasaba un automóvil por el lugar que le ayudó a llegar al pueblo.

Creel cumple este año una década de haber sido declarado Pueblo Mágico, la economía local depende casi en su totalidad del turismo. Es la primera parada en la sierra que hace el único tren de pasajeros del país, El Chepe. Aquí lo mismo se ve a un visitante de la capital del estado que de la Ciudad de México, de Estados Unidos, Alemania o Japón.

Sin embargo, por varios años el turismo prácticamente desapareció, luego de que en 2008 un grupo armado irrumpiera en una fiesta y asesinara a 11 personas, entre ellas un bebé que murió abrazado por su padre. Desde ese momento nadie quería visitar el lugar; hoteles y restaurantes lucían vacíos, no se contrataban paseos ni había quién comprara artesanías.

Según residentes, apenas hará unos cinco años que comenzó la recuperación económica, y eso gracias a que los grupos delictivos dejaron fuera de sus operaciones las principales calles del pueblo y los lugares más emblemáticos de la región, para no perjudicar a los habitantes locales.

Los dos pequeños indígenas, y todos los que aquí viven, saben que la disputa es entre dos bandos: los de San Juanito y los de Cusárare. Cada grupo tiene su zona de control, pero cuando se violan esos límites se presentan los enfrentamientos armados.

Durante 2016, en el municipio de Bocoyna, que cuenta con poco más de 27 mil habitantes, se registraron 34 homicidios, según cifras oficiales.

“Los malos no les ganan a los buenos. En la película los buenos le ganan a los robotes (sic) porque saben más. Los malos nomás saben disparar y correr”, dice Antonio, y luego agrega apuntando hacia la sierra: “Allá iban en un helicóptero los buenos, y le pusieron una soga a uno que venía colgado, venían persiguiendo a uno de los malandros”, relata lo que parece ser un operativo del Ejército, vía aérea, para aprehender a integrantes de los dos grupos delictivos de la zona. “Vimos un avión de guerra”, añade.

Al preguntarles qué tipo de armas usan “los malos”, Juan dice que es “artillería pesada”. Antonio comenta que cuernos de chivo. Luego se suelta riendo y agrega: “También cuernos de vaca”.

Antonio platica que de grande quiere ser abogado, para defender a la gente de su etnia. Juan todavía no hace planes, lo que sí tienen claro los dos es el consejo de sus madres: no hay que escuchar a los malandros, porque enseñan cosas malas. Redacción

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