Más Información
INE aprueba ampliación presupuestal de 9.2 mdp; se destinará para comprar chalecos en elecciones del Poder Judicial
Sheinbaum anuncia obras de infraestructura en Nayarit; destaca puente que irá de Bahía de Banderas a Puerto Vallarta y un acueducto
Detienen a presunto jefe de célula delictiva allegada a Los Chapitos; se encargaba de narcomenudeo y compra-venta de armamento
“¡Arráncate, Coalcomán!”; así fue la campaña de Anavel Ávila, presuntamente ligada al “Mencho”, para Movimiento Ciudadano
Presupuesto para programas sociales está asegurado en la Constitución: Ariadna Montiel; destaca que se benefician a 320 mil nayaritas
Sheinbaum anuncia construcción de Farmacias del Bienestar en 2025; asegura habrá medicamentos gratuitos para personas vulnerables
Dinorath Mota / Corresponsal
Tula, Hidalgo.- El poderío tolteca está hecho una ruina. Parte de los restos de la cultura que fue considerada la creadora de todas las civilizaciones ha terminado en un corral de animales y en algunas partes hasta parece un chiquero. La Zapata II, como se conoce al sitio, era un lugar de descanso y el temazcal de los sacerdotes; ahora, ha sido invadido por viviendas, fauna nociva y perros callejeros.
La mítica ciudad de Tula parece disminuida; en los suburbios hay otros vestigios y ahí se encuentran —de acuerdo con el representante de la Coordinadora Ciudadana en Defensa del Patrimonio Cultural y Natural del estado de Hidalgo, Pedro Cardozo Reyes— lo que quizá fue la zona más importante para los toltecas, por encima, incluso, del complejo de los Atlantes.
“Aquí venían los gobernantes sólo con sus amigos; era un sitio para privilegiados, no acudía el pueblo, salían del temazcal y se enfilaban al río Tula, que era sagrado”, afirma.
Esta parte de la ciudad, que se ubica en la colonia 16 de Enero, debe su nombre a la zapata del tren bala que se tenía programado para conectar a este municipio con Querétaro.
En las décadas de los 80 y 90 inició la invasión en los vestigios arqueológicos, que consisten en dos terrazas, un basamento, cuatro escalinatas —una de éstas de acceso a la plaza de la terraza dos— y en ese lugar estaba el temazcal.
En 1979 existía el antecedente de las ruinas en la zona, ya que sobresalía una pirámide; el resto de los vestigios no habían sido desenterrados.
A finales de ese año, los vecinos vendieron sus tierras para dar paso al proyecto del tren y, con la construcción de las vías, inició la exploración que dejó al descubierto el sitio arqueológico,
Los pobladores de la zona, al cancelarse el plan férreo y, con el paso de los años, decidieron recuperar los predios y empezar a construir sus viviendas; algunos con plena conciencia de retomar lo que ya habían vendido y otros más que fueron “sorprendidos” porque aseguran que al comprar un terreno en el lugar no sabían de la existencia de las ruinas.
Lo cierto, es que pronto la zona se llenó de chozas y casas que en un inicio eran construcciones sencillas, pero que a la fecha van en franco crecimiento, con la permanente ampliación de cuartos y pisos.
Amenazas de desalojo
María de los Ángeles Martínez ha vivido aquí los últimos 20 años de su vida. Cuenta que al carecer de una casa propia, acudió con el comisariado ejidal en esa época, Andrés Arteaga, a quién le compró un predio en 2 mil pesos.
Ella trabaja en la limpieza de casas y lava ropa, por lo que con esfuerzo logró adquirir el predio y luego compró laminas de asbesto y bloks, con lo que comenzó a construir lo una modesta vivienda; hoy cuenta con loza en el techo.
María señala que en diversas ocasiones personal del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) ha acudido para amenazarla con el desalojo, dice no oponerse siempre y cuando le garanticen que va a ser reubicada a un buen lugar, donde tenga su vivienda.
María no sabe leer ni escribir y el mes pasado cumplió 60 años de edad; cuenta que sus dos hijos —dos jóvenes de 18 y 25 años— trabajan como ayudantes de albañilería para ayudarla económicamente. Levantar su casa sobre las ruinas no fue fácil, pero acepta que tampoco es vida estar con la incertidumbre de si un día ya no la dejarán estar ahí.
El sol cae a plomo. Apenas una ráfaga de viento levanta un poco de polvo y los olores de las heces de los perros inundan la plaza de la cultura Tolteca. La hierba seca cruje ante el paso de las ratas, a unos cuantos metros hay una choza edificada con llantas, laminas de fierro y palos, ahí está el centro de estos vestigios; metros arriba continúa la invasión: algunas casas son modestas y sólo una de tres pisos resalta en el paisaje. Las escalinatas de las ruinas sirven ahora de acceso a estas viviendas.
Son por lo menos ocho casas las que invaden el lugar. Los vestigios, como las escalinatas, han servido de acceso a las casas; otros más , como muros, y el resto para que animales e incluso personas hagan sus necesidades fisiológicas.
El abandono de la zona es total, pero la construcción prehispánica ha resistido el paso del tiempo; por las noches, el lugar también es refugio de vagos que se dedican a delinquir.
El representante de la Coordinadora Ciudadana en Defensa del Patrimonio Cultural y Natural de Hidalgo tiene una teoría sobre el por qué este sitio se encuentra en el abandono: “No genera dinero” y si no hay ninguna remuneración, al INAH no le interesa su recuperación.
Señala que en diversas ocasiones ha solicitado que se instaure un programa para rescatar la zona, pero sólo hay silencio.
“Hubo lo que yo llamo terrorismo predial por contextos arqueológicos, es decir, que se cobraba por estar ubicados en una zona con vestigios o para construir, pero al acabarse el dinero, se acabó el interés”, relata.
Acusa al INAH de omiso y los vecinos del lugar piensan lo mismo, ya que —aseguran— no hay nadie que se haga cargo del mantenimiento y en cuanto pretenden limpiar aparecen funcionarios del organismo para amenazar que no cuentan con permiso y que los vestigios son propiedad del instituto.
Durante 2003, con Isidro Romero como alcalde, Pedro Cardozo fungió como encargado de los vestigios arqueológicos en el municipio; entonces, lugares como la colonia 16 de Enero y La Malinche fueron atendidos: la Zapata II se restauró, pero con el cambio de administración concluyó su función.
En ese tiempo se pretendió una reubicación de los vecinos que no se concretó, por lo que ni el INAH ni la presidencia municipal ni los vecinos se han hecho cargo del lugar.
INAH: donde se rasque hay vestigios
El delegado del INAH, Rodolfo Palma Rojo, se defiende de las acusaciones al aseverar que los asentamientos irregulares se establecieron desde hace más de 20 años. Hubo corresponsabilidad entre las funciones que debió ejercer la presidencia municipal y el delegado del INAH en su momento, pero también, argumenta, desconoce en qué términos se dio ese problema.
En cuanto al abandono, aclara que durante la delimitación de la zona arqueológica donde están los Atlantes, la parte de la Zapata II quedó fuera, pero en un contexto como el de la ciudad de Tula hay una gran dificultad para poder delimitar, debido “a que donde se rasque habrá vestigios”; los habitantes deben aprender a convivir con esa riqueza, resume.
Así, también acepta que se desconoce la importancia de los restos arqueológicos que están en la Zapata II, aunque piensa que están a la par que el área de los Atlantes y que al haber viviendas en el lugar, el terreno pasa a ser propiedad privada, por lo que los vecinos deben ser los encargados de cuidar este patrimonio.
Para una eventual limpieza o remodelación, hay que contar con la autorización del INAH, a través del Consejo Nacional de Arqueología. A la fecha no hay una solicitud.
Además, precisa, el dinero para la conservación debe de salir de los particulares. El INAH es respetuoso de la necesidad de vivienda que tienen los ciudadanos, por lo que destaca que “no podemos por la riqueza del pasado, quitar la riqueza del presente”.
A un lado de la Zapata y entre el temblor que genera el paso del tren, vive Teresa Hernández, con sus dos hijos y su esposo. Cuenta que la situación es inaguantable, ya que debido al abandono en que se encuentran no sólo los vestigios arqueológicos sino todo el lugar, la zona está llena de malvivientes, que se dedican al robo de casas. Esa situación de inseguridad explica la presencia de perros de razas como pit bull, rottweiler y bull terrier en el lugar.
Teresa explota no sólo por la inseguridad, sino también por el descuido. “No sé qué hace el INAH; si dice que esta zona es de arqueología, porque no vienen y limpian todo este mugrero, ni lo hacen ellos ni nos dejan a nosotros”.
La vivienda de Teresa es la casa de tres pisos que heredó su esposo; en los 12 años que llevan en el sitio, al menos unas 15 veces han sido visitados por los ladrones. “Si a nosotros nos dicen que nos van a reubicar, está bien, no hay problema, pero que nos hagan una casa igual”.
En todo Tula hay vestigios. El delegado del INAH asegura que el instituto no tiene los recursos para una reubicación de los vecinos, por lo que cual la única posibilidad de rescate de la zona y los vestigios —que también se localizan en la colonia Malinche donde hay petrograbados— corresponde a los pobladores. “Es como si en el patio de mi casa hay una pirámide, es mi casa, pero la pirámide es un bien nacional, pero al estar en mi casa me corresponde cuidarla”.
Así, entre jaloneos y desacuerdos permanece este lugar, en el que el abandono parece ser su único destino. Palma Rojo, advierte: “Si hay vestigios que no se pueden conservar, entonces lo mejor es volver a sepultarlos, pero en el área de la Zapata II, la milenaria construcción parece resistir, incluso, hasta a la apatía y el abandono de los herederos de los toltecas”.
jram