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San Quintín, BC.— Apenas una cobija maltratada separa sus pequeños cuerpos de la tierra. Las dos niñas, Blanca de cuatro años y Margarita de tres, hijas de un jornalero, se turnan algunos días la única cama con su otra hermana, dos hermanos y sus dos padres, en esa casa hecha con paredes de triplay, con techo de hule y cartón de lo que eran cajas de huevo.
Con los pies descalzos, Margarita, la más pequeña, abraza a su perro de peluche lleno de la tierra del piso, mientras observa cómo uno de sus dos perros, quienes también comparten el terreno de 50 metros cuadrados, toma agua de la tina con la que Carmelita, su mamá, lava la ropa intentando ahorrar el agua que es abastecida por una pipa que pasa cada semana.
Blanca ayuda a su madre, quien se apresura para cocinar arroz y frijoles en la parrilla de dos hornillas que tiene para darle de comer a su esposo, quien, dice, no tarda en llegar después de haber pizcado fresa durante una jornada de ocho o 10 horas en la que gana entre 100 y 150 pesos.
“Tenemos que tantearle para salir a la semana, porque ahorita está todo muy caro y tengo que darle de comer a mis cinco hijos. Apenas alcanza para la comida. Aparte hay que pagar el camión de los hijos que se van a las escuela.
“La verdad me avergüenzo de comer puros frijoles, sopa y arroz, a veces, como ahorita que bajó un poco, compramos huevo, pero chorizo o carne muy rara vez traemos.
“Tenemos que ajustarnos a unos 500 pesos a la semana para la comida y pagarle a la pipa 100 pesos del agua”, dice Carmelita mientras muestra su casa, en la que existen sólo dos sillas en las que —declara— se sientan a comer sus hijas apoyando el plato en las piernas.
A sus 42 años de edad y originaria de Oaxaca, Carmelita considera que aun con el bajo ingreso que tiene su esposo como jornalero, están un poco mejor que si vivieran en su tierra.
Por eso, subraya: “¡Qué bueno que dicen que ya van a mejorar las cosas por acá para los jornaleros!, para que podamos vivir mejor y los hijos puedan estudiar, porque aunque quieran, mi hija la mayor (16 años de edad), quería estudiar una carrera, pero ya se tuvo que salir del CBTA (Centro de Bachillerato Tecnológico Agropecuario), porque no nos alcanza y ya está viendo para irse a trabajar al campo”.
A unos metros de ahí, en una casa donde vive otra familia de jornaleros, Alicia, a días de que nazca su tercer hijo, hace algo de limpieza y prepara la comida para esperar a su esposo, quien desde las cinco de la mañana salió a trabajar.
Con el apoyo de su madre Bertha, quien lava la ropa, Alicia vive con sus dos hijos y esposo en una mejor situación que Carmelita. Las paredes y techo de su casa están hechos con tablas de aserrín comprimido. Todos duermen en dos camas y hace poco que hicieron el piso de cemento.
Aunque cuando llueve dice que se le llega a colar un poco el agua, hay una parte, donde están las camas, en la que el techo está bien protegido por hules y ahí permanecen los momentos de lluvia.
Alicia nació aquí. Sus padres emigraron de Guanajuato a Sinaloa y luego se trasladaron a San Quintín en busca de mejores oportunidades, pues a su padre, quien falleció no hace mucho, le dijeron que aquí ganarían igual que los trabajadores de los campos de Estados Unidos.
La realidad no fue así, sin embargo hicieron raíces en esta localidad en donde dice que en el rancho donde trabaja actualmente su esposo le va mejor que en otros campos, donde los tratan mal y les pagan poco.
Sostiene que aún así tienen muchas carencias, en esta pequeña población del ejido Padre Kino, en donde en su casa, Laura tiene energía eléctrica gracias a una planta de gasolina, pero cuando no alcanza para el combustible, al igual que su vecina Carmelita, usan velas para no estar en la oscuridad en las noches.
Espera el agua cada semana para contenerla en tambos, que por llenar cada uno le cobran 20 pesos. De esa agua que adquieren separan la que utilizarán para tomar y preparar alimentos y la que usarán para las labores de higiene, limpieza y otras cosas. “Lo que hacemos muchas mujeres cuando nuestros hombres se van al campo, es lo que hace cualquiera, llevar a los hijos a la escuela. Yo tengo uno en el kínder y éste que es niño especial (de dos años de edad) y le tengo que poner más atención. También hacemos la comida, limpiamos la casa y algunas vamos a otros lados para conseguir quien nos brinde ropa para lavar y planchar y tener un poco más de dinero.
“O como mi mamá que ayuda en otras casas (como trabajadora doméstica), pero yo ahorita he parado de hacer varias cosas, porque ya mi bebé está por nacer”, contó la mujer quien confía en que con los acuerdos alcanzados el jueves entre jornaleros y gobierno, su marido pueda tener mejores ingresos.
“A eso se dedican mis hermanos y mi esposo, el trabajo en el campo. Y yo antes también era jornalera y espero regresar si las cosas mejoran, si pagan mejor y tenemos mejores garantías”, sostuvo Alicia, quien dijo que en tanto seguirá administrando el poco dinero semanal que lleva su pareja.
“Tendremos que administrar el poquito dinero que nos llega a las manos y hay que comprar las cosas económicas que haya en las tiendas y seguir comiendo sopa, lentejas, frijoles, arroz y harina para hacer las tortillas”.