Más Información
Embajada de EU en México continúa capacitaciones a INM en migración; estamos orgullosos de apoyar, dice
De la Fuente alerta por tráfico ilícito de bienes culturales; Gobierno recupera 220 piezas arqueológicas
Reforma “ternurita”: Imjuve lanza campaña para promover elección judicial; “ellos nos salvarán del neoliberalismo”
Amatlán de Los Reyes, Veracruz
Aquella noche llegaron a su casa a pedir ayuda, fue el preludio de lo que define como el llamado que esperaba de Dios para ofrecer su vida a los demás: una mujer migrante se le arrodilló de frente y le imploró auxilio para su esposo que yacía malherido en uno de los vagones del tren por donde cada día miles de centroamericanos intentaban llegar a Estados Unidos.
Eran los años 90 y era casi un delito ayudar a migrantes indocumentados, pero Norma Romero, mujer campesina de la comunidad La Patrona, no dudó ni un segundo y, en la camioneta de su esposo, se abalanzó hacia las vías del tren.
“Dios está conmigo, nada contra mí”, se repetía hacia sus adentros en el trayecto para tranquilizarse. No era una distancia muy larga, aunque le pareció eterno el viaje en el que no dejó de rezar un solo momento ante el temor de enfrentarse, en medio de la oscuridad, a personas desesperanzadas.
Encontró a cerca de 500 hombres y mujeres provenientes de distintos países de Centroamérica. La rodearon de inmediato. El reloj marcaba casi la media noche.
“Entonces, en ese momento, fue como si el Señor me hubiera llevado a los migrantes y sentí algo de la cabeza a los pies, como un cobijo, una protección que me estaba dando y que yo estaba recibiendo. Se me quitó ese miedo; era yo sola en medio de tanta gente que no conocía”, relata a la distancia esta mujer.
“Madrecita, ayúdenos”, le imploraban las voces en la oscuridad.
“Vengo a ayudar al que está herido”, respondió ella.
“Con que lo ayude a él nos ayuda a todos”, le contestaron.
El amasijo de guatemaltecos, hondureños y salvadoreños, en su mayoría, se dirigió al vagón de carga. Ahí agonizaba un hombre que había sido apuñalado cuando defendió a su esposa de ser atacada sexualmente en el municipio de Tierra Blanca. Llevaba tres horas desangrándose al ritmo de la locomotora que avanzó desde esa región hasta la comunidad La Patrona del municipio de Amatlán de Los Reyes (zona montañosa central de Veracruz).
Decenas de manos cargaron al hombre, pero lo hicieron de una forma que marcaría la vida de Norma para siempre. El herido era un hombre moreno, como la mayoría de los habitantes de La Ceiba, cabecera del departamento Atlántida de la República de Honduras.
“Varios migrantes le agarraron las manos y lo abrieron como el Cristo Blanco y los pies se los juntaron, y al ver esa imagen del Cristo Negro dije: Señor, ahí estas tú y quieres que te ayude y aquí estoy para ayudarte… Me dejaron contemplar a ese Cristo vivo y ahí fue cuando entendí que Dios quería un servicio. No fue un proyecto nuestro sino para Él”, relata.
Candidata a reconocimiento
A 22 años de distancia de aquel acontecimiento y a unos días de dejar atrás las celebraciones por el 20 aniversario de trabajo del grupo de mujeres conocidas como Las Patronas, Norma rememora aquellos episodios que marcaron la ruta de su vida y que le han valido diversos reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de Derechos Humanos 2013 y ser una fuerte candidata al Premio Príncipe de Asturias de 2015.
Las Patronas, un grupo de mujeres liderado por Norma, ofrece alimentos a los miles de migrantes que viajan trepados en el lomo de La Bestia, la locomotora de carga que como una aguja recorre todo el territorio nacional, pero también brinda cobijo a los que llegan, ahora caminando.
“Yo nada más estaba dedicada a mi casa, a mi hogar y al trabajo del campo, no sabía yo que podía ayudar”, relata su existencia de aquellos años, los 90, cuando iba a la iglesia pero se sentía poco útil.
“Creo que uno como ser humano tiene que estar agradecido con Él, porque a veces creemos que Él tiene el deber de darnos y no darle nada a cambio”, narra como si debiera justificar su camino.
Abandonó la Iglesia, pero no a Dios. Dejó de acudir a misa e intentó brindar apoyo a las mujeres de la comunidad, cuyos esposos, en su mayoría, eran choferes de tráileres y se negaban a participar en la comunión y confirmación y en las pláticas religiosas que ello conllevaba. Fracasó. No pudo modificar los esquemas de la Iglesia, pero comenzó a dar alimento a los necesitados sin distinguir si eran migrantes o pobladores de la zona.
Al poco tiempo llegó a la comunidad la Caravana de Madres Centroamericanas con el sacerdote Luis Nieto al frente.
“Le conté que me sentía mal porque dentro de la iglesia no encontraba lo que buscaba, porque yo quería servirle a Dios de corazón, quería trabajar para Él”, recuerda. El padre le pidió que le preguntara a Dios la forma en que podría servirle. “Le dije: ¡Ay, padre, con tanta gente que le pide a Dios no me escuchará a mí… Me dio risa y me fui”.
Fue entonces, un año después, cuando divisó al Cristo Negro que descendía del vagón de carga. Ni en la clínica del pueblo ni el médico particular quisieron atenderlo por miedo a problemas legales. Un amigo que sabía de primeros auxilios les dio instrucciones de cómo curarlo. Revisar la profundidad de las heridas, le dieron medicina para la fiebre y para la infección, y con sus propias manos cosió la piel destazada por un cuchillo.
“Y pedirle a Dios y orar por él…. Esa noche la pasamos ahí hasta las seis de la mañana que despertó y preguntó dónde estaba… Se salvó. A partir de ahí me di cuenta que no era que yo lo hubiese buscado, sino que Dios quería que yo hiciera eso”, dice aliviada.
La lucha continúa
Con 44 años a cuestas, Norma aún se encuentra insatisfecha. Las nuevas restricciones de migración por parte de las autoridades federales han modificado el andar de los centroamericanos que actualmente buscan nuevas rutas para no ser asegurados. Ello provoca que caminen muchos días y en numerosas ocasiones lleguen a Veracruz con los pies destrozados.
Diariamente 50 viajan en el lomo de La Bestia pagando sumas elevadas a los polleros, pero al menos 20 más recorren a pie el territorio nacional.
“El trabajo debe seguir. No podemos darnos por vencidos; hacer esto, no sólo por los migrantes, sino también por nuestros pueblos, es luchar por los hijos que tenemos y por los nietos que vendrán”, exclama Norma.