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Lázaro Cárdenas.— A 30 años del terremoto, la herida emocional y económica aún no cierra para algunos habitantes de Lázaro Cárdenas, municipio ubicado a 15 kilómetros de donde se registró el epicentro del movimiento telúrico que alcanzó 8.1 grados en la escala de Richter.
En el municipio tres personas murieron en accidentes viales a consecuencia del paíco por el sismo, en la industria acerera se vivió el caos por el desalojo de los miles de trabajadores y hubo cuantiosas pérdidas materiales en edificaciones construidas sobre el litoral michoacano.
El sismo con epicentro en el Océano Pacífico, cercano a la desembocadura del río Balsas en la costa de Michoacán, y a 15 kilómetros de profundidad bajo la corteza terrestre, dañó los tres principales hoteles del lugar.
Enrique Garibay Valencia, administrador e hijo del dueño del Hotel La Loma, que ocupaba más de 10 mil metros cuadrados sobre la carretera costera en la Tenencia de Playa Azul, vio caer el patrimonio de más de 20 años de trabajo familiar.
“Después del terremoto el hotel no volvió a abrir sus puertas y se perdieron más de 100 fuentes de empleo; habilitamos por algún tiempo sólo unos cuartos y la alberca, pero están todos amolados y solamente nos daban para pagar la luz”, expresó.
Garibay Valencia narró que ese 19 de septiembre el hotel de 150 habitaciones se encontraba lleno de huéspedes: recordó que el sismo se sintió tan fuerte que los trabajadores y los huéspedes entraron en pánico porque las tres etapas del hotel quedaron de inmediato desquebrajadas en su totalidad.
Enrique Garibay señaló que las pérdidas fueron incalculables y que a pesar de que solicitó por muchas vías y a muchos gobiernos el respaldo para rehabilitar el hotel, siempre fue ignorado.
Junto con La Loma al menos otros dos hoteles de menor capacidad resultaron con afectaciones severas, aunque los socios lograron créditos privados para volver a levantarlos y hoy se mantienen en funciones. Se trata del Playa Azul y el María Teresa.
A 21 kilómetros de esa zona, tres personas perdieron la vida en accidentes automovilísticos ocasionados por el pánico entre automovilistas de ese puerto.
Todos querían ir por sus hijos a la secundaria o a las preparatorias, todos los trabajadores de la acerera y fundidora Sicartsa corrían, toda la gente gritaba, describió doña Chela, habitante de la tenencia de Guacamayas de ese municipio portuario.
Narró que minutos después de las siete de la mañana, luego de dejar a sus hijos en la secundaria, se empezó a escuchar un ruido tremendo que les causó mucho temor a pesar de vivir en un fraccionamiento construido a prueba de terremotos por la zona en la que está ubicado.
Su mayor angustia era regresar a la escuela por sus tres hijos y saber de ellos, porque se escuchaban rumores de que había muchos edificios y construcciones “que habían sido tragados por la tierra”.
“Ya cuando vimos que se apaciguaron las cosas, que ya no había tanto carro en la carretera nos fuimos a buscar a mis hijos a la escuela. Afortunadamente estaban bien y nos abrazamos, corrimos, lloramos; la verdad fue una experiencia que todavía nos duele, pero yo dije ‘bueno, aquí en Lázaro Cárdenas no pasó nada en comparación con lo que sucedió en la ciudad de México’”, detalló entre lágrimas doña Chela.
Otro de los momentos que la señora de 65 años de edad recuerda, es cuando vio correr desesperados a los cientos de trabajadores de la industria acerera Sicartsa.
“Todo el ambiente era de pánico, veíamos correr a los trabajadores, a sus esposas a sus hijos y a todos, porque ahí en la empresa estuvo fortísimo, ya que está ubicada a la orilla del mar”, explicó.
Relató que sus familiares —a los que se encontraba en la call— se imaginaban que se habían muerto sus seres queridos y que sus casas habían quedado devastadas, pero su aliciente era que no había reportes de muertos o de daños en varias viviendas. Más tarde —añadió— me llegó un poco la tranquilidad, ya con mis hijos en casa y saber que estábamos todos bien.
“Estábamos con 200 familias en lo que era un campamento de obreros; son casas construidas especialmente para temblores y para huracanes, por lo que eso nos salvó la vida porque la tenencia de Guacamayas está asentada en un terreno de mucho riesgo para temblores”.
La señora Chela lamenta que además de las personas fallecidas hayan quedado destruidos los principales hoteles de la región, por ser la segunda principal fuente de trabajo para los habitantes de la zona costera, tan sólo después de la industria acerera.
“A 30 años de los terremotos me quedó claro que somos muy vulnerables como seres humanos y que nada podemos hacer contra la naturaleza; tenemos que aceptarlo y vivir cada momento al máximo, por si nos toca”.