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Holanda.— Es considerada la ciudad más antigua de los Países Bajos, pero lo importante para la mayoría de los 120 mil habitantes del pequeño poblado de Maastricht, es su hijo pródigo: André Rieu.
Debido a su popularidad, el violinista y director de orquesta podía causar emociones encontradas en todo el mundo, pero no en su ciudad natal.
Miles de fanáticos de todo el mundo se dieron cita este fin de semana a una serie de conciertos que realiza anualmente en la plaza principal, Het Vrijthof, lugar que atrae gente desde la época medieval pero nunca como la que se congrega para ver a Rieu.
El músico es una figura emblemática: su imagen destaca en los aparadores de tiendas, en los menús, la gente lo espera, le vitorea y abarrota no sólo el cuadro acondicionado con sillas, sino los restaurantes colindantes que se apoyan con pantallas especiales.
“Es importante que cuando tengas un sueño, no importa qué tan grande sea, cree en él e inténtalo”, dijo el realizador a EL UNIVERSAL en entrevista exclusiva que concedió en su castillo.
“Cuando era un niño estaba leyendo Tin Tin (la historieta), con el profesor, el niño y su perro. Y en cierto momento, el profesor cuenta que quería un castillo. Se me quedó grabado eso de pequeño y no se cómo, pero lo conseguí”, expresó.
André y su hogar son similares a su show: una mezcla de excentricidad con algo próximo a lo profundo.
Contó que en su castillo del siglo XV el mosquetero D’Artagnan desayunó por última vez, lo hace mientras luce a unos metros una colección de vestidos emblemáticos en su show, especialmente colocada para los visitantes.
El espectáculo que ofreció la noche del domingo no será enteramente igual al que próximamente presentará en el Auditorio Nacional del 14 al 17 de octubre, pero sí decidió dedicar una melodía a nuestro país: “México”, que el vasco Luis Mariano popularizó en los años 50 en Europa.
“Los mexicanos son inolvidables, recuerdo que en mi última presentación, mientras me dirigía al hotel, escuchaba a la gente que seguía cantando ‘Cielito Lindo’”, rememoró entre risas.
La alegría de su música y la forma en la que la presenta contrasta con los problemas como los que vive México, pero André consideró que es parte de su filosofía de vida: a la gente le cuesta estar bien y debe saber que no todo está mal.
“Hace unos días estaba viendo un documental en Netflix sobre la Segunda Guerra Mundial y esos eran problemas, 15 millones de personas murieron. Ahora, claro que tenemos problemas pero vivimos en paz, me siento afortunado, somos una generación afortunada”, asegura.
El show de su ciudad natal abordó en algún momento este enfrentamiento bélico, al recordar a una agrupación de músicos, Comedian Harmonists, que fue separada durante la guerra por estar integrada por dos judíos.
“Me imagino el terrible sentimiento que experimentaron mientras interpretaron su última melodía. Hoy quiero tocarla y hacerles un homenaje”, dijo en el show antes de dirigir “Irgendwo auf der Welt” (En cualquier parte del mundo).
El comentario provocó el silencio de los asistentes, muchos de ellos de Alemania, país colindante con esta región; el momento se matizó con el tema dedicado a México y otro número a Rumania en el que decenas de bailarines lo acompañaron con “Ciuleandra”.
“Hemos aprendido que nadie es mejor que otro, la música debe ser un ejemplo de ello; es para todo mundo”, reflexionó ya en su hogar.
Esa es la parte que más defiende de su estilo, pues André Rieu considera que las partituras y las orquestas no son exclusivas de un tipo de público; eso es lo que le ha dado fama en todo el mundo, aunque también algunos detractores y varias críticas.
“Yo no me siento más que otras personas, cuando veo a alguien que hace eso, no lo entiendo. A mí me importa hacer música para los demás y hay directores de orquesta que ni siquiera quieren ver a la gente, parece que los mandan a casa”.