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La primera vez que vi a Noam Chomsky fue en La Habana. Yo tenía 16 años y no sabía bien a bien quién era, pero cuando mi papá me pronunció su nombre me sonó importante. Me colé a una de sus conferencias y durante dos horas lo escuché hablar de Estados Unidos y “el dilema de la dominación.” Aunque confieso que no entendí todo, recuerdo que me sorprendió la lucidez con la que criticó a su propio país; la crítica de Chomsky no era ideológica como la mayoría de las que había escuchado sino completamente lógica y racional. Sus argumentos estaban tan bien construidos que era difícil no acabar dándole la razón.
En 2009 fundé Los hijos de la Malinche con Héctor Tajonar de Lara y empezamos un programa de radio por internet. Bajo el amparo de la ingenuidad decidimos que queríamos entrevistar a los pensadores más importantes del mundo. Hicimos una lista y mandamos correos a mansalva; solo Chomsky contestó: “Me encantaría hacerla pero tengo una agenda de entrevistas muy ocupada, casi no hay espacios para los próximos años.” Su rechazo nos pareció sumamente alentador; después de todo, se había tomado la molestia de contestar. Celebramos con un par de pulques y volvimos a mandar un correo tratando de convencerlo de la importancia de la entrevista y de nuestro proyecto. Noam Chomsky siempre ha tenido una debilidad por México, no es solamente que lo considere un polo de resistencia al imperio sino que su hija vive aquí desde hace mucho tiempo. Chomsky aceptó.
No tengo duda de que Chomsky es la mente más brillante que he entrevistado. La entrevista duró media hora y discutimos temas de filosofía y de política. Recuerdo que nos sorprendió la manera en que tejía elaboradamente cada uno de sus argumentos. Por momentos parecía que se había salido de tema, pero al final todo era parte de una hilación profundamente lógica con la que argumentaba sus puntos. Le preguntamos sobre la Teoría del Comportamiento y nos dio una cátedra de diez minutos en la que refutó a Descartes, se apoyó en Newton y acabó planteando una teoría del lenguaje basada en la creatividad. Cuando Chomsky habla, da la sensación de que las cosas más complicadas son relativamente sencillas, casi obvias.
En 2010 coincidimos en París y quedamos de vernos unos minutos, cuando terminara una conferencia sobre lingüística en el College de France. Al acabar me acerqué y lo saludé como habíamos quedado, a pesar del asedio de muchos intelectuales franceses, se tomó unos minutos para platicar conmigo de los sucesos del mundo y criticar a Obama.
Durante los próximos años me atrincheré en una respuesta de correo en la que me dijo “querer mantenerse al tanto de nuestras hechuras”. Aunque sospechó que su frase era más amable que sincera, me escudé en ella para seguir mandando correos y comentarios sobre los sucesos del mundo. Chomsky siempre me contestó. Nos escribimos sobre la violencia en México, de la que me dijo que “el problema yacía en la demanda estadounidense, el tráfico de armas y la estrategia contrainsurgente a la que disfrazaban de guerra contra el narco.” Sobre Howard Zinn a quien me había presentado unos años antes, sobre Norman Mailer con quien me confesó había compartido celda en prisión y sobre Javier Sicilia quien lo había dejado bastante impresionado.
En 2012 Chomsky me invitó a su oficina a platicar con él. Se veía cansado y había un asomo de tristeza en una cara que generalmente es poco expresiva. Platicamos de temas tan variados como Giordano Bruno y la elección en México y aproveché para regalarle unas fotos de la ciudad y un ejemplar de Pedro Páramo en inglés. Aún así lo que más me sorprendió de aquella plática fue su interés por hablar de la familia y temas menos académicos. En público Chomsky rara vez se sale de su mundo intelectual, pero ese día había un tono de afección humana en la conversación; un año después saldría el documental “Es el hombre que es alto, feliz? De Michel Gondry, en el que por primera vez escuché a Chomsky hablar desde la emocionalidad y no desde su intelecto, era claro que la muerte de su esposa, unos años atrás lo había afectado profundamente.
Hace unos días Noam Chomsky cumplió 90 años. Su obra es inconmensurable. A sus 90 años Chomsky ha revolucionada la lingüística, la filosofía, el análisis político y en general el pensamiento humano. Aún así, todo ello no engloba la característica más admirable de Noam Chomsky; su profunda calidad humana. A pesar de ser el pensador más importante de nuestra época Chomsky ha dedicado su vida a compartir su conocimiento y escuchar el de cientos de jóvenes de todos lados del mundo. A pesar de su rostro serio y su incontournable formalidad, en Chomsky hay una profunda empatía humana. Hace unos meses, tras su plática con López Obrador me escribió diciéndome que le parecía era el mejor de los candidatos a pesar de que él tenía muchas reservas con respecto AMLO, incluyendo “sus planes para seguir el uso y desarrollo de combustibles fósiles que son una amenaza para la humanidad.” Seguramente Chomsky tiene mejores cosas que hacer que comentar política conmigo, pero aún así no deja de hacerlo.