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Sólo unos cuantos días llevaba la gobernadora en el cargo. Recién iba tomándole el pulso a la ardua tarea de reconciliación entre grupos y facciones que debía solucionar, amén de las propias tareas que el acto de gobernar le imponía. De hecho, uno de los primeros retos que le tocaba asumir al tomar posesión del despacho gubernamental, era justamente el de apaciguar las turbulentas aguas políticas poblanas, agitadas por su controvertida llegada a la gubernatura. Pero el destino cortó de tajo un camino en el que apenas daba los primeros pasos.
Después de una tragedia así, en la que fallece un gobernador en funciones, lo que menos se espera es volver a entrar en confrontación política justo porque el estado ya vivió, antes de su inesperada muerte, un proceso muy ríspido de elección, marcado por asperezas tales que demandaron la intervención del Tribunal Federal Electoral, organismo encargado de emitir un fallo definitivo al respecto, tras el debido análisis de los elementos para solucionar cualquier discrepancia en cuestión de sufragios.
El ambiente en torno a las elecciones gubernamentales estuvo sumamente enrarecido y los distintos actores y participantes en el mismo sostuvieron un acentuado encono que llevó a la sociedad poblana a una polarización extrema, por lo controvertido del proceso.
Para Puebla lo que viene ahora es un proceso que se avizora como tortuoso en el que no sólo se deberán superar los escollos propios que impone el elegir al vapor un gobernador interino, sino además sobrellevar el estira y afloja que representará el contar en menos de medio año con un nuevo mandatario estatal, en una delicada mecánica de reacomodo de fuerzas que no se antoja nada tersa. En el ínter estará, por un lado, la presión de la clase política local y, por el otro, el ojo crítico de la opinión pública no solo estatal, sino nacional en su conjunto.
Los poblanos no merecen seguir en incertidumbre. El congreso y las fuerzas políticas estatales deben ponerse de acuerdo y no iniciar una confrontación. Quienes sean aspirantes tienen el desafío de ofrecer a la población planes y programas desligados de toda intención política, en el que el objetivo primordial deberá ser el no guiarse por si este o aquel proyecto les redituará dividendos electorales; el bienestar común es lo que debe prevalecer. La clase política debe demostrar una preocupación genuina por los intereses generales y no por los grupales. Estos solo generan encono mientras los primeros fomentan el desarrollo. Esta debe ser la apuesta.