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En las ciudades de Tamaulipas se percibe la desolación. Las principales avenidas de la entidad —repletas de casas y comercios abandonados— son escenario de enfrentamientos. Los sonidos de ráfagas de metralletas son habituales para su población que ha vivido aterrada por una década.
Hace más de dos años, los policías viales desaparecieron de las calles cuando empezaron a ser uno de los blancos favoritos de los miembros del crimen organizado. Desde entonces, se encuentran sin vigilancia y sólo en caso de accidentes, policías estatales, federales o militares hacen la labor de custodia hasta que llega un perito de tránsito, pues únicamente ellos continúan laborando.
Paradojicamente, la violencia se generalizó rápidamente a lo largo de toda la zona norte de Tamaulipas un día después de que el gobernador Egidio Torre Cantú declarara: “Estamos trabajando para la paz”.
Las balaceras se escuchan por las colonias de las ciudades fronterizas, pero al otro día los periódicos, las estaciones de radio y televisión no mencionan los incidentes por miedo a represalias.
Como instrumento de protección, los tamaulipecos recurren a las redes sociales, blogs personales o mensajes de texto para alertar a familiares y amigos cuando se desata la violencia.
Al primer sonido de la sirena de una ambulancia señoras que barren la calle arrojan las escobas y se refugian dentro de sus hogares. Los jóvenes han aprendido a regresar antes del anochecer a las casas, sus fiestas no son en las discotecas, sino dentro de las casas familiares.
En ninguno de los tres sexenios anteriores a éste, las estrategias para pacificar la región han logrado traer la paz, y como consecuencia de ello, los residentes de frontera ya se han acostumbrado a vivir encerrados en sus casas.
Así también hay muchas viviendas en venta por toda la frontera, pero nadie las compra. Los precios de estas propiedades se han desplomado ante el peligro que representa vivir en Tamaulipas.
Ahora también los comercios lucen vacíos, porque fueron abandonados hace años por sus propietarios que huyeron a Estados Unidos.
Una caminata por las calles de Reynosa muestra muchos locales comerciales abandonados y en Nuevo Laredo la calle principal, la Vicente Guerrero, luce solitaria cuando hace 15 años, durante los fines de semana, era imposible caminar por sus aceras llenas de estadounidenses que llegaban a buscar mercancía. Sin embargo, los turistas ya no vienen más.
Los “cobros de piso” realizados por las bandas criminales han obligado a cientos de comerciantes a cerrar los establecimientos que fueron exitosos durante varias décadas. El secuestro y la extorsión han diezmado la población de todas las ciudades fronterizas.
Además, los integrantes de la delincuencia organizada de la frontera se han sumado al contrabando de whisky y cigarros estadounidenses, a la trata de personas con los pateros o polleros, como se les conoce por aquí.
Salir a carretera también es un problema. En las afueras de la ciudad de Reynosa existen “retenes” de gente armada, generalmente criminales, que paran a los autobuses y examinan a los pasajeros, a quienes esporádicamente bajan del vehículo y la mayoría de las veces nunca se vuelve a saber de ellos.
No existe una lista oficial de personas desaparecidas y hasta sus familiares tienen miedo de denunciar ante las autoridades y convertirse en víctimas.
Cuando alguien tiene necesidad de viajar a una zona de la frontera en Tamaulipas, generalmente recibe una importante recomendación: “No se te ocurra viajar de noche”, a la que agregan: “Arregla tu asunto y luego abandona lo más pronto que puedas la frontera”.