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viridiana.ramirez@eluniversal.com.mx
A lo lejos, escuchamos el canto de un tecolote, dice el remero que podría ser un nahual vigilando nuestro paseo nocturno por los canales de Xochimilco. La luz de la lámpara apenas toca los árboles, es suficiente para encontrarnos con los ojos rojos y brillosos del ave. “Hay que dar gracias de que no era un nahual, porque al mirarlo todos hubiéramos quedado hechizados”, dice Omar. Toma su remo y reinicia el viaje en trajinera.
Llegamos a una plataforma. Es momento de dejar la zona tradicional y turística de Xochimilco e internarnos en su reserva ecológica. La plataforma sirve como elevador de trajineras, pues en el canal de Apatlaco el nivel del agua es menor.
Ya es hora de encender los falores de la trajinera y tomar la primera tacita de atole para calentar el cuerpo y darle calorías con unos tamales.
Algunos mirones nos sentamos en la parte frontal de la trajinera para ver como saltan los peces a nuestro paso. Omar suplica silencio para escuchar al “perro de agua”. El ave no tiene un canto melodioso, más bien emula los ladridos de un perro, de ahí su sobrenombre.
Una isla de espanto
Entramos al canal de Tezhuilo, vamos a visitar la tétrica Isla de las Muñecas, propiedad de don Julián, que en paz descanse. El hombre siempre dijo que un espíritu con forma de mujer iba a ser el que lo mataría y que sus juguetes eran sus protectores. Un día apareció flotando frente a su chinampa; solo sus muñecas saben si la sirena logró atraparlo o si el dictamen médico acertó al decir que murió por un paro respiratorio.
El sobrino de don Julián es quien nos recibe e invita a caminar por la casa de su tío, hoy convertida en museo. A la luz de las velas, vemos su colección. Soltamos el primer grito de susto, una muñeca ha comenzado a reír. El guía nos explica que algunos juguetes aún conservan los mecanismos que las hacen moverse o emitir sonidos, por eso la gente piensa que están vivas.
Para seguir nuestro recorrido, tenemos que regalar unas monedas a Agustina, la muñeca predilecta de don Julián, de lo contrario los malos espíritus nos perseguirán en el trayecto.
Cuando el gallo canta
El frío arrecia y la espesa neblina ha cubierto los canales, anuncio de que el amanecer está por llegar. La trajinera regresa al canal de Apatlaco, ahí podremos observar mejor el espectáculo.
Ya son casi las cinco de la mañana y los primeros rayos del sol se asoman detrás de una montaña, no es cualquier montículo, es el volcán Iztaccihuátl. La luz naranja poco a poco delinea la silueta de la “mujer dormida”. A su lado, el Popocatépetl no deja de echar fumarolas.
La postal se refleja en el agua. El cielo va cambiando de tonalidades, del naranja al amarillo, hasta alcanzar su azul celeste. Por casi media hora la mirada se queda quieta sobre el horizonte.
Se escucha el canto del gallo y el revolotear de los primeros pajarillos entre los ahuejotes, familiares de los sauces llorones. Xochimilco nos está mostrando su lado más sereno y natural.
El sol se eleva por completo y aparecen las primera señales de la vida cotidiana: hombres y mujeres limpian sus cayucos y los cargan de alimentos o artesanías para llevarlos a vender en los canales turísticos.
Última parada
Ahora vamos a la chinampa interactiva de Xochiquetzalli. Es una cooperativa de campesinos que enseña el método ancestral de siembra, actividad por la cual Xochimilco fue inscrito por la Unesco en la lista del Patrimonio de la Humanidad.
Nos enseñan a trazar surcos y a depositar en ellos semillas que después germinarán como frutas, vegetales y flores. Hacemos un receso para desayunar barbacoa y quesadillas preparadas al momento. Después vienen las compras: a casa nos llevamos plantas medicinales por cinco pesos y una buena canasta de frutas por 100.
La desvelada valió la pena, ahora la trajinera emprende el regreso hacia el Embarcadero Belem, de donde salió y fue bautizada como “Diosa de las flores”. Una última taza de atole y nos despedimos de Omar. Hemos acordado regresar para hacer el mismo paseo, pero ahora en chalupa, esas embarcaciones estrechas que eran utilizadas antiguamente para la venta de flores.
Quién te lleva
The Welcomers. Es una plataforma que ofrece experiencias únicas en México. Sus recorridos son guiados por los propios habitantes de las comunidades.
Cuánto cuesta
Dos mil 830 pesos por trajinera; el cupo es de una a 20 personas. Los paseos se realizan después de la medianoche y tienen una duración de cinco horas, aproximadamente.
El servicio de alimentos se cobra por separado: desde 80 pesos por persona.