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La fijación de Genoveva por un hombre provocó una tragedia que cimbró a esta ciudad fronteriza: dos hermanitas, cuyo deseo era ver a su madre lejos del hombre que tantas veces le había propinado palizas, perdieron la vida de una manera cruel y salvaje.
Las niñas Deisy, de 13 años, y Cinthya, de siete, murieron estranguladas y apuñaladas por su padrastro, Said Aarón Salomón Ibarra, quien consumió cocaína por más de 12 horas, las asesinó en su recámara para luego ir a tener relaciones sexuales con la madre de las menores, que en ese momento ignoraba lo ocurrido.
Genoveva Salazar, una mujer que vive en condiciones precarias, madre de tres hijas de igual número de matrimonios, es empleada en una maquiladora; sus pocos ingresos no llegan a mil pesos semanales.
Hace seis años conoció a Salomón Ibarra en el Templo de Dios Vivo, una secta a la que solía asistir.
El hombre era un ex pandillero supuestamente regenerado, convertido en pastor, que usaba la música moderna para predicar y al ritmo de rap o hip hop; “convencía” a los jóvenes a mantenerse lejos de las drogas, el alcohol y la violencia.
Su historial delictivo venía desde la adolescencia. Archivos periodísticos dan cuenta de que, a los 23 años, fue detenido por destrozar a patadas la puerta principal de la Procuraduría de Justicia en Ciudad Juárez, luego de que agentes ministeriales no quisieron iniciar una denuncia por robo en contra del gerente del bar donde trabajaba, ya que se presentó ebrio a interponer la queja.
Genoveva y Salomón se casaron a los pocos meses de conocerse. Las hijas de la mujer nunca estuvieron de acuerdo con la relación; la aversión al hombre aumentó cuando Ibarra dejó la iglesia, volvió a las drogas y comenzó a golpear a su esposa.
“Dos veces lo denuncie por maltrato, intentó estrangularme y lo detuvieron, pero salió libre bajo fianza, las autoridades nunca le hicieron nada”, reconoce la mujer afuera de la funeraria Ángeles, donde se velan los cuerpos de las niñas.
Deisy Fabiola era una destacada alumna de la Secundaria Federal #3; sus maestros la recuerdan como una estudiante dedicada, con un promedio cercano a nueve, jefa de grupo y con una conducta intachable; también era la que más se oponía a que su madre siguiera casada con Ibarra, lo que solía provocar arduas discusiones en casa.
Su hermana menor cursaba el segundo grado en la primaria Benito Juárez y, por su edad, no participaba en las discusiones de Deisy sobre las diferencias con el padrastro.
Finalmente, Genoveva decidió correrlo de la casa, pero seguía viéndolo con frecuencia, de tal forma que Deisy solía recriminarle que no terminara de forma definitiva con él.
La noche del crimen
Genoveva vivía con sus tres hijas en una casa ubicada en el cruce de las calles Pimentel e Isla Chimalpa.
La vivienda es humilde; su piso es de tierra y la mayor parte está sin pintar. Un pequeño cuarto de madera al frente de la casa, que al parecer hacía las veces de casa de muñecas, tiene decenas de juguetes viejos apilados en cajas de cartón, bolsas y rejas de plástico.
La hija mayor, al igual que su madre, es empleada de maquiladora.
Es la colonia Álvaro Obregón, una zona popular en la que pocas calles tienen pavimento.
Proliferan los expendios de cerveza que parecen competir en ganar adeptos con varios templos religiosos de distintas denominaciones. Al levantar la vista con dirección al oeste se puede leer en uno de los cerros cercanos, un letrero emblemático de Ciudad Juárez: La Biblia es la verdad, léela.
Aquella noche, la última de las pequeñas en este mundo, Salomón llamó por teléfono a su todavía esposa, y le pidió que se vieran. Eva —como la llaman de cariño sus vecinas—, sin medir las consecuencias fue hasta la casa del hombre, ubicada a unos 500 metros de la suya.
“Llegué y me lo encuentro borracho, y le reclamo que para qué me hizo ir y me empezó a pedir perdón y yo le dije que no, que no podía estar con un hombre así, porque lo he corrido muchas veces por mis hijas”, relató a los medios de comunicación la mujer.
Tras platicar un rato y beber, la pareja tuvo relaciones sexuales. Después hablaron de la molestia de las niñas por sus encuentros. Aproximadamente a la una de la madrugada Ibarra se levantó, se puso la ropa y le dijo a Eva que iría a comprar cocaína, según quedó asentado en las declaraciones ministeriales del presunto homicida. En contraste, la mujer aseguró a la prensa que él dijo que iría por una cerveza.
Para ese momento, Salomón tenía 12 horas de estar consumiendo cocaína; se encaminó a la vivienda y entró sin ningún problema, ya que ésta no tiene rejas ni candados.
Se metió a la recámara de las menores y despertó a Deisy; comenzó una pelea que en breve pasó a los golpes. Bajo los efectos de la drogas, la estranguló mientras ella trataba de defenderse arañándole la cara, lo que no logró salvarla, pero posteriormente sería fundamental para demostrar que él es el asesino, ya que en las uñas de la menor quedaron restos de piel del rostro de Salomón que fueron sometidas a pruebas de ADN.
Los gritos despertaron a Cinthya; sin pensarlo, el hombre también la estranguló para no dejar testigos, no quería que ella pudiera identificarlo.
Para asegurarse que estuvieran muertas fue a la cocina, tomó tres cuchillos y prácticamente las degolló.
Salomón Ibarra regresó a su casa, donde Genoveva lo esperaba y de nuevo tuvieron relaciones sexuales; la mujer ignoraba que estaba teniendo intimidad con el asesino de sus hijas.
Los cuerpos fueron localizados hasta la mañana siguiente. Una compañera de clases de Deisy llegó a la vivienda; la buscaba para hacer una tarea y se topó con la desgarradora escena.
Genoveva llegó minutos después a su casa; al saber lo ocurrido, llamó por teléfono a Salomón, quien la consoló y, tras colgar, se apresuró a esconder los cuchillos en una finca abandonada. Horas después fue arrestado.
Las niñas fueron sepultadas en el panteón de la colonia Fronteriza Baja, una de las más pobres de Juárez.
Ahí, entre llantos, familiares y amigos soltaron cientos de globos blancos en recuerdo de las menores.
Mientras, la Fiscalía del estado dio a conocer que pedirá una pena de 140 años para el homicida.
De acuerdo con la Red por los Derechos de la Infancia, en Ciudad Juárez, durante la última década, hay un promedio anual de entre 10 y 15 niños asesinados por sus familiares. La mayoría de ellos, por sus padrastros.