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christian.leon@eluniversal.com.mx
El pop, rock, reggae y hasta post punk pueden ser géneros totalmente desapegados al exceso y el descontrol, y para muestra Sting.
Desde hace un par de décadas el músico es un ferviente seguidor del hinduismo y se le conoce también por ser vegano.
Quizás esa sea una de las razones por las que al verlo plantado sobre el escenario, Sting luce como un hombre en sus 30 o 40 años, en lugar de uno de 65.
El músico inglés llegó este miércoles a la capital mexicana con el tour de su último disco 57th & 9th y para ello escogió el Auditorio Nacional para desplegar un repertorio que puso sobre el escenario las distintas etapas y facetas de su carrera.
Por el recinto se veían cabecillas blancas, personas mayores y algunas otras más jóvenes, todos reunidos para venerar a esa “deidad”.
En los primeros minutos del músico en el escenario recordó su etapa en Police, está claro que en esta ocasión no estaban Stewart Copeland, Andy Summers o Henry Padovani pero, en su lugar, el músico estaba acompañado por sus inseparables músicos y amigos Dominic Miller, Josh Freese y Rufus Miller junto a quienes recreó clásicos del grupo británico como “Synchronicity II”, “Spirits in the material world”.
El poder de estas canciones hizo que el público se transportara cuatro décadas al pasado, específicamente a 1977 cuando el grupo tomó las listas de popularidad con su ritmo.
La tarde en la ciudad era húmeda y calurosa y la música de Gordon Matthew Thomas Sumner, nombre del cantante, hacía que esa temperatura subiera, todos en el recinto eran de nuevo adolescentes, al menos por la hora y media que duró el show.
La voz y energía de Sting hacía que todos entraran en la convención, que todos se sintieran en una época anterior. Cada tema iba acompañado de un despliegue de luces en perfecta sincronía con cada acorde y a su vez era una invitación para que el público se uniera a la celebración.
Cada que el cantante decía “más fuerte por favor”, los fans fungían como un multitudinario coro.
La figura del músico sobre el escenario era inconfundible; delgado, ejercitado, vestido con una playera y pantalón ceñidos a su cuerpo, casi como hace 40 años cuando saltó a la fama junto a The Police.
Algunos asistentes trataban de emularlo pero el talento que el cantante desplegó en temas como “Englishman in New York” era irrepetible, y desde el primer acorde de la canción automáticamente los presentes se levantaron de sus butacas para bailar cadenciosamente.
“Hola, me siento honrado de estar aquí de nueva cuenta en la Ciudad de México”, fueron algunas palabras que en español dirigió el músico.
“Cant stop thinking about you”, “Magic”, “One fine day” y “She’s too good for me” hicieron de la velada, algo familiar, no sólo porque algunos presentes iban en compañía de sus parejas o hijos sino porque Sting estaba con su hijo Joseph Sumner, quien además de acompañarlo durante su show, también fungió como su telonero junto al grupo texano The Last Bandoleros.
Sin duda “Fields of gold” consiguió llevar de nostalgia el recinto y los fans no hicieron otra cosa más que sucumbir al encanto de esta melodiosa balada.
El show no necesitó de despliegues de producción, pantallas Led ni nada de eso, su principal atractivo eran temas como “Petrol head”, “Down
down down” o “Shape of my heart”, que inundaban el recinto con su magia y que lograban hipnotizabas a los presentes.
La velada estuvo llena de matices, por momentos todo era cadencia y melancolía y de pronto todo se convertía en energía y euforia.
Hubo más clásicos como “Message in a bottle”, en el que el público acompañó al cantante con sus palmas, también se pudieron escuchar “Walking on the moon”, “So lonely”, “Nex to you” y “Every breath you take”.
No conforme con todo el repertorio que había lanzado al público, Sting realizó se metió en los oídos del público con su clásico “Roxane”.
En esta ocasión el cantante no desplegó ningún mensaje político, sus letras lo hicieron por él, quizá por ellos antes de despedirse interpretó “Next to you”, “Every breath” y “Fragile”.