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Cuando se piensa que el país se ha hecho más tolerante, cuando se cree que la mujer tiene más oportunidades de destacar laboralmente, hay datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) que muestran una realidad distinta.
En el primer trimestre de 2019 se registró la cifra más alta en la última década de personas que dejaron su empleo porque sufrían acoso o discriminación. De enero a marzo 23 mil 542 personas prefirieron renunciar que continuar en un ambiente laboral hostil.
De acuerdo con los datos del Inegi, el sector más afectado son las personas de 15 a 29 años de edad, con 14 mil 800 casos, equivalente a 60% del total.
De manera individual esas más de 23 mil personas, resolvieron su problema cortando la relación con el centro de trabajo, pero no significa el fin del problema; la fuente de acoso permanecerá sin sanción y seguramente repitiendo su conducta.
En un testimonio que hoy presenta EL UNIVERSAL la afectada prefirió no denunciar, pues consideró que por la posición de su acosador –uno de los dueños de la empresa– fácilmente libraría la demanda y ella se metería en un problema.
Incluso en aquellos casos en los que se interpone una demanda, es frecuente que al final se desistan de ella, pues durante el proceso y la relatoría de los hechos se presenta una revictimización del denunciante. La mala experiencia se revive, la persona no quiere declarar ni ser analizada, termina alejándose y se da el desistimiento.
En México los centros de trabajo son todavía espacios con mayoría masculina. Datos del Instituto Mexicano de Seguro Social muestran que de cada 10 puestos laborales que se abren en México, seis son para hombres y cuatro para mujeres. Ellas aún están en una posición minoritaria y de mayor fragilidad.
Las cifras del Inegi muestran la necesidad de que la autoridad refuerce campañas para que este tipo de casos tiendan a disminuir y sean sancionados de forma adecuada, sin perjuicio para quien presenta la demanda. Los afectados aún no tienen confianza total en los procesos judiciales.
México parece tener dos escenarios. En uno se acepta la diversidad sexual y la mujer gana presencia en todos los terrenos, pero en otro persiste la discriminación y el acoso en los centros laborales. El discurso aún está lejos de volverse una realidad plena.