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estados@eluniversal.com.mx
Cuando los médicos finalmente le explicaron el motivo del dolor tan fuerte que sentía en su mano derecha, Juan Ponce de León, un hombre de 71 años, se resignó a morir o a sufrir la amputación de su extremidad. La “araña violinista” lo había convertido en su víctima.
El veneno de la Loxosceles laeta —el nombre científico del arácnido— comenzó a disolver el tejido de su mano y los dolores eran insoportables. La reacción llamada médicamente proteolítica y necrolítica, literal, se comía los músculos de Juan y dejaba a su paso hoyos en la piel que llegaban casi al hueso.
Foto: Secretaría de Salud
“En ese momento ya me había resignado a la amputación de la mano o a morir. Cualquiera de las dos cosas, estaba consciente de eso”, dice. A su mente llegaron aquellas imágenes y noticias que había visto sobre “la violinista”, de su letalidad y de las muertes que había producido en muchas partes del mundo.
Un día después de aquel 9 de enero de este año Juan fue a parar al Hospital General de Zona Número 20 La Margarita, del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) en Puebla, donde el hombre dedicado a darle mantenimiento a las industrias pensó que era su fin: “Una desesperación total... Pensé: ‘hasta aquí llegué’”.
El IMSS conformó un equipo multidisciplinario compuesto por seis especialistas de distintas áreas y de dos hospitales para intentar salvar no sólo la mano, sino la vida de aquel hombre que, en principio, había creído que tenía una fisura o un tendón lastimado.
El sufrimiento era insoportable; le hicieron muestras de laboratorio y le confirmaron el terrible diagnóstico: tenía en su cuerpo el veneno de “la araña violinista”. Así se sumó a las estadísticas del sector salud por intoxicación por ponzoña de animales, que durante el presente año suman 712 casos.
“Se me disparo el azúcar, me sacaron casi de coma diabético”, narra. Los médicos le drenaron la mano, porque estaba avanzado el problema. La desesperación lo invadió. Juan se resignó a perder la extremidad e incluso la vida, pero a las pocas horas reaccionó.
“Si he salido de cosas peores, tengo que salir adelante, me dije”, recuerda y asegura que decidió luchar conjuntamente con los médicos, enfermeras y antibióticos.
En lo que va del año, en Puebla han muerto tres personas por la mordedura de este tipo de araña.
La guerra contra el dolor. El arácnido regularmente es nocturna, pero aquel sábado de principios de año, atacó durante el día. Juan se encontraba en casa de su hijo en una de las colonias de la capital poblana.
Realizaba sus ejercicios habituales y al momento de apoyarse con sus puños para levantarse del suelo sintió un dolor fuerte en la mano derecha, seguido por un calor que le recorrió el cuerpo. “Pensé que me había torcido; que tenía una fisura o un tendón mal”, cuenta.
Buscó por inercia algún animal, pero nunca lo encontró. Al día siguiente la mano estaba hinchada y morada; acudió al área de ortopedia donde le sacaron una radiografía que salió sin ninguna fractura, pero aun así lo entablillaron y le recetaron medicamento para el dolor.
Las molestias seguían. “La necrosis (muerte patológica de la piel de la mano) alcanzaba al antebrazo”, rememora el médico cirujano general, Virgilio Galicia Victoria, uno de los especialistas que tomó el caso.
Con 28 años de servicio médico, el médico detectó de inmediato que la piel comenzaba a caerse y a causar problemas severos. Aún así nunca perdió la esperanza, pues don Juan había llegado a tiempo y fue canalizaron a medicina interna, gracias a una de sus sobrinas química farmacobióloga, quien detectó que algo no andaba bien.
El cirujano, además de laborar en el IMSS, también trabaja en el Hospital General de Agua Santa de la Secretaría de Salud, donde le ha tocado atender al menos seis casos por año “y la mayoría con consecuencias funestas”.
“Son seis por año aproximadamente y causa muchos problemas de pérdida de la extremidad; tuvimos un caso de un hombre que se cayó en un barranco y le picó en la extremidad inferior, se tuvo que amputar porque llegó con edema y síndrome de compresión”, dice.
“La violinista”, advierte el médico que en un par de meses se jubilará, ya se encuentra en Puebla y es momento de que los servicios de salud lleven a cabo fumigaciones en las regiones de dónde llegan pacientes, “porque parece tan inofensiva y causa mucho daño”.
“Sentía angustia”, dice a su vez la responsable de la Clínica de Heridas, Ihaly Arenas Vázquez, quien encabeza un programa piloto en el IMSS para atender a pacientes con heridas graves.
Junto con su equipo de enfermeras, quitó el tejido muerto y la carga de bacterias excesivas y colocó apósitos con plata y calcio para ayudar a mejorar herida de manera más rápida y con un abordaje menos dramático para el paciente.
Nunca, recalca, perdió la esperanza: “Siempre tengo el conocimiento y la fe grande de que todos mis pacientes pueden sanar y hasta el final luchamos, porque en nosotros nunca llega la apatía de decir: ya no se puede hacer mucho”.
Para combatir los efectos de aquella “violinista”, caracterizada porque en la parte superior de su cuerpo tiene una marca café con forma del instrumento musical, se integraron del Hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social La Margarita, el director Marco Antonio Villaseñor Díaz, el médico cirujano general Virgilio Galicia Victoria y la responsable de la Clínica de Heridas, Ihaly Arenas Vázquez.
Los daños que dejaron los tres pares de ojos y las ocho patas delgadas que se unen a la parte superior del arácnido de 1.25 centímetros también requirieron la atención del jefe de Cirugía General, Pedro Ramos Vázquez, y de la cirujana plástica Mary Luz Jiménez del Hospital de Traumatología y Ortopedia de Puebla; además del director de la Unidad Médica de Alta Especialidad, Francisco Morales Flores.
El violín sin violinista. Meses después de aquellos momentos, Juan ha vuelto al Hospital La Margarita, pero ahora con una mano sin heridas a flor de piel.
Y como una muestra de su sorprendente recuperación, escribió una carta de agradecimiento con la mano derecha, que tiene una recuperación de su movimiento de casi 80%: “Le doy gracias a Dios y que Dios los bendiga, ese es el motivo de mi visita y decirles que sí se puede”, les escribió a los doctores, aquellos que lo vieron tendido en la cama con su extremidad destrozada y que se encargaron de su atención.
De “la araña violinista,” sólo supo que su hijo se encargó de fumigar su casa y la encontró medio moribunda… la acabó de rematar de un pisotón ‘y nada más quedó el violín’”, dice en tono de broma, completamente feliz de seguir vivo.