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En las colonias Molino de los Arcos, Ojo de Agua y La Hormiga, unas 30 mujeres, amas de casa, jóvenes solteras y estudiantes, adoptaron desde hace dos décadas el uso del hiyab (pañuelo), cuando se convirtieron al Islam. En la calle eran vistas con sorpresa; sus vecinos se mofaban de ellas y le decían que si “no tenían piojos”.
Muchas de estas mujeres aún no nacían cuando los españoles Aureliano Pérez Yruela, Esteban López Moreno y el mexicano Luis García, llegaron a esta ciudad a difundir el Islam, que en 1995 tuvo a los primeros conversos: Domingo López Ángel, que venía de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, y Salvador López, un hombre que no se definía como evangélico o católico.
Otros indígenas entonces tomaron la Shahada (profesión de la fe islámica) e invitaron a sus hermanos, madres, esposas a que conocieran la nueva religión, sólo que tenían que vivir en comunidad, donde las mujeres empezaron a usar el pañuelo y los hombres a aprender oficios.
Cuando los indígenas tzotziles abandonaron la misión para el Dawah, regresaron a casa, pero por algunos años no supieron qué hacer, hasta que se reorganizaron en cuatro grupos (en total unas 500 personas), con su propia mezquita, tres de éstas ubicadas en las colonias Molino de los Arcos, Ojo de Agua y San Martín, mientras que la comunidad Ahmadía aún busca un predio para edificarla.
Esta comunidad , que indica como su mesías a Hazrat Mirza Ghulam Ahmad (1835-1908), es la de mayor crecimiento en la localidad con un joven líder Ibrahim Chechev, que tomó la Shahada en 1996, a los 16 años, y que ha vivido en varios países de Europa y Oriente.
En esta madraza que hasta hace unos tres años era parte de la mezquita de Molino de los Arcos, muchas de las jóvenes de la primera generación de musulmanas sueñan con ir a la universidad para apoyar a sus hermanos.
Soraya, de 23 años, aún recuerda las primeras enseñanzas del Corán en la Misión para el Dawa, cuando tenía cuatro años de edad, donde “aprendí a leer el Corán”, pero cuando la comunidad se escindió tuvo que terminar la primaria en un plantel público.
Recientemente viajó a España para radicar durante un par de años en Granada, donde estudio árabe y el Corán; trató de terminar sus estudios de secundaria, pero no lo consiguió.
La joven, aún soltera, quiere regresar a Europa para continuar los estudios del Islam, porque cuando la comunidad Ahmadía concluya la construcción de la mezquita y establezcan la madraza, quiere ser maestra.
Soraya también quiere aprender panadería, repostería y terminar la preparatoria.
A los cuatro años llegó a la misión para el Dawah, donde aprendió a leer en español, así como pasajes de el Corán en árabe, aunque no sabe hablar a la perfección este idioma.
De niña, dice, cuando empezó el usar el hiyab, los habitantes de la ciudad volteaban a ver a su madre y a sus primas, pero sus vecinos le decían “sino tenía piojos”, pero ella trataba de explicarles que lo hacía por “respeto a Alá”.
“Considero que me falta muchísimo para aprender del Islam”, asegura la joven.
Soraya ayuda a su madre en las labores del hogar; entre sus planes está regresar a Granada, donde dejó amigas con las que gustaba de salir a excursión en las montañas. “Quiero regresar a Granada y Sevilla. Me gustó mucho la parte norte de España, pero también quiero hacer el Hayy (peregrinación) a la Meca”, cuenta.
Oportunidades
La jovencita está agradecida con su tía la española Yana, hija de Esteban López, “nos ha ayudado mucho y nos ha abierto muchas posibilidades para que continuemos aprendiendo más del Islam y como poder expresarnos, ya que como indígenas se nos dificulta muchas cosas. Con ella hemos aprendido mucho”.
Comenta que no tiene novio. “Aquí no prohíben que tengamos novios, pero me gustaría que fuera de la misma religión para que me comprendiera mejor. Si algún día me caso, quisiera tener tres hijos y vivir aquí en San Cristóbal, dando clases en la madraza”.
—¿Vas a fiestas?
—Prefiero las fiestas de la comunidad, pero principalmente ir a tomar té o café, donde haya una buena conversación. Extraño a mis amigas de Granada, porque con ellas salíamos de paseo y excursión a las montañas, pero eso de ir a la discoteca no me gusta.
Recién regresó de un congreso de la comunidad Ahmadía en Guatemala, donde asistieron musulmanes de Costa Rica, Panamá, Canadá, Estados Unidos, Inglaterra y otros países. Está entusiasmada con las próximas reuniones que serían en Canadá y Reino Unido.
Aisa, de 14 años, asegura que “nació siendo musulmana”. Sus estudios los inició en la madraza para proseguir en una escuela pública, donde hoy cursa el tercer año de secundaria.
Tiene contemplado presentar examen en el Colegio de Bachilleres 58 de Chiapas, que está poco más de dos kilómetros de su hogar.
La niña, que lleva el nombre de una de las esposas del profeta Mahoma, quiere estudiar psicología porque donde vive ha visto que muchos jóvenes de origen indígena se han perdido en el alcohol y la drogadicción. “Quiero ayudar a la gente con problemas emocionales”, dice.
Ella afirma que cuando se separaron de la comunidad Al-Qautar (sunita) vinculada al Centro Cultural Islámico de México, que fundó Omar Weston, formaron la comunidad Ahmadia, donde ha aprendido nuevas cosas, principalmente cómo hacer “debidamente las seis oraciones al día. Es una forma muy sencilla”.
Aisa quiere también ayudar a la madraza para preparar a los niños en el estudio del Islam y aprendizaje del árabe.
—¿Cómo te llevas con los jóvenes cristianos de tu escuela?
—Yo convivo bien con los compañeros que tienen otra mentalidad, distintas creencias y tradiciones. Yo comparto mis ideas con ellas y gracias a Dios muchos de ellos me entienden.
Aisa ha escudriñado el Corán, domina 80% de la escritura, pero no sabe hablarlo.
—¿Cómo ayudarás en la mezquita?
—Quiero transmitir mis conocimientos de el Corán a otras mujeres.
Esta jovencita también desea viajar a Londres para reunirse con musulmanes de la comunidad Ahmadía y “conocer a mucha gente”.
Laila, de 12 años, cursa el sexto grado de primaria y quiere ser médico para “apoyar a mi comunidad y a la gente de esta zona”.
A dos kilómetros de distancia, en la casa de Salvador López (Mohammad Amín), su esposa Baraka atiende una tienda de abarrotes donde acuden cristianos evangélicos a comprar. Ella es la mujer del primer indígena que se convirtió al Islam de México, pero a la fecha no ha aprendido a leer, escribir o hablar el árabe, a diferencia de sus hijas que ya lo escriben.
Camino a la mezquita de la comunidad Al-Qautar, las mujeres que conocieron el Islam hace 20 años se dedican a cuidar tendejones, hacer la limpieza de la casa y tejer. Sólo un puñado de jóvenes, de 10 a 25 años, saben leer y escribir árabe gracias a las maestras que llegaron de España bajo el auspicio del Movimiento Mundial Murabitun y la misión para el Dawah, (sufí) de Aureliano Pérez Yruela (Emir Nafia).