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27 de mayo de 2017. La primera vez que Franco pisó la Riviera francesa tan sólo tenía 30 años. Lo hizo con su opera prima llamada Daniel y Ana y el simple hecho de estar en Cannes era suficiente para ver la sonrisa constante del joven.
En ese entonces aún no sabía el vertiginoso camino de premios que le esperaba pero ya se vislumbraba que estaba naciendo una promesa del cine mexicano, pues la críticas fueron excepcionales, pese a que ese año no tuvo galardón.
Cuando volvió con Después de Lucía, lo hizo en Una cierta mirada. En el estreno, la sala Debussy vivió una de las ovaciones más bonitas: la gente de pie y Michel sonreía y dejaba correr las lágrimas. Cuando Tim Roth anunció el premio para su película, Michel temblaba. Y como si de pronto la vida le exigiera convertirse en un gran orador, daba su primer gran discurso.
Ese año Michel pasó de ser una joven promesa a un director consolidado. Pero lo más grande estaba por llegar. El gran reto fue Chronic en la Competencia Oficial, otra vez en su ritmo de creación: tres años después. Ese año Michel estaba midiéndose con las vacas sagradas de la cinematografía como Matteo Garrone, Todd Haynes, Paolo Sorrentino y Gus Van Sant. Pero él permanecía sereno, centrado, tranquilo. Fue una edición polémica porque los críticos amaban y odiaban el final de Chronic pero Michel siempre lo sostuvo: “Para mí ese era el final que tenía que ser, punto. No me arrepiento”.
Cuando llegó la noche del Palmarés y le dieron el Premio a Mejor Guión, Michel recibió la mejor prueba de que su apuesta había sido la correcta.
El premio que recibió ayer demuestra que en su camino ya no hay marcha atrás pero sí un gran futuro.