Naolinco.— En la zona montañosa central de Veracruz, a unos kilómetros de Xalapa, se localiza un lugar mágico, lleno de tradición. Su nombre en náhuatl, Naolinco, significa “las cuatro estaciones del año o lugar consagrado al Sol”.

Su comida, sus paisajes, las calles empedradas, las casas uniformes coloridas y cubiertas de tejas, se convierten en el principal atractivo. Por las tardes la neblina, la caída del agua de sus cascadas —que pueden observarse desde un mirador— y el olor a pan recién horneado, envuelven el poblado de magia.

Un gran porcentaje de la población naolinqueña (80%) se dedica a la confección de calzado, utilizando distintas pieles, por ello, al pasar por cada una de las casas, muchas de ellas también talleres familiares, se percibe el olor a piel, a pintura y pegamento, así como el ruido de las máquinas y el martillar de pequeños clavos.

Naolinco ofrece cada mes una sorpresa; es un renacer en este lugar de flores, frutas y árboles, pero noviembre es el que más llama la atención: el día 1 llegan personas de todos lugares del país para ser testigos de “La cantada”, una tradición que cada año se enriquece, gracias a los organizadores.

Desde días antes, las calles se engalanan con Catrinas bellamente ataviadas y de tamaño normal que escenifican las distintas actividades de los pobladores, como la venta del famoso pan en las esquinas. No existen calles más limpias y ordenadas esos días, como las de Naolinco porque todos sus habitantes participan gustosos para llevar a cabo una tradición que los coloca en la mira internacional.

En Naolinco estos días de “alabanza a los fieles difuntos” nos trasportan a un mundo de muertos, porque las Catrinas llenan todos los lugares: boticas, tiendas, zapaterías, parques, todos destinados para el montaje de las escenografías, como la Casa de la Cultura, en cuyo patio hay todo un cementerio con calacas de tamaño humano, Catrinas rezando a sus muertos o atendiendo panaderías; es como visitar otro pueblo pero donde los habitantes son los difuntos.

Y la gran ofrenda de cada año también en la Casa de Cultura, es un altar que conjuga el olor a pan y a incienso, a flores y a mole, a fruta y a dulces de pepita. Se necesita todo un día para recorrer todos los altares, pero los visitantes saben que la noche de “La cantada” nadie duerme.

Se visitan tantas casas y altares como se quiera, y se disfruta de la delicia de los tamales que las señoras de la casa reparten a quienes llegan a cantar a sus fieles difuntos.

El cementerio también se recorre con “La cantada”, ahí en punto de las 20:00 horas se inicia todo con cantos y alabanzas a los difuntos.

Es una noche de sabores, alabanzas, cantos e historias que no se ha perdido a través de los siglos, es una noche de frío y neblina, de emoción; falta tiempo, pero nunca faltará la entrega de los naolinqueños en esta historia que es su historia.

“Salgan, salgan, salgan, ánimas de pena, que el rosario santo rompa sus cadenas…”, alabanzas que cantaron alguna vez nuestros ancestros y que hoy son entonadas para que nunca muera “La cantada”.

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